CAPÍTULO 2.
Les deseo un excelente miércoles y les agradezco de todo corazón su visita a este espacio.
El lunes pasado publiqué nuevamente en este blog el capítulo 1 de Para decir adiós: Las dos Princesas, gracias a su amabilidad dicho post es ahora el más visitado dentro de cuanto antes he publicado, es por ello y para que todos los que me hicieron el favor de su lectura puedan dar continuidad a la historia, que hoy les presento el capítulo número dos. Ojala sea de su agrado y puedan regalarme un comentario para ir mejorando, millones de gracias.
Para los que no hayan leído el capítulo anterior y deseen hacerlo, pueden dar click en la entrada destacada que aparece a la derecha de su pantalla, con la ilustración del Elfo y el hada.
Saludos.
CAPITULO
2:
¿VOLVERÉ
A VERLO?
Todos
se encontraban reunidos en la sala, por primera vez en la familia, en vez del
usual bullicio, había un incomodo silencio, se preparaba una despedida, tan
triste como cualquier partida definitiva en la que de antemano sabes que jamás
volverás a ver a un amigo.
En
el centro de aquel grupo, desconsolada, se ubicaba Montserrat, una pequeña de 7
años de edad que intentaba cobrar fuerza para la primer gran despedida de su
vida, aquella pequeña no era una niña común, a pesar que ella se esmeraba en
repetir que era tan ordinaria como cualquier otra pequeña de su edad, sin
embargo Montserrat podía ser todo menos ordinaria, su singularidad no solo era
apreciada por sus amorosos padres, como ocurre en cualquier relación que se da
entre padres e hijos, sino que en realidad aquella pequeña había sido bendecida
con un don muy especial, que incluso es difícil de hallar en aquellas personas
que a simple vista pudieran parecer las más alegres, las más simpáticas, las
más bellas o las más amables, y es que todo aquel que conocía a
Montserrat, quedaba atrapado por aquella pequeña y desde ese momento no podía
sino quererla.
La
niña tenía una inteligencia especial que le brindaba la sagacidad de un adulto,
era noble y amable con todas las personas, atributos que resultan muy difíciles
de hallar en un niño de hoy día, e incluso si no la considerarás a simple vista
una de las niñas más hermosas del mundo, después de haber charlado con ella
unos instantes sin remedio te lo parecía, era una niña delgada y no muy alta,
de tez blanca y cabello castaño, el cual normalmente estaba peinado con un
esmero especial, su armónico rostro tenía tres pecas que lo hacían singular,
una muy pequeña en la punta de la nariz, otra en el centro de la mejilla
izquierda y el más especial en la parte superior derecha del labio
inferior, que le daba a aquella pequeña pigmentación una coloración distinta a
la del resto de sus delgados labios, lo que hacía parecer como si la pequeña se
lo hubiera estado mordiendo nerviosamente.
Pero
lo que en verdad hacía a su rostro realmente peculiar, eran sus ojos, no se
trataba de unos ojos en realidad muy grandes, pero despedían una intensa luz
que normalmente llevaban a cualquiera que era iluminado con su brillo, a un
lugar formado de prados de paz y cielos de dulzura, del cual no se quería
regresar.
Sin
embargo hoy esos radiantes faros se encontraban apagados, reflejaban una
inusual y profunda tristeza que hizo que comenzaran a llenarse de lágrimas, la
pequeña quiso hablar, pero las palabras no pudieron surgir, de su garganta lo
único que alcanzó a salir fue el llanto, el cual rompió el incomodo silencio,
su hermano, mayor que ella apenas por 3 años, no pudo soportar más y dijo:
“Vamos
Montse, es solo un pez, papá puede ir al acuario y te compra otro.”
Y no
es que Javo fuera insensible, simplemente aquella era la forma como él había
decidido lidiar con el dolor, era un niño bastante más alto y robusto que su
hermana, y era el clásico niño que quiere empezar a demostrar que ya no
necesita la sobreprotección de sus padres, al fin y al cabo con sus diez años
ya era lo suficientemente mayor como para necesitar que mamá y papá lo
consolaran, sin embargo, como es de suponerse, esa fachada era solo la manera
en como el pequeño trataba de convencerse que él era demasiado valiente como
para dejar escapar unas lágrimas por cualquier mascota, aún y cuando se tratara
de la única que habían tenido el y la pequeña Montserrat durante toda su vida y
a la cual durante dos años cuidaron con sorprendente esmero y dedicación.
Todo
esto lo sabía su madre y quien más si no ella podía entender lo que pasaba en
aquellos momentos por las mentes de sus dos pequeños hijos, Javier, su padre,
un hombre alto y robusto del cual se veía que Javo había heredado su
constitución física, únicamente lo recriminó con una mirada, su rostro adusto
engañaba a la mayoría sobre su carácter, se trataba de un hombre alegre y
particularmente dulce en todo lo relacionado con Montserrat, a quien le dio un
fuerte abrazo y le dijo:
“Quieres
que sigamos aquí o quieres hacer esto sola.”
Montse
no dijo nada, solamente le dio un fuerte abrazo, gesto que para su padre
significó la respuesta, todos se quedaron ahí, hasta Javo, a quien los ojos
comenzaban a ponérsele rojos y solo alcanzó a decir:
“Una
ventana debe estar abierta, me ha entrado una basura en el ojo.”
Nadie
comentó nada al respecto, Laura, su madre, tomó a cada uno del hombro y les
dijo:
“Es
hora de hacerlo, no te preocupes si no puedes decir nada ahora, lo importante
es que se lo dijiste mientras estaba con nosotros.”
Montserrat,
quien su menuda figura contrastaba con su fortaleza de carácter, lo intentó de
nuevo, pero otra vez lo único que salió de su garganta fue el llanto, ahora fue
su madre quien le dio un fuerte abrazo y la condujo hacia la puerta de la casa,
llevándola hasta el jardín que se encontraba en el frente, el resto de la
familia las siguió, ya ahí, su padre tomó una pequeña pala de jardinería y
cuando se disponía a comenzar a cavar, Montse lo interrumpió y le dijo:
“Papá,
por favor quiero hacerlo yo.”
Su
voz volvió a tomar la determinación de siempre, su padre ahora solo le puso la
mano sobre la cabeza en señal de apoyo y aprobación, no quiso volver a
abrazarla por temor a que aquella muestra de protección volviera a tornarla tan
vulnerable, Montserrat comenzó a cavar, a pesar de la aparente fuerza que había
cobrado, las lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas, cuando cavó hasta
donde ella consideró que era necesario, volteó a ver a su padre y luego a su
madre a manera de preguntarles si el hoyo de apenas unos quince centímetros era
lo suficientemente profundo, ambos asintieron con la cabeza, luego su madre
quien llevaba en sus manos un pañuelo dentro del cual se encontraba el pez, se
lo pasó a Montse diciéndole:
“Es
hora de decirle adiós.”
Laura
volteó buscando a Javo para que se acercara para la despedida final pero al
verlo notó que las lágrimas ya eran muy evidentes en su rostro, por lo que el
pequeño evitaba mirarle, ella no insistió, no quiso avergonzarlo, la pequeña lo
depositó en el orificio que había cavado, por tercera ocasión quiso decirle a
su amigo adiós, quiso decirle gracias, quiso decirle todo lo que lo había
querido, pero nuevamente no pudo, con un gran esfuerzo solo alcanzo a decir:
“Adiós
Colorcito.”
Y se
inclinó a llorar sobre el hoyo, Javo no pudo contenerse más y se acurrucó al
lado de su hermana llorando sin parar, sus padres no supieron que decirles solo
se unieron a ellos en el abrazo que toda la familia se dio, permanecieron ahí
por unos minutos, finalmente todos entraron a la casa, excepto Javier que se
quedó ahí a terminar de sepultar a Colorcito.
Durante
el resto del día nadie comentó nada al respecto, Montserrat se quedó dormida
durante gran parte de la tarde, por la noche todos habían bajado a cenar y se
encontraban reunidos en la mesa del desayunador que se situaba en la cocina de
la casa, esa mañana Laura había pensado hacer unos sándwiches de atún para la
cena, pero ahora la idea no parecía nada buena, así que se dispuso a hacer unos
hot cakes, el resto de la familia ponía la mesa, al sentarse todos nuevamente
se hizo presente el silencio.
Javier
sugirió prender la vieja tele de la cocina, pero Laura se negó, nunca permitía
que se viera televisión mientras desayunaban, comían y menos cuando cenaban,
para ella ese era el momento de la familia, el mejor momento para que todos
comentaran como les había tratado la vida durante el día, Javier no insistió y
es que al igual que Montserrat, Laura tenía una fuerza de carácter que también
contrastaba con su constitución física, también era de cabello castaño, el cual
llevaba perfectamente peinado en una coleta a cuyo cuidado le dedicaba varios
minutos de la mañana, Javo insistió en la solicitud de su padre, le parecía una
buena idea distraerse viendo las luchas para no pensar en todo lo ocurrido en
la mañana, pero Laura le lanzó una mirada, de la cual el pequeño conocía el
significado y era con la cual acababa cualquier conato de discusión en esa
casa, entonces Laura encaró la situación que tanto Javier y los niños habían
buscado evadir durante el transcurso del día, y les dijo:
“Quisiera
que antes de cenar le dedicáramos unos minutos a Colorcito, yo empezaré, quiero
que sepan que fue muy feliz a su lado, que le dieron todo el amor que pudieron
y el siempre lo supo.”
Javo
sonrió y dijo:
“Recuerdan
el susto que nos dio el día que quedó atrapado en el filtro.”
“Sí.”
Respondió,
Javier, añadiendo:
“Nadie
se animaba a sacarlo de ahí por miedo a que pudiéramos lastimarlo y recuerdan
como golpeaba la pecera para decirnos que ya le perecía muy chica.”
Laura
agregó:
“No
debimos haber esperado a que el la golpeará para darnos cuenta que esa pequeña
pecera ya no le era suficiente.”
Así
durante un rato recordaron varias anécdotas, como la llegada de Colorcito a su
hogar o como durante la mudanza, cuando todos bajaron emocionados a conocer la
nueva casa, la pecera se les olvidó en un rincón del camión, del cual el chofer
al pensar que se había bajado todo, se puso en marcha llevándose con él al
pequeño pez o la que más hizo reír a la familia fue aquella cuando Laura salió
unos días de viaje y al regresar enfrentó un repentino arranque de furia por
encontrarse con la casa en pleno desorden, incluida la misma pecera la cual se
encontraba excesivamente sucia, por lo que Laura terminó corriendo a todos los
miembros de la familia, incluido Colorcito.
Todos
fueron contando tantas anécdotas como se pueden tener con un pez, todos excepto
Montserrat, lo que resultaba bastante extraño ya que evidentemente ella era
quien más había querido o mejor dicho quería, al pez japonés, al que ella misma
había puesto por nombre Colorcito, hasta que de pronto y sin aviso, su silencio
fue roto por una pregunta que retumbó como un trueno que caía directamente a
mitad de la cocina:
“¿Volveré
a verlo?”
Ni
Javier, ni Laura supieron que decir, veían los hermosos ojos de Montserrat sin
encontrar la respuesta adecuada, eran una familia que le daba gran valor a la
verdad, y no querían responder una pregunta como esa con una respuesta vacua,
sobre todo cuando se trataba de algo sobre lo que ni ellos en verdad conocían
la respuesta, por lo que ante el involuntario silencio de sus padres Montserrat
insistió:
“¿A
dónde van los peces cuando mueren?”
Sus
padres nuevamente buscaban la mejor respuesta, cuando fueron momentáneamente
salvados por Javo, quien dijo pleno de seguridad:
“Pues
por supuesto al cielo de los peces.”
Ambos
le dirigieron una gran sonrisa al pequeño por haber encontrado la
respuesta que ellos no quisieron decir, pero que ambos consideraron adecuada en
aquel momento, y justo cuando habían creído que habían terminado los efectos de
aquella pregunta que pareció un trueno, Montserrat formuló otra que pareció un
sismo de más de 9 grados:
“¿Entonces
cuándo yo muera, no lo podré volver a ver?”
Javier
y Laura quedaron conmocionados con aquella interrogante, y es que a pesar
que durante todo el día el concepto de la muerte se había hecho presente
en su hogar, por mucho que se le quisiera a Colorcito, una cosa era hablar
de su ausencia y otra muy distinta era dejar entrar en sus mentes la muerte de
su adorada Montserrat.
El
silencio ahora fue más prolongado, Javier y Laura se voltearon a ver, ambos
tenían la esperanza de que el otro encontraría la respuesta adecuada, pero no
fue así, luego voltearon a ver con una mirada cómplice a Javo, esperaban que
este salvara nuevamente la situación, pero ahora hasta el inquieto pequeño
estaba intrigado y expectante de la respuesta de sus padres, Laura fue la
primera que quiso decir algo pero a pesar de haber entendido la pregunta, como
alguien que intenta ganar tiempo, solo alcanzó a balbucear:
“¿Cómo
hermosa, no entiendo a qué te refieres?”
Montserrat
quien no se percató del efecto que había tenido su pregunta, prosiguió con toda
seriedad, con la intención de establecer con toda claridad a donde quería
llegar con sus cuestionamientos:
“Si
dicen que Colorcito ira al cielo de los peces, entonces ¿cuándo yo muera no lo
volveré a ver?, o ¿Puedo ir yo al cielo de los peces?”
Nuevamente
reinó el silencio, Montserrat siguió con sus preguntas sin notar en el aprieto
que había puesto a sus padres, añadiendo:
“¿Ahora
que está en el cielo de los peces quién lo va a cuidar, quién le va a dar de
comer?”
Ahora
fue Javier el que respondió a la pregunta de inmediato, sin pensar en lo que
vendría después:
“Ahora
el no necesita que lo cuiden, el cuida de nosotros, porque quienes están
en el cielo cuidan de los que estamos todavía aquí.”
Montse
meditó un poco sobre las palabras de su padre, les dirigió una mirada y les
lanzó la última bomba:
“Entonces
quisiera morir para estar en el cielo, así podría cuidar de todos ustedes
porque no quiero que nunca mueran.”
Rompiendo
después en llanto.
Ni
siquiera Laura pudo con eso y ante la idea de la muerte de Montserrat, echó a
llorar abrazada de su hija, nadie supo que decir.
Fue
el muy triste final de un muy triste día.
Me encanta, casi lloré con lo que sintió Montse al perder a colorcito, la muerte de una mascota es tan dolorosa como la de un humano en mi opinión. Tu estilo de narración es impecable, se lee muy rápido y fácil. Excelente trabajo, felicitaciones. Un abrazo desde Colombia!
ResponderBorrarMillones de gracias por tus palabras, comentarios como el tuyo me animan enormemente a seguir escribiendo con más pasión, saludos hasta el único lugar del mundo en el que podía haber nacido el realismo mágico.
BorrarQue hermosa..es poco decir....wuuuuoooo!! Felicidades yo soy muy sencible jeje y hiciste que rodara una lagrima es una historia super linda gracias por aver compartido tu talento y tu magia y lo bello de tu corazon un enorme saludo y abrazo con el devido respeto ����☺️��
ResponderBorrarAte,R.CH.
Mil gracias por tus hermosas palabras, me alegra que la historia te hiciera llorar jajajaja, no es crueldad sino que me alegra el despertar emociones con mis narraciones sobre todo las mismas emociones que yo sentí al escribirlo. Abrazos
BorrarMuchas gracias por tu amable cortesía
ResponderBorrarquerido amigo...tienes un agudo ingenio de la narrativa...
Salen , la emoción , lágrimas y agradecimiento....
Un abrazo...cordial
Muchas gracias a ti por el invaluable regalo de tu tiempo, escribo para compartir y me llena de alegría el escuchar que la narración te haya agradado. Saludos
BorrarBuenas, estoy atónita. Has descrito el físico y la personalidad de Montse y es idéntica a una persona que conozco, que a su vez tiene un hermano mayor que se comporta igual. Me has llenado de emoción, ya que soy muy sensible. Y de asombro por lo que he leído. Anhelo el próximo capítulo. Megabesazos.
ResponderBorrarMuchas gracias por tus generosas palabras. Es curioso lo que me pláticas porque el personaje de Montse esta basado en dos personas, el físico es totalmente descripción del de una de ellas y el carácter si es una mezcla de ambas, por si fuera poco la persona en la que se basa el físico del personaje también tiene un hermano mayor. Abrazos
BorrarMuy emotivo, excelente narrativa, no debes dejar de escribir.
ResponderBorrarUn abrazo cordial
Muchas gracias por leerlo y por tus palabras, abrazos.
BorrarMuy emotivo, excelente narrativa, no debes dejar de escribir.
ResponderBorrarUn abrazo cordial