TAN
SOLO UNA SOMBRA.
Roberto Guiscardo aparentemente era un niño tan común como
cualquier otro de los residentes de la provincia de Reggio di Calabria en el
sur de Italia, salvo por una particularidad, él diariamente libraba una guerra
debido a su ferviente pasión por el futbol, por supuesto la afición al deporte
de sus amores no resultaba insólita en un país que sigue con frenesí al
futbol, pues si bien los ingleses lo regularon y nombraron, para los italianos,
quienes se adjudican mediante una macabra historia su creación, es considerado
prácticamente un patrimonio nacional.
Lo singular en aquella región del sur de Italia, era que Roberto,
un espigado chico de cabello negro cortado casi a rape, siguiera con enorme
devoción a la Juventus, equipo representativo de Torino, y uno de los más
grandes exponentes del futbol del norte de Italia.
El que el más pequeño de los Guiscardo no fuera un fanático
seguidor del Nápoles, el más exitoso de los equipos del sur, o del Palermo,
agrupación asentada en la ciudad con el mismo nombre ubicada en la vecina
región de Sicilia, o incluso del Cagliari, el más modesto de los equipos
sureños, era gravemente penado por todos los seguidores al futbol de su
vecindario sin distinción de edad, incluso extendiéndose aquella guerra
en el seno de su propia familia, constituyendo el vergonzoso frenesí de Roberto
una humillación pública para su padre.
La rivalidad entre el norte y el sur italianos, trasciende de lo
simplemente deportivo, púes es un tema cultural, el desarrollado norte, rico,
culto y progresista en contra de un anticuado sur, pobre, burdo y costumbrista,
que para los norteños no es más que un lastre con el que tienen que cargar
tratando de llevar a rastras hasta el desarrollo que con tanto trabajo y
esfuerzo ellos han construido.
Para Roberto Guiscardo ni aquel choque cultural era suficiente
para dejar de defender con pasión los colores albinegros que se
albergaron en su corazón desde que fue hechizado por la forma en que uno de sus
jugadores apodado el “Mago” encantaba al balón haciendo que éste siguiera
indefectiblemente a su voluntad, por su edad para Roberto fue imposible ver
jugar directamente con la camiseta del equipo de Torino a aquel “Mago” galo de
descendencia argelina, al que solo conoció por viejos videos que repetían en la
televisión, pero si pudo ver a todos los herederos de aquella magia de la
Juve: Del Piero, Pirlo, Buffon y Chiellini.
Este día, Roberto no pudo imaginar que muy pronto conocería otro
tipo de magia.
Después de la última de las reyertas enfrentada en defensa de su
pasión, batalla en la cual él había sido el más afectado, pues unos
enloquecidos fanáticos del Palermo con quienes compartía el cuarto, pues
resultaban ser precisamente sus hermanos mayores, le dejaron hecha jirones la
bandera de la Juve que Roberto escondía con tanto ahínco debajo de su cama, sin
remedio el pequeño lleno de furia y frustración, desobedeció la principal regla
que había en aquel pueblo, enfilarse hacia el castillo que se encontraba en el
risco que vigilante se situaba sobre el hogar del pequeño.
Para cuando Roberto Guiscardo, sumido en sus cavilaciones llegó
refunfuñando a la cima, tuvo sin remedio que abandonar cualquier sentimiento
que hubiera llevado a rastras hasta ese lugar, pues para esos momentos en él
solo cabía la sorpresa al constatar que el viejo palacio que encumbraba aquel
risco, mismo que según los ancianos del pueblo se había encontrado
hechizado desde que ellos tenían memoria, ya no se encontraba más.
Sobre el mojado terreno únicamente se encontraban los restos de lo
que alguna vez fue la imponente edificación. Desconcertado ante la
imposibilidad que el castillo que el mismo había visto en pie hacía tan solo
unos minutos justo cuando inicio el ascenso por aquel risco, ahora se
encontrará totalmente derruido, el asustado niño se quedó absorto contemplando
aquellas ruinas, hasta que un quejido que rompió el sepulcral silencio capturó
sin remedio su atención.
Roberto no supo de donde tomó el valor para no echar a correr con
dirección a su casa, pero a pesar del escalofrío que recorría su cuerpo sin
darle tregua, se encaminó con velocidad al lugar del cual había surgido el
extraño lamento, intentando con cada zancada tomar más coraje para no
dejarse vencer por sus temores y por la maldición que tanto para él como para
todos sus vecinos recaía en el viejo palacio, mismo en el cual a pesar que
nadie había visto personalmente nada en el, eran innegable que varios niños de
la región de Calabria se habían extraviado por haber merodeado por las noches
en sus alrededores, contaba la leyenda que aquellos pocos en haber sido
encontrados días después, habían sufrido un destino peor que la muerte, pues
eran ahora solamente cascaras sin vida, tristes reflejos de lo que alguna vez
llegaron a ser.
El niño fue buscando hasta que se situó detrás de unas rocas en
las que el gemido se fue haciendo más notorio, observando que del fondo de
ellas emergía un resplandor cobrizo intermitente, entonces completamente
intrigado por descubrir el origen de aquella luz, con gran esfuerzo fue
moviendo lo que para él pequeño constituía el pesado resto de una losa,
para cuando consiguió moverla apenas unos cuantos centímetros para
su sorpresa pudo ver que debajo de la estructura yacía un individuo.
Durante varios minutos el chico batalló por lograr mover aquella
piedra hasta que finalmente lo consiguió al encontrar una oxidada barra de
metal, misma que con gran esfuerzo empleó como palanca logrando dejar al
descubierto a un extraño individuo con vida que yacía entre los restos del
palacio que el chico atribuía solo podía haber estado habitado por malignos
espíritus.
Conmocionado, Ricardo constató que era precisamente el cuerpo de
aquel hombre el que despedía el peculiar brillo intermitente, estupefacto ante
la insólita imagen Ricardo la contempló durante unos segundos percatándose que
no solo era extraño el fulgor que emanaba del hombre, sino que él sujeto en sí
mismo era del todo peculiar.
El alto individuo de tez morena y largo cabello, que en la parte
más cercana a las orejas se encontraba arreglado por pequeñas trenzas cubiertas
con listones con la figura de un lobo bordado, se encontraba vestido con un
traje formado de un muy largo saco de color azul con insignias de color
plateado, un pantalón también de color azul con dos franjas carmesís a cada
lado y altas botas de color negro, todo su atuendo parecía un traje militar del
siglo XVII.
Sus ojos se encontraban abiertos y en ellos el iris era
prácticamente blanco y la pupila de color gris claro, aquel extraño de nariz
ancha, a pesar de encontrarse cubierto por el polvo y restos de piedras,
conservaba la presencia de un distinguido individuo, mientras el niño trataba
inútilmente de auxiliarlo a reincorporarse, Roberto llegó a la
determinante conclusión que el singular ser no podía ser nada más que un
príncipe venido de un lejano mundo.
Por un momento la razón le dijo al pequeño niño que huyera de
inmediato de aquel lugar pero su corazón le advirtió que no sería
correcto abandonar a un desvalido ser por muy excepcional que éste
le resultara, así que con gran esfuerzo siguió retirando las piedras que le
cubrían hasta que finalmente logró liberarlo por completo, entonces le preguntó
cómo podía ayudarlo, pero el sujeto no respondió a pesar que el niño le gritó
en cada intento con más fuerza, así que cogió con sus manos un poco de agua y
la dejó caer sobre el rostro del resplandeciente sujeto, como ni siquiera de
esa manera obtuvo resultados, a su mente infantil no se le ocurrió nada
mejor que seguir intentando por ese medio devolverle la conciencia a aquel
ausente individuo.
Para cuando el cansado Roberto estaba a punto de rendirse, el
último chorro de agua de mar logró su cometido, el singular sujeto se movió
dirigiendo su atención por un momento hacia el pequeño, pero en unos instantes
su conciencia volvió a ausentarse dejando a Roberto lleno de frustración.
El pequeño no se rindió y volvió a gritarle al extraño individuo
preguntándole si podía auxiliarlo en algo, si acaso requería que le
buscase atención médica o alimento, pero al ver que éste seguía sin responder,
intentó entonces comunicarse incansablemente por medio de muecas y señas, hasta
que finalmente tras varios minutos el incansable chico se rindió, reconociendo
que la falta de respuesta del hombre no se debía a que ambos interlocutores
contaran con lenguajes diferentes, viéndolo fijamente Roberto ahora estaba
convencido que aquel ser no le respondería a nadie, pues a pesar de encontrarse
despierto su mente parecía estar en otro lugar y tiempo muy lejano.
Sin nada que poder hacer por él, Roberto decidió regresar al
pueblo para dar aviso a algún médico o enfermera que pudieran lograr más de lo
que él había conseguido hasta ese momento, sin embargo antes de partir, el
chico sacudió por última vez el inerte cuerpo de aquel sobreviviente a la
caída de Dacnomanía, entonces la mente de aquel extraño ser por un instante
regresó del lugar al cual había viajado y al cruzarse su mirada con la del
chico le cuestionó en voz alta:
“Quien eres pequeño insolente, porque te atreves a sacudirme de
esta manera mientras me encuentro tendido en el piso, tú no puedes ser real,
hace apenas unos momentos iba a caballo respondiendo al llamado del
Príncipe de Valencia, dime de inmediato qué clase de artificio es este,
te exijo que me reveles que artilugio ha sido usado en mi contra por Yusuf.”
Roberto se quedó atónito ante las palabras que el extraño acababa
de emitir, pues a pesar que evidentemente habían sido expresadas en un idioma
que nunca antes había escuchado, de alguna extraordinaria forma cada una de
ellas había sido totalmente entendida por el niño.
Sin embargo momentos después súbitamente la mirada del individuo
volvió a perderse, dejando de nueva cuenta a su cuerpo inmóvil, más trasladando
a su mente de vuelta hasta el lugar del cual no había podido liberarse,
más dicha quietud fue corta pues instantes después el cuerpo del hombre
comenzó a sacudirse con violentos espasmos, provocando que gritara
a todo pulmón en la misma lengua que el chico jamás había escuchado pero que
ahora no pudo entender.
La violenta reacción de la criatura fue más de lo que el valor del
chico le permitía enfrentar por lo que se decidió a darse a la fuga y abandonar
aquel maldito lugar de una vez por todas, sin embargo el singular ser lo tomó
fuertemente por la cabeza con ambas manos estableciendo un lazo que arrastró
sin remedio a Roberto Guiscardo a las visiones que se habían apoderado de la
memoria del extraño individuo.
Valencia, 20 de octubre del año de 1094.
Los caballos relincharon con sonoridad cuando aquel hombre muy
alto, de bronceada piel oculta de las curiosas miradas por vendas que
rodeaban todo su cuerpo dejándole descubiertos únicamente los ojos, así como el
joven que lo acompañaba descendieron de ellos.
Hasta aquel dúo se habían acercado varios vasallos del Príncipe,
mismos que con diligencia se acomidieron a prestarles atención, dándoles un
recipiente que contenía agua fresca, la cual no fue aceptada por el adulto pero
si bebida con desesperación por el sediento chico, mientras el resto de siervos
alimentaban a los caballos, uno de ellos hizo un reverencia al hombre y les
pidió a ambos que lo acompañaran hacia un enorme salón al interior de un
castillo ubicado a unos cuantos metros de ellos.
Mientras aquel hombre de extrañas ropas y singular apariencia y su
joven acompañante avanzaban por un largo pasillo en el que innumerables
antorchas habían logrado vencer a la obscuridad, era observado con sumo respeto
por un nutrido grupo de soldados que esperaban el resultado de la reunión a la
que el dúo se dirigía, no se trataba de una deferencia cualquiera sino de
aquella admiración que entre los hombres que abrazan la profesión de las
armas solo puede ganarse al fervor de la batalla.
Respecto a aquel individuo existían diversas leyendas pero la más
célebre entre las tropas era la que explicaba el porqué de su singular
apariencia, como ocurre con todo mito a nadie le constaba que aquello hubiera
ocurrido realmente, sin embargo cada uno de los soldados la narraba como si
realmente la hubiera presenciado de primera mano.
En tierras lejanas al norte de Europa, el admirado guerrero
enfrentó a las huestes del Rey Harald el despiadado, quien enloqueció de furia
al ver como éste había nadado solo hasta donde se encontraban sus Drakars
quemando cada uno de ellos en pleno mar, sin que siquiera uno hubiera podido
tocar la costa, en venganza Harald puso un alto precio a su cabeza haciendo que
escasos días después de la hazaña fuera capturado, fue amarrado al tronco de un
enorme y marchito árbol, en cuya base encendieron una inmensa pira, entonces el
rey nórdico trastornado por la furia le imploró a Loki que dotará a aquellas
llamas de un poder sobrenatural para que su enemigo ardiera por toda la
eternidad.
Para cuando Harald recuperó la razón y abandonó temeroso el lugar,
sus guerreros fatalmente pudieron percatarse que ni aquel fuego pudo acabar con
el valeroso guerrero, el cual en cuanto se hubieron quemado las sogas que
lo mantenían unido al ardiente árbol pasó por la espada a todos sus enemigos,
sobreviviendo solo Harald por haber partido anticipadamente al creer muerto a
su rival.
El aguerrido guerrero sobrevivió pero su cuerpo estaba condenado a
arder eternamente, es por ello que ahora lo cubría con vendas que evitaban que
los ojos se posaran en su evidente deformidad, aquellos que habían podido ver a
través de un resquicio en sus vendajes aseguraban que el cuerpo del bravo
sujeto aún brillaba con intensidad cobriza.
Al final del extenso pasillo, se llegaba a una enorme estancia
que se encontraba bajo el bullicio de un nutrido grupo de soldados, los
que se situaban alrededor de una mesa presidida por un hombre barbado de
majestuosa presencia, el cual daba indicaciones enérgicamente al resto de
la comitiva a través de variados mapas que se encontraban sobre la mesa.
En cuanto aquel sujeto se percató de la llegada de los visitantes,
dejó de verter los argumentos que con majestuosidad resonaban en aquel salón,
retiró con prisa su silla y se encaminó a brindarle un sincero y sonoro abrazo
a aquel alto y extraño hombre, al que le dijo entre risas:
“Es un gusto verte viejo amigo, a pesar de resistirme a creerlo,
debo confesar que por unos instantes pensé que eran ciertos los comentarios de
las tropas y que por primera vez Svaerd, el señor de las espadas, había huido a
hurtadillas por la noche para no hacer frente a la inminente batalla.”
El resto de los hombres que aún se encontraban sentados alrededor
de la enorme mesa, celebró festivamente aquel comentario, uniéndose todos
a las risas de su líder, entonces el Elfo respondió sonoramente para que todos
los presentes lo escucharan:
“Bien sabe su majestad la razón de mi partida, estaba cumpliendo
precisamente lo que me encomendó, sin embargo a pesar de ello debo disculparme
por el evidente inconveniente que le ha provocado mi tardanza.”
Svaerd volteó a ver a todos los que se encontraban en la mesa,
señalando:
“O es que acaso ninguno de vosotros queridos compañeros se ha
percatado de una peculiaridad en el semblante de nuestro líder, algo que
seguramente ninguno había visto antes en Don Rodrigo Díaz de Vivar.
Siguen sin poder verlo, pongan atención vean directamente a sus
ojos y notaran como aún denotan el terror ante la incertidumbre de enfrentar la
cruenta batalla que inminentemente se desatará en unas horas, sin contar
entre sus huestes con el mejor guerrero que esta tierra ha visto.
Ya debe estar tranquilo Don Rodrigo, ahora estoy aquí para
proteger a esta ilustre congregación de timoratos”
Tras un breve e incomodo silencio, los oficiales rieron solo hasta
el momento en que Don Rodrigo liberó la carcajada ocasionada por la puya con la
cual Svaerd le había respondido hacia escasos segundos, entonces el Elfo,
añadió con sincera deferencia a su amigo:
“Debo reportarle su majestad que las tropas almorávides aún
permanecen en quietud, llevan una semana a esa misma distancia en su real
instalado a las afueras de Quart de Poblet, es evidente que Abu Abdalá Muhammad
no tiene ninguna prisa por hacer frente a la furia del Sidi, Ludriq
Al-Qanbiyatur.”
Don Rodrigo volteó a ver a sus más cercanos partidarios y
con la faz llena de orgullo, exclamó:
“Entonces ahora, además de Campeador, el enemigo me llama Sidi,
ese es un enorme honor para alguien que nunca abrazará la ley de Mahoma.”
Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo en secreto:
“Creo que he exagerado un poco, la verdad es que a pesar que te
respetan enormemente como enemigo jamás podrán llamarte así,
pues como bien sabes ese es un titulo que solo reservan para sus
dirigentes, sin embargo en tu propia mesnada cuentas con la lealtad
de muchos sarracenos, todos indiscutiblemente fieles al príncipe de Valencia,
los cuales desde hace algún tiempo han comenzado a llamarte así, para todos los
mozárabes tal titulo ha derivado a Cid, lo cual indiscutiblemente es bueno para
el ánimo de nuestras tropas.”
La conversación entre Don Rodrigo y Svaerd fue interrumpida pues
alguien en la mesa comenzó un grito que fue seguido por toda la concurrencia:
“Rodrigo Díaz de Vivar,
Príncipe de Valencia,
nuestro Cid Campeador.”
Entre la algarabía del griterío toda la presión que había sido
acumulada durante una semana de sitio fue liberada con aquel estallido de
júbilo que finalizó con una emotiva y sincera ovación dedicada al líder al cual
le confiaban sus vidas y la de todos cuantos se encontraban en la ciudad que
protegían.
Fue el mismo Cid Campeador, quien después de hacer un gesto de
agradecimiento, acalló aquella algarabía, al señalar:
“Basta de charla insulsa, todos aún tenemos mucho que hacer,
para llevar a cabo lo que hemos planeado y acabar de una vez por todas con este
maldito asedio de los sarracenos.”
Invito al Elfo a caminar a su lado y le dijo mientras se dirigían
hacia otra sala del palacio:
“Svaerd, espero que tu viaje haya sido fructífero y hayas conseguido
lo que te pedí, si vale tan solo la mitad de lo mucho que lo has afamado estaré
más que complacido, y por supuesto serás altamente recompensado viejo
mercenario de mil batallas.”
Svaerd sonrió con satisfacción y señalando al joven que lo
había acompañado en su viaje, un muchacho de aproximadamente dieciséis años,
complexión regular, tez blanca y cabello castaño sin ningún otro rasgo en
particular que lo dotara de alguna singularidad, le dijo al Cid:
“Aquel, es Diego Aliatar de La Sagra.”
Don Rodrigo fijo su atención en el muchacho durante varios
segundos, esperando que el tiempo lograra cambiar la primera impresión que le
había causado, pero mientras más lo veía incluso más ordinario le parecía,
entonces le dijo con un cierto tono de molestia al Elfo:
“Siempre he confiado en tu juicio viejo amigo, pero en verdad no
creo que él sea el indicado, no solo es un chaval sino que no encuentro nada
especial en el, no considero que tenga los tamaños suficientes para una
misión de tal envergadura, no pondré en riesgo mis planes y a la ciudad
misma por confiar en un joven, ni siquiera porque seas tú quien tanto lo
elogia.”
Svaerd no respondió se limitó a ver al joven, quien se encontraba
perdido en sus propias cavilaciones mientras apretaba la empuñadura de su
espada, un arma que el mismo chico había forjado en su antiguo hogar en el
pequeño pueblo de Huerta de Valdecarábanos en Toledo, totalmente ajeno a
aquella platica que sobre él se sostenía, después de ver a su protegido
el Elfo dirigió su mirada al Cid sin entender como Don Rodrigo no podía
ver lo mismo que el encontraba en aquel joven, entonces le dijo al Príncipe de
Valencia:
“Es su elección campeador, sin embargo debo decirle que sin duda
alguna a ese joven sería al único que le confiaría mil veces mi propia vida en
el campo de batalla.
Su padre, Don Francisco Javier Aliatar Derderían y su
madre Doña Diana De la Sagra, fueron los amigos más queridos que he
tenido, el mal destino me los arrebató, conozco a Diego desde el día que nació,
pero no se confunda por ese hecho pues ello no nubla en ningún momento mi
juicio.
Por supuesto que tras la primer ojeada, solo veo lo mismo que
usted, él no luce como el más fuerte, ni el más alto, debo confesar que ni
siquiera es el más hábil espadachín que he visto, incluso reconozco también que
no habría nada especial en él si no fuera por una condición, la cual le brinda
gran singularidad a su espíritu.
Así que no voy a hacerle perder el tiempo, se que no dispone del
él, así que omitiré mencionar más palabras para convencerle, en cambio le
brindaré la dicha de comprobarlo por usted mismo, para lo cual le solicito que
llame a tres de sus mejores guerreros para que enfrenten al chico, ordéneles
que no se contengan ante él y por favor no lo subestime por su sola presencia
así que le aconsejo convocar a los más fuertes.”
Como inmediata respuesta a la orden del Cid, tres enormes
guerreros emergieron de entre la multitud, en cuanto se acercaron al Príncipe
de Valencia éste solicitó que les fueran llevadas armas de madera, de las
mismas que eran usadas usualmente solo en los entrenamientos.
Para cuando se situaron justo enfrente de Diego Aliatar, a quien
le había sido proporcionada también una espada de entrenamiento, los tres
experimentados soldados escucharon la instrucción del Cid:
“Apaleen al Joven.”
Después con evidente molestia volteó a ver a Svaerd, señalando a
forma de reclamo:
“Recuérdale en el futuro a lo que quede del chaval, que tú fuiste
quien pidió esto para él.”
Los primeros embates de los tres hombres, los cuales superaban al
chico por más de quince centímetros de estatura, fueron detenidos con
dificultad por Diego, quien con enorme velocidad presentó inmediata respuesta a
sus contrincantes intentando tomar la ofensiva, logrando cumplir su objetivo al
asestar un golpe hacia el más grande de ellos, el cual no dio muestras de ni
siquiera haber sentido un poco de comezón por el golpe del chico, sin
amedrentarse ante el fracaso de su ataque Aliatar de La Sagra se lanzó en
contra de otro de sus adversarios, sin embargo el hábil guerrero fue mucho más
veloz que el muchacho, quien recibió un fuerte golpe en el estomago que lo
derribó al haberle sacado completamente el aire.
Ante la exclamación de los que presenciaban aquella desigual
lucha, al contemplar al chico tendido en el suelo con evidente molestia Don Rodrigo
volvió a recriminar nuevamente con la mirada a Svaerd.
En el momento en que los tres experimentados soldados iban a
deponer las armas para dar fin a aquel dispar combate, un adolorido Diego se
puso de pie, levantado el arma para indicarles que la lucha continuaba, entre
sonoras risas los hombres reiniciaron su ataque en contra del joven, quien
nuevamente fue oponiéndose a los primeros movimientos de sus rivales con
habilidad, sin embargo tras lograr frenarlos por un instante de nueva cuenta
uno de las estocadas logró llegar a su objetivo, propinándole a Diego un
poderoso golpe que le obligó a soltar la espada de entrenamiento, la cual al
caer resonó ante el silencioso grupo que presenciaba la contienda.
A pesar de ser evidente la forma en que el chico había resentido
aquel poderoso golpe que había amoratado su brazo, el joven de inmediato
recogió su arma y se lanzó nuevamente en contra de sus adversarios consiguiendo
en esta vez alcanzar nuevamente a uno de ellos, propinándole ahora un golpe que
si bien no le originó un daño mayor fue evidente que el curtido guerrero ahora
si lo resintió, pues como respuesta resopló con notoria molestia.
Los tres fogueados combatientes atacaron nuevamente al chico quien
ahora fue frenando con mayor habilidad cada uno de los movimientos que ya antes
había enfrentado, al notar que el joven dominaba cada una de sus estocadas
menos elaboradas, el más grande de los hombres realizó un giro que desconcertó
totalmente a Diego, dejándole sin defensa ante el brutal golpe de aquel enorme
sujeto, mismo que se impactó entre los parietales del cráneo del muchacho, el
cual ante el grito de expectación de la muchedumbre intento con todas sus
fuerzas no ceder ante las sombras que nublaban con celeridad su vista.
A pesar del gran esfuerzo del chico, todo su coraje no fue
suficiente para evitar que éste se desplomara a punto de perder el
conocimiento, en esos momentos y ante el aparatoso impacto, el Cid dio un paso
al frente con la intención de encaminarse a poner fin a aquella paliza, pero
fue detenido por Svaerd quien sujetó el brazo de Don Rodrigo, pidiéndole que
aún tuviera un poco de paciencia.
Pasaron varios segundos en que los atónitos adversarios de Diego
no supieron si debían finiquitar aquella desigual lucha rematando al chico o si
debían acudir en su auxilio, instantes que el brioso joven aprovecho para
recuperarse y ante la expectante mirada de todos ponerse de pie para levantar
nuevamente su espada y atacar de nueva cuenta a los estupefactos
guerreros que se encontraban frente a él.
Para desgracia del chico, la historia se repitió tres veces
más con iguales resultados, Diego plantó cara a la batalla con más
maestría que en las ocasiones anteriores sin embargo no la suficiente
como para cambiar el resultado de la contienda, en la primera ocasión el chico
fue derribado con un golpe en la espalda, en la segunda perdió el aire por un
impacto en el estomago y finalmente la espada de madera se topó de frente con
el rostro del muchacho.
Invariablemente y a pesar del daño que le había sido infringido,
el chico se levantó en cada una de las ocasiones para seguir pelando, tal como
lo hizo en esa cuarta ocasión en la que sus maravillados oponentes le
dirigieron una sincera mirada de respeto sin ningún deseo de seguir
levantando sus armas en contra del valeroso muchacho.
En esos instantes Svaerd, tomó el hombro de Don Rodrigo y con un
ademán lo invito a detener la batalla, el Cid ordenó a sus soldados que
depusieran las armas, lo cual fue recibido de buena gana por cada uno de los
tres combatientes, quienes ya no tenían animo de seguir apaleando a aquel joven
que había perdido sin lugar a dudas aquella contienda pero invariablemente se
había ganado el respeto de todos y cada uno de los experimentados guerreros que
abarrotaban aquel salón.
Mientras los gritos de alabanza al muchacho resonaban en la sala,
Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo señalando al lugar en donde
apenas hace unos instantes se había llevado a cabo aquella carnicería:
“Su majestad acaba de presenciar lo que hace tan especial a Diego
Aliatar de La Sagra.
El por ningún motivo y bajo ninguna condición, jamás se rinde.
Esa es la razón por la que en tierras lejanas lo llamarón Bennu.”
Ante aquellas palabras Don Rodrigo le dio un abrazo al Elfo
y le dijo con una enorme sonrisa de satisfacción:
“No sé si acabo de presenciar una de las más grandes muestras de
virtud o uno de las más enormes signos de estupidez.
Por supuesto que el chaval es el idóneo para la encomienda, te lo
agradezco viejo camarada de armas, nuevamente me has servido bien.
Ve que tú muchacho reciba la atención necesaria, será requerido
mañana a primera hora, cuando termines te veré en la plaza de la Almoina,
estaré ahí observando el vuelo de las aves, tengo que dejar Valencia esta misma
noche.”
Al atardecer Svaerd se dirigió al encuentro del Príncipe de
Valencia, quien se encontraba prácticamente solo al centro de la plaza con la
mirada directamente al cielo estudiando con detenimiento el vuelo de las aves,
en cuanto el Elfo llegó hasta él le dijo con camaradería:
“Es curioso ver que el campeón de Valencia siga siendo afecto a la
Ornitomancia, siento asegurarle digno señor que de ninguna manera podrá ver el
futuro en el movimiento a vuelo de esos animales.
Usted mejor que nadie Don Rodrigo sabe que el futuro no se
observa, se forja.”
Sin apartar la mirada de las aves, el Cid le respondió a su
respetado amigo:
“Por supuesto que lo se Svaerd, sino de que manera éste huérfano
pudo conseguir que no nos encontremos sometidos a ninguno de los reyes de la
península.
Observa bien a mi guardia personal, siguen con exhaustiva atención
como estudio a las aves, la determinación con que lo hago ha logrado
convencerlos que puedo atestiguar el porvenir en ellas, pronto les anunciare
que he visto la victoria que tendremos mañana, ellos a su vez correrán a casa y
lo contaran a todo el pueblo, esa confianza se extenderá como una chispa que
aviva el fuego y para mañana el valor en todos y cada uno de los hombres y
mujeres de Valencia se habrá encendido como una llamarada.
Por ello sigo observando el vuelo de las aves, porque sus
movimientos en el cielo me permitirán mover el espíritu de mis guerreros.”
Svaerd se perdió unos instantes siguiendo también el vuelo de las
aves, hasta que le respondió al Cid:
“Viéndoles con detenimiento he podido notar que me señalan algo en
su vuelo, me indican que estoy al lado de uno de los más grandes estrategas con
los que he tenido la fortuna de luchar hombro a hombro.
En base a su voluntad y coraje, la ciudad ha soportado
magníficamente el asedio almorávide, en cuanto tuvo noticias de que el enorme
ejército enemigo se dirigía hacia aquí, hizo revisar y reparar los muros de la
ciudad y ordenó elaborar nuevas defensas amuralladas de tapial para proteger los sitios más vulnerables.
Sabedor que un ejército hambriento es un ejército débil reunió
provisiones, convenció a los señores y alcaides de la zona, tanto cristianos
como musulmanes a unirse en su nombre en defensa de Valencia, consiguiendo
reunir la mayor cantidad de guerreros posible que la premura permitía.
Sin embargo los aproximados seis mil valientes combatientes que le
seguirán hasta la muerte, deberán enfrentar al temible ejercito de Abu Abdallah
Muḥammad, el cual según me ha sido informado cuenta con cuatro mil jinetes de
caballería ligera, seis mil soldados de infantería, seiscientos guerreros
de infantería pesada andalusí, otro tanto igual de ballesteros y al frente de
todos ellos la temible guardia imperial de Yusuf ibn Tasufin.
Por si no fuera suficiente el temor de enfrentar a un ejército más
numeroso y mejor armado, existe también ante el sitio, el latente riesgo de
sedición de tus propias huestes, una situación que no resultaría en nada
extraordinaria en una ciudad en las que hace dos años cuando la conquistó, aún
muchos de sus quince mil habitantes resultaban proalmorávides.
Pero como siempre el campeador forjó el futuro, confiscó todas las
armas y objetos de hierro de la población y expulsó de la ciudad a todo
sospechoso de mostrar simpatías hacia sus enemigos, ahora se encuentra rodeado
mayoritariamente de fieles que resistirán valerosamente el asedio
por el tiempo que sea necesario y aquellos seguidores de Alá que aún se encuentran
en la ciudad no actuaran en su contra pues ha difundido que lo ejecutaría a
todos ellos al momento en que el ejercito de Abu Abdallah Muḥammad estuviera a
punto de tomar la ciudad.
Finalmente ha hecho creer a todos, aliados y enemigos, que en cualquier
momento acudirán en nuestra ayuda las tropas de Pedro I de Aragón y de Alfonso VI, cuando ni siquiera sabe si ellos se
dignaran en prestarnos auxilio, sin embargo con esa acción ha sembrado
confianza en sus partidarios y terror en sus oponentes.”
Svaerd apartó su mirada de las aves, le dio un abrazo al Cid y le
dijo:
“Admiro sus cualidades como guerrero, pero respeto aún más sus
atributos como líder, en un momento más anunciara que con sus cualidades
adivinatorias ha visto la victoria y todos seguirán sus planes por riesgosos
que estos puedan parecer.
Indudablemente le auguro la victoria Don Rodrigo Díaz de Vivar,
Cid Campeador de Valencia.”
Antes de abandonar la plaza Don Rodrigo confió sus planes a Svaerd
indicándole a detalle cual sería la importante tarea que en ellos
desempeñaría Diego de La Sagra, al regreso cuando todos cuestionaron al
príncipe de Valencia respecto a lo que le habían indicado las aves, el Cid les
gritó dichoso:
“Les he pedido a las magnificas aves que me mostraran lo que el
Cid y su ejército encontraran en el grandioso campamento de Abdallah Muḥammad y
ellas me han respondido gustosas.”
Hizo una ceremoniosa pausa y añadió:
“Cid Campeador, lo único que tu ejercito hallará en el campamento
enemigo es riqueza que acrecentará sus bienes y ajuar que ofrecerán a sus hijas
casaderas.”
Ante aquellas palabras la mesnada Valenciana estalló en júbilo al
visualizar la captura del magnífico botín que vendría seguido de la inminente
victoria que les estaba anticipando su respetado líder.
Al llegar la noche Don Rodrigo, Svaerd y más de tres cuartas
partes de su ejército se encontraban preparados para abandonar Valencia, antes
de partir, ya estando a bordo de Babieca su brioso corcel, el príncipe hizo
llamar a Diego Aliatar quien presto abandonó el grupo para acercarse hasta el
Cid, cuando el Joven estuvo frente a frente con él Campeador, éste le dijo al
muchacho:
“Qué tipo de acero es el que usas chaval”
El joven desenfundó una espada ancha muy diferente a las espadas
que eran usadas por la mesnada del Cid, la hoja era al inicio recta para
después curvarse en forma de u, teniendo el filo en la parte convexa, medía
alrededor de 60 centímetros formando los primeros 10 de ellos el mango, el cual
era sencillo careciendo de guardia y gavilanes.
Don Rodrigo hizo una ademan mediante el cual solicito al joven su
arma, la cual el Campeador blandió asestando dos o tres golpes al aire,
para entregarse de vuelta al joven, mientras le señalaba:
“Espero que tengas buen dominio de ella, te hará falta, más que
espada asemeja un hacha con ese filo externo, parece más el arma de un seguidor
de Alá que la de un fiel cristiano.”
Diego inclinó un poco la cabeza, respondiendo con sumo respeto:
“Deberá tener la seguridad mi señor, que a pesar de haber
presenciado cosas que seguramente otros no han visto soy un fiel seguidor de
Cristo, ese acero me fue otorgado como pago por un trabajo que mi maestro y yo
efectuamos en Bizancio, desde ese momento muchos seguidores de Alá han caído
bajo su hoja.”
El cid sonrió, hizo que Babieca diera una vuelta sobre su propio
eje, y le dijo al joven con voz serena:
“No lo mencione para ofenderte rapaz, no dudo de tu fe, ni de tu
lealtad, si así fuera no te estaría encomendado la delicada misión que te ha
sido requerida.”
Don Rodrigo desenfundo una de las armas que llevaba, lo vio con
cierta devoción y le dijo a Diego, mientras ponía la hermosa espada en sus
manos:
“Ves esta arma, la he llamado Tizona y por supuesto no es un acero
cualquiera, tiene la particularidad de hacerse tan fuerte como el brazo que la
sostiene, es por eso que en mis manos es un arma infalible y en las de mis
enemigos un pedazo de hierro inservible.
He visto el valor que hay en tus ojos, Diego Aliatar de La Sagra,
eres digno de empuñar a Tizona.”
El incrédulo chico tomó la espada y la blandió lleno de orgullo.
Al ver como el joven sostenía diligentemente aquel acero, el Cid
agregó:
“Si para mañana cuando estemos celebrando la victoria en el
campamento enemigo, sigues con vida, te entregare a Tizona como un
tributo por el valor de los servicios que le habrás prestado a Valencia.”
El chico dejó caer la Kopesh, enfundándose en el cinto a Tizona,
mientras le decía con seguridad al Cid:
“He visto el valor en sus ojos, Rodrigo Diaz de Vivar, Cid
Campeador, así como he visto el terror en los ojos de sus enemigos, a quienes
usted sería capaz de vencer incluso si fuera solo su cadáver el que estuviera
montando a Babieca.
Tengo la certeza que mañana la victoria será suya, así como no
tengo ninguna duda que para el siguiente día la estaré celebrando con usted,
así que si mi señor no tiene inconveniente me quedare desde este momento con
Tizona.”
Ante la ovación que aquel comentario provocó en la mesnada
del Cid, Don Rodrigo liberó una sonora carcajada, mientras levantaba en todo lo
alto a Colada, su otra espada tan querida, la cual tal como Tizona no era un
acero ordinario pues tenía el poder de infligir un terror sobrenatural en los
enemigos, pero esto solo cuando era blandida por un valeroso guerrero.
Con Colada en todo lo alto, el Campeador recorrió las calles
aledañas ante la arenga de la población, recordándoles que estarían seguros
bajo el resguardo de su valeroso ejército y que su partida obedecía a traer
consigo la ayuda de las tropas de Alfonso de Castilla y Pedro de Aragón, todos confiaban en el Cid,
pero algunos no pudieron alejar la intranquilidad que les provocaba ver como
Don Rodrigo partía en busca de ayuda con la mayoría del ejercito, dejando a la
defensa de la ciudad tan solo a unos cientos de hombres, que por valerosos que
fueran no podrían enfrentar solos a los miles de combatientes almorávides.
Mientras veía salir al Cid Campeador y a su mentor, Diego
Aliatar de La Sagra abrazó con fuerza a Tizona, al amanecer por fin
tendría oportunidad de mostrarles a ambos que la confianza que habían
depositado en él estaba justificada y que de esa manera podría comenzar a
emular toda la grandeza que el Elfo le había narrado tuvieron los padres del
muchacho antes de su fatal desenlace.
Valencia, el alba del 21 de octubre de 1094.
Con el anuncio de los primeros rayos del sol, la puerta de la
culebra, al oeste de la ciudad, se abrió de par en par para dejar salir a un
pequeño contingente de caballería encabezado por Diego Aliatar, al frente
de ellos, a pesar que los separaban del enemigo y el muy probable
encuentro con la muerte una distancia de más de cinco kilómetros, en su
imaginación podían prácticamente vislumbrar al enorme contingente enemigo, tal
como si se encontrara justo frente a ellos, aquel sentimiento de preocupación
hizo que incluso los nobles corceles acostumbrados a la batalla retrocedieron
ante aquella visión que se presentaba ante sus jinetes.
Diego controló con prestancia al caballo andaluz de color tordo
que montaba valeroso, volteó con enorme decisión para ver a los ojos a sus
compañeros de mesnada, entonces levantó su espada y tras unos segundos la
bajó dando la señal para dirigirse a todo galope hacia el este del
vecino poblado de Mislata, donde se encontraba la avanzada de las fuerzas
almorávides.
Los observadores de las fuerzas de Abu Abdallah Muḥammad que
se encontraban apostados a lo largo de los siete kilómetros que separaban a
Valencia de Quart de Poblet, lugar en el que estaban apostada la gran mayoría
del ejercito almorávide, en cuanto divisaron al pequeño grupo de caballería,
prestos se dirigieron a informar que las fuerzas del Cid cansadas del asedio
estaban llevando la batalla hasta ellos.
Abu Abdallah Muḥammad, tomó la noticia con tranquilidad e incluso
con cierta satisfacción, deseaba ya poner fin a aquel asedio y hacerse con la
victoria, pues estaba consciente que el ejercito del Cid resultaba inferior a
las fuerzas que el comandaba, sin embargo le preocupaba que su enemigo se
viera fortalecido por el ejercito de Alfonso VI o cualquier otro de los reyes
cristianos que acudieran en su apoyo, lo que comprometería lo que de otra forma
sería una cómoda victoria.
Sin ningún atisbo de duda Abu Abdallah, ordenó que el contingente
de ballesteros que se encontraba en Mislata tomará la primera línea de batalla,
situando en espera a un grupo de caballería ligera armados con arcos, superior
en número de tres a uno al que encabezaba Diego Aliatar, el cual sería
acompañado en ambos flancos por los soldados de elite de la guardia imperial de
Yusuf Ibn Tasufin, quienes listos para la persecución llevaban los corceles más
veloces.
La infantería y la infantería pesada que se encontraba ubicada en
Quart de Poblet se adelantó solo unos cuantos cientos de metros en dirección a
Mislata esperando el resultado de aquella primera escaramuza por si
resultaba necesario prestar apoyo.
Para cuando Diego y los valerosos soldados que le acompañaban
pudieron divisar la primera línea de ataque enemiga, apresuraron el paso hacia
el choque con aquel inicial contingente, para cuando estaban a aproximados
trescientos metros el joven ordenó a la mesnada que hicieran una línea lo más
extendida posible para que la inminente lluvia de flechas de los moros no
encontrara un conjunto en el cual realizar un fácil blanco.
Las mortales saetas resonaron en el viento buscando segar la vida
de aquellos valientes que enfrentaban a un ejército muy superior en número, los
equinos andaluces aguantaron estoicamente su marcha sin variar ni un ápice la
dirección a la que iban encaminados ante aquella fúnebre lluvia que chocó
contra los escudos que levantaban sus jinetes.
Aquel primer ataque almorávide resultó del todo infructuoso, al
ver venir con toda fuerza el impacto de aquella tormenta valenciana que se les
avecinaba inmisericorde, los ballesteros de Abu Abdallah comenzaron a
retroceder, en ese momento Diego y los caudillos que lo acompañaban estaban a
escasos cien metros, el choque que arrasó con los almorávides fue inevitable.
Zayd Bakar, el capitán de las tropas ubicadas en Mislata apretó
con furia los dientes y ordenó a la caballería ligera que trabará combate con
las fuerzas valencianas, las cuales al ver venir al grupo de arqueros y
lanceros montados a caballo, esperó al momento en que Diego Aliatar les
ordenó dar media vuelta en dirección a Valencia.
Los veloces caballos andaluces fueron forzados al máximo ante la
persecución de las fuerzas almorávides, al momento en que habían avanzado
aproximadamente quinientos metros, nuevamente Diego emitió una señal que hizo que
el disperso grupo se alineara en una estrecha formación, la cual nuevamente dio
la media vuelta para dirigirse en contra de sus perseguidores.
Con gran bravura la caballería almorávide mantuvo su formación
esperando el encuentro con las fuerzas del Cid, dejaron los arcos, lanzas y
ballestas para desenfundar sus espadas, pero el inexorable impacto no se
efectuó pues nuevamente Diego ordenó a sus fuerzas abrir líneas alejándose de
sus enemigos.
Las desconcertadas fuerzas de Zayd Bakar no pudieron hacer más que
también desbandarse para dar persecución a cada uno de los jinetes de la
mesnada del cid, la cual avanzó en todas direcciones solo por unos cuantos
metros para luego volver a unirse en dos grupos uno que marchó nuevamente hacia
Mislata y otro que partía de regreso a Valencia.
Los intrigados caballeros islamitas dejaron partir al grupo que
encabezaba Diego Aliatar sabedores que se encontrarían con los soldados de
elite de la guardia imperial de Yusuf Ibn Tasufin que algunos cientos de metros
más atrás comandaba Zayd Bakar, por lo que mantuvieron sus ordenes
iníciales y siguieron en persecución de los hombres que partieron de regreso a
Valencia.
El joven Aliatar de la Sagra, dispuso que se desenfundaran
nuevamente las espadas para poder hacer frente al embate de los experimentados
soldados de elite almorávides, los cuales al ver acercarse a las fuerzas
valencianas no salieron en su persecución sino que mantuvieron fielmente su
posición a ambos flancos esperando que fueran sus enemigos quienes tuvieran que
dividirse para llegar hasta ellos.
A pesar de las cercanía de las hueste de Valencia, las cuales
prácticamente pasarían por en medio de la caballería almorávide si esta no se
movía de su posición, Zayd Bakar impuso sus ordenes entre sus inquietos
hombres, el experimentado capitán moro temía que aquello se tratara de un
tornafuye, técnica creada precisamente por los mismos árabes pero recientemente
adoptada por los ejércitos cristianos peninsulares, la cual consistía en atraer
al ejercito sitiador mediante la carga de la caballería ligera, la cual antes
del choque con el poderoso enemigo, simulaba darse a la fuga, lo que provocaba
la persecución del ejercito más fuerte, el cual después de unos cientos de
metros de acoso veía como el aparentemente cobarde esquivo ejercito rival daba
media vuelta para atacarlo a distancia mediante flechas y lanzas, para
posteriormente darse nueva y definitivamente a la fuga, lo que dejaba al
enemigo con varias bajas en sus exhaustos hombres, los cuales habían perseguido
a un enemigo en apariencia más débil solo para encontrarse con la muerte.
Para el desconcierto del comandante islamita, Diego y sus hombres
continuaron de frente su camino pasando en medio de la guardia imperial, sin
embargo Zayd Bakar se mantuvo fiel a su decisión sostenido a sus jinetes en
aquella posición, sabedor que a medida que los valencianos se acercaran a Quart
de Poblet, enfrentarían sin esperanza alguna al grueso del ejecito del Emir, y
si acaso pretendían regresar en tornafuye se encontrarían atrapados mortalmente
entre estos y aquellos.
A medida que los valerosos caballos andaluces avanzaban dejando
atrás Mislata para avanzar hacia el real almorávide posicionado en las afueras
de Quart de Poblet, se hizo más evidente el tétrico estruendo de la piel
de los tambores que el ejercito de Yusuf Ibn Tasufin hacía resonar desde su
campamento, los equinos momentáneamente se pusieron en dos patas,
dificultando el continuar con la marcha, con excepción del que llevaba a Diego
Aliatar, el cual siguió aquel camino con el mismo semblante de tranquilidad de
su jinete como si entre ambos existiera una conexión mágica a pesar de ser
aquella la primera vez en que Diego lo montaba.
Para cuando el resto pudo ejercer suficiente control para
reincorporarse a la marcha vieron como en el horizonte la siguiente avanzada
formada por elementos de caballería pesada almorávides se disponía contra
ellos, ubicándolos en una mortal trampa.
Se acercaba ya el medio día cuando Diego se encontró ante aquel
dilema, no podía seguir de frente pues irremediablemente serían arrasados por
la caballería almorávide armada con largas lanzas, aquello sería una
carnicería, sin embargo si optaban por regresar se verían atrapados entre los
dos grupos moros, ya que Zayd Bakar los esperaba en la retaguardia.
Diego detuvo la marcha de su bravo corcel, ordenando al resto que
hicieran lo mismo, con desconcierto el resto de valientes guerreros optó
por obedecer a quien el Cid había designado como su comandante, a pesar que
aquello no parecía más que un suicidio.
Aliatar de la Sagra les pidió que esperaran a su señal para
emprender la marcha, en el horizonte aquel torbellino islamita se acercaba
inexorablemente hacia ellos, el estruendo de tambores se hacía cada vez más
fuerte, cada uno de los guerreros valencianos alertaron a sus caballos
preparándolos para continuar a todo galope en cuanto vislumbraran la señal de
su comandante, sin embargo a pesar de tener prácticamente encima a la
caballería pesada mora a escasas decenas de metros, la orden de Diego parecía
no llegar.
Estoico el joven aguantó hasta que el enemigo estuvo a escasos
diez metros, entonces bajó nuevamente su espada ordenando la marcha en
dirección a Mislata, a medida que avanzaban con el enemigo a cuestas, Diego
ordenó que no marcharan a todo galope necesitaba que entre ambos grupos no
existiera prácticamente distancia, para confundirse como si ambos se tratarán
de un solo contingente.
Zayd Bakar pudo ver a la distancia la enorme nube de polvo
que indicaba que los jinetes valencianos se dirigían nuevamente en su contra,
sin siquiera poder imaginar que aquellos valientes hombres hubieran esperado al
momento en que prácticamente se diera el choque con la caballería pesada del
Emir, con fundamento consideró que solamente era el ejercito ibérico el que se
acercaba a ellos, entonces ordenó que ambos contingentes situados a ambos
flancos formaran una sola línea, la cual guardó sus hierros sedientos de
sangre, para armarse con los arcos y ballestas que cada uno llevaba.
En el trayecto entre Mislata y el lugar donde se encontraba la
caballería pesada del Emir, el joven toledano había recordado exactamente
ciertas marcas en el camino, las cuales le pudieran indicar la distancia a la
cual se encontraba de la guardia de elite de Yusuf Ibn Tasufin, cuando vio
aquel álamo sin follaje, quemado desde la base del tronco, supo que estaba
aproximadamente a no más de trescientos metros de encontrarse atrapado entre
los dos contingentes almorávides, entonces ante aquel estruendo del galopar de
los caballos, ordenó tomar los escudos y hacer más lenta la marcha.
El comandante islamita consideró que aquel contingente que se
acercaba estaba ya a distancia suficiente para poder ser alcanzados por sus
letales flechas, así que dio la orden para iniciar el ataque, con beneplácito
se percató que las primeras víctimas de aquella bandada enemiga caían ultimadas
al polvoroso suelo, entonces vio como la avanzada de aquel contingente que
marchaba en dirección a la guardia de elite, se abría avanzando a ambos flancos
dejando en el centro a un numeroso grupo sobre el cual ordenó el segundo ataque.
Nuevamente las mortales saetas alcanzaron su objetivo dejando
nuevas víctimas tendidas en aquel camino, sin embargo no fueron suficientes
para frenar la marcha de aquel nutrido contingente.
Con un terror que jamás se había albergado antes en su corazón, el
valeroso Zayd Bakar, se percató que aquel grupo de caballería armado con
poderosas y largas lanzas que pronto arrasaría con sus bravos soldados, no era
otro que el de su propio Emir.
Reponiéndose con presteza al desconcierto de aquella carnicería
infligida a sus propios compañeros, los valientes almorávides sobrevivientes,
que aún superaban por mucho al grupo comandado por Diego Aliatar de la Sagra,
se lanzaron en contra del batallón Valenciano, el cual envuelto entre aquellos
cadáveres enemigos no tenía más opción que trabar combate.
En el fondo de su corazón el osado joven sabía que había cumplido
honorablemente con las instrucciones del Cid, había logrado separar a lo largo
de aquellos cinco kilómetros a las fuerzas del Emir Yusuf Ibn Tasufin, sin
embargo le embargaba la tristeza porque a pesar de sus esfuerzos él y sus
hombres finalmente hallarían en ese campo teñido de carmesí el frío y tétrico
abrazo de la muerte.
El cerrado combate hacía parecer que las fuerzas de ambos bandos
fueran iguales, los peninsulares pelearon con bravura haciendo retroceder a sus
también valerosos rivales, mientras la espada de Diego cruzó el corazón de su
enemigo, el joven al ver directamente a los ojos de aquel otro chico no mucho
mayor que aquel, no pudo dejar de pensar en cuan similares eran aquellos
hombres, no cabía duda para él que entre ese polvo no había ni héroes ni
villanos, solo individuos que pensaban con todo su ser que su causa era la
correcta, semejantes a los que por igual les emanaba una sangre de tintura
grana.
En esos momentos de duda en que Aliatar de la Sagra se percató que
estaba manchando de sangre sus manos sin tanto honor como él creía, pues
únicamente había vendido nuevamente su acero para pelear sin fundamento
defendiendo una causa que no era la propia, el terrorífico sonido de los
tambores cesó.
Durante varios minutos solo hubo desazón por ambos bandos, el que
aquel marcial y enloquecedor ritmo hubiera terminado solo podía significar dos
cosas, vida o muerte, vida para los triunfadores, muerte para los vencidos, dos
únicos destinos.
En aquellos momentos de exasperante espera, nadie levantó las
armas, en ninguno de aquellos feroces guerreros cabía el pleno desasosiego o la
plena certidumbre que para esa tarde podrían volver a fijar la vista en las
cosas que más amaban.
Tan solo unos instantes después entre una nube de locura y polvo
aquella batalla había terminado esfumándose con ella las aspiraciones del Emir
de llenarse de gloria recuperando Valencia de las manos del ya legendario Cid.
La noche anterior Don Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid campeador
había salido de Valencia para rodear el camino entre la amurallada metrópoli y
Quart de Poblet, desde hacía días había anunciado que pronto la sitiada ciudad
recibiría la ayuda de los monarcas Alfonso VI y Pedro de Aragón, algo que el
Cid sabía de antemano era falso, pero que provocó gran resquemor entre el
ejército Almorávide.
La mesnada del Cid que salió esa mañana de Valencia por la puerta
de la culebra tenía la misión de separar al ejército almorávide, el cual
durante las siguientes horas fue dando persecución al grupo que pensaban en el
peor de los casos no estaba haciendo más que un tornafuye.
Para el mediodía cuando el ejército islamita había roto su
formación a lo largo de los dos kilómetros que separaban a Mislata de Quart de
Poblet, se vieron sorprendidos en la retaguardia por un vertiginoso ataque por
parte de las fuerzas que comandaba el Cid Campeador.
El valeroso ejército africano sufrió el súbito desasosiego de ver
ilusoriamente diluida su ventaja numérica, al percatarse que un embravecido
ejército les atacaba por la zaga, jamás pudieron imaginar que se trataba del
propio ejercito del Cid el que los golpeaba con todas sus
fuerzas, la sinrazón se apoderó de los experimentados soldados almorávides
al pensar que ahora no solo tendrían que enfrentar el ataque que el Cid había
iniciado por la mañana en Mislata, sino que tendrían que oponerse también a los
ejércitos de Alfonso VI y Pedro de Aragón.
La locura se hizo presente, el real almorávide se desbandó en
todas direcciones, permitiendo una eficaz, determinante e inmediata victoria
que llenó aún más de gloria al Cid.
Antes del anochecer los héroes de Valencia estaban de vuelta en
casa, celebrando el fin del asedio islamita, en el centro de la celebración el
Cid Campeador era ampliamente felicitado por su triunfal estrategia, a lo lejos
sin unirse del todo a la celebración Diego Aliatar de La Sagra, seguía
limpiándose la sangre que yacía seca en sus manos.
Hasta el joven se acercó el alto hombre que había sido desde hacía
ya unos años toda la familia con la que el muchacho contaba, observó las manos
de Diego y le dijo:
“Si tú no hubieras acabado con sus vidas, ellos con seguridad
habrían acabado con la tuya.”
El joven lo vio recriminándole y le contestó:
“acaso es mi vida más valiosa que la de cada uno de ellos.”
Svaerd tomó el hombro del chico y le dijo;
“Para ti debe serlo, y sin duda para mí también lo es”
Añadiendo después de una breve pausa:
“Por supuesto que la sangre que derramaste en aquellas tierras
seria de más provecho si aún corriera en el interior de los cuerpos de cada uno
de esos valientes hombres, eso es evidente.
Muchas veces te he dicho que no existen destinos prescritos,
únicamente decisiones, elecciones sobre cuál será el camino que vas a
emprender, puedo asegurarte que cada uno de esos hombres eligió la senda de las
armas hace mucho tiempo.
Por supuesto eso no hace menos triste su muerte, pero lo cierto es
que no te hace a ti el único responsable, sin duda lo que hoy hiciste no te
convierte en ningún tipo de héroe que ha segado la vida de los terribles
villanos.
Tus acciones ocasionaron el fin de varias vidas, lo cual por
supuesto es tan triste pues la vida para ustedes es tan efímera, pero no eres
el único responsable, solo fuiste un instrumento en la causalidad de cada una
de las elecciones que esos hombres fueron tomando en el transcurso de sus vidas.
Incluso esta misma mañana ellos pudieron haber elegido no salir de
sus camas, pero fue más su orgullo y determinación para presentarte ante ti.
Ya en el campo de batalla, fuiste un mejor guerrero, tuviste más
hambre de vivir y por supuesto tuviste más suerte, esas son las únicas
diferencias entre esos cuerpos que yacen sin vida y tú.”
Svaerd le dio al chico un golpecillo en el pecho se reincorporó y
agregó:
“Prepárate nos marchamos mañana después de recibir nuestro pago,
claro eso solo si decides seguir mi camino, pero considera que la vida que he
elegido es la de vender mi espada en cada lugar donde se me ofrezca una batalla
que me proporcione un reto, de seguirme esa es la única vida que puedo
ofrecerte llevar, un camino riesgoso pero harto de emoción, no es acaso eso el
sentido de la vida.
Svaerd finalmente le dio una palmada en el hombro y se encaminó a
seguir con la celebración, pero antes dio medio vuelta caminó de regreso hasta
el joven, le acarició cariñosamente la cabeza y le dijo:
“Estoy muy orgulloso de ti, eres un digno vástago de tus padres.”
Para cuando el sol comenzaba a salir, en el momento en que Svaerd
le daba unas monedas al hombre que había alimentado a sus caballos durante su
estancia en Valencia, Diego se presentó ante su mentor, le dio un fuerte
abrazo, luego montó su caballo y le dijo a Svaerd:
“Me gustaría escoger las batallas, si voy a pelear a muerte con
alguien al menos quiero sentirme identificado con la causa.”
El Elfo ya había abordado también a su corcel cuando respondió:
“Que no te quepa ninguna duda que solo pelearás cuando quieras
hacerlo, te lo garantizo, nunca te llevaré a una guerra sin tu voluntad, pero
no debes engañarte, yo estoy consciente del porque luchó, ¿acaso lo estás tú?
Yo lo hago porque la batalla es el alimento que me hace sentir
vivo, además sabes que mi condición hace que ningún mortal pueda privarme de la
vida, pero si tú has elegido esta senda en algún momento de tu vida deberás
reconocer que lo haces por ti y no por lo honorable de la causa, pues con el
tiempo podrás constatar que cada guerra es tan estúpida como los mortales que
arriesgan su vida en ellas.”
Guiscardo escuchó cada una de aquellas palabras que resonaron en
su mente como si hubieran sido pronunciadas en ese momento por el hombre que
yacía tendido entre los escombros de Dacnomanía, entonces soltó la mano de
aquel extraño sujeto rompiendo el lazo que se había creado entre ellos
permitiéndole al chico viajar a los recuerdos de aquel extraño hombre.
El atónito niño permaneció sentado por un instante al lado de
aquel insólito sujeto, el cual ahora gracias a la conexión que se había
establecido entre ellos, sabía que no se trataba de un viajero de una galaxia
muy lejana, sino el más grande guerrero elfo en la historia del Reino Etéreo,
el cual había abandonado un magnifico mundo de magia solo para buscar el placer
de la aventura en el mundo de los mortales.
Cuando salió de su letargo el joven intentó incorporar a Svaerd ,
pero el sujeto seguía sin reaccionar, desesperado el chico le gritó, vertió
agua sobre su rostro e incluso le propinó dos fuertes bofetadas, pero el Elfo
no se sobrepuso al sopor que lo tenía cautivo, entonces Ricardo se puso de pie
y contempló con suma tristeza al Elfo, el carácter del joven Guiscardo era
fuerte, sin embargo contemplando como el brillo de aquel fantástico ser iba
menguando comprendió que no había nada que hacer por él, pues en los ojos de
aquel otrora digno guerrero, los cuales en las memorias que compartieron le
habían parecido tener el esplendor de la mirada de un león, ya no existía
ningún atisbo de ansía por aferrarse a la vida, de aquel majestuoso guerrero
lleno de dignidad ahora tan solo quedaba una sombra.
Finalmente Roberto hizo por él lo único que en esos momentos podía
realizar para honrarlo, así que fue apilando nuevamente las piedras que le
cubrían y que ahora constituirán para Svaerd su modesto sepulcro. Cuando el
joven terminó de empedrar el cuerpo sin vida del Elfo, se despidió por última
vez de aquel sujeto con el cual ahora sentía una extraña conexión, entonces el
chico vio que de las piedras emergía un singular brillo.
Con presteza apartó desesperado las piedras que cubrían el sitio
del cual había surgido la luz, una a una las fue tirando hasta que pudo ver que
la misma no había emergido del Elfo, sino de una hermosa espada bastarda, la
cual por los recuerdos compartidos con Svaerd el chico supo que era un arma
larga también conocida como espada de mano y media, usada en la Europa medieval.
Después de haber vuelto a cubrir
el cuerpo del elfo, Roberto Guiscardo blandió con inusitada maestría aquella
arma, seguramente desde el lugar donde el Señor de las Espadas se encontrará en
el olvido sonreiría ante aquella imagen. Valencia, 20 de octubre del año de 1094.
Los caballos relincharon con sonoridad cuando aquel hombre muy
alto, de bronceada piel oculta de las curiosas miradas por vendas que
rodeaban todo su cuerpo dejándole descubiertos únicamente los ojos, así como el
joven que lo acompañaba descendieron de ellos.
Hasta aquel dúo se habían acercado varios vasallos del Príncipe,
mismos que con diligencia se acomidieron a prestarles atención, dándoles un
recipiente que contenía agua fresca, la cual no fue aceptada por el adulto pero
si bebida con desesperación por el sediento chico, mientras el resto de siervos
alimentaban a los caballos, uno de ellos hizo un reverencia al hombre y les
pidió a ambos que lo acompañaran hacia un enorme salón al interior de un
castillo ubicado a unos cuantos metros de ellos.
Mientras aquel hombre de extrañas ropas y singular apariencia y su
joven acompañante avanzaban por un largo pasillo en el que innumerables
antorchas habían logrado vencer a la obscuridad, era observado con sumo respeto
por un nutrido grupo de soldados que esperaban el resultado de la reunión a la
que el dúo se dirigía, no se trataba de una deferencia cualquiera sino de
aquella admiración que entre los hombres que abrazan la profesión de las
armas solo puede ganarse al fervor de la batalla.
Respecto a aquel individuo existían diversas leyendas pero la más
célebre entre las tropas era la que explicaba el porqué de su singular
apariencia, como ocurre con todo mito a nadie le constaba que aquello hubiera
ocurrido realmente, sin embargo cada uno de los soldados la narraba como si
realmente la hubiera presenciado de primera mano.
En tierras lejanas al norte de Europa, el admirado guerrero
enfrentó a las huestes del Rey Harald el despiadado, quien enloqueció de furia
al ver como éste había nadado solo hasta donde se encontraban sus Drakars
quemando cada uno de ellos en pleno mar, sin que siquiera uno hubiera podido
tocar la costa, en venganza Harald puso un alto precio a su cabeza haciendo que
escasos días después de la hazaña fuera capturado, fue amarrado al tronco de un
enorme y marchito árbol, en cuya base encendieron una inmensa pira, entonces el
rey nórdico trastornado por la furia le imploró a Loki que dotará a aquellas
llamas de un poder sobrenatural para que su enemigo ardiera por toda la
eternidad.
Para cuando Harald recuperó la razón y abandonó temeroso el lugar,
sus guerreros fatalmente pudieron percatarse que ni aquel fuego pudo acabar con
el valeroso guerrero, el cual en cuanto se hubieron quemado las sogas que
lo mantenían unido al ardiente árbol pasó por la espada a todos sus enemigos,
sobreviviendo solo Harald por haber partido anticipadamente al creer muerto a
su rival.
El aguerrido guerrero sobrevivió pero su cuerpo estaba condenado a
arder eternamente, es por ello que ahora lo cubría con vendas que evitaban que
los ojos se posaran en su evidente deformidad, aquellos que habían podido ver a
través de un resquicio en sus vendajes aseguraban que el cuerpo del bravo
sujeto aún brillaba con intensidad cobriza.
Al final del extenso pasillo, se llegaba a una enorme estancia
que se encontraba bajo el bullicio de un nutrido grupo de soldados, los
que se situaban alrededor de una mesa presidida por un hombre barbado de
majestuosa presencia, el cual daba indicaciones enérgicamente al resto de
la comitiva a través de variados mapas que se encontraban sobre la mesa.
En cuanto aquel sujeto se percató de la llegada de los visitantes,
dejó de verter los argumentos que con majestuosidad resonaban en aquel salón,
retiró con prisa su silla y se encaminó a brindarle un sincero y sonoro abrazo
a aquel alto y extraño hombre, al que le dijo entre risas:
“Es un gusto verte viejo amigo, a pesar de resistirme a creerlo,
debo confesar que por unos instantes pensé que eran ciertos los comentarios de
las tropas y que por primera vez Svaerd, el señor de las espadas, había huido a
hurtadillas por la noche para no hacer frente a la inminente batalla.”
El resto de los hombres que aún se encontraban sentados alrededor
de la enorme mesa, celebró festivamente aquel comentario, uniéndose todos
a las risas de su líder, entonces el Elfo respondió sonoramente para que todos
los presentes lo escucharan:
“Bien sabe su majestad la razón de mi partida, estaba cumpliendo
precisamente lo que me encomendó, sin embargo a pesar de ello debo disculparme
por el evidente inconveniente que le ha provocado mi tardanza.”
Svaerd volteó a ver a todos los que se encontraban en la mesa,
señalando:
“O es que acaso ninguno de vosotros queridos compañeros se ha
percatado de una peculiaridad en el semblante de nuestro líder, algo que
seguramente ninguno había visto antes en Don Rodrigo Díaz de Vivar.
Siguen sin poder verlo, pongan atención vean directamente a sus
ojos y notaran como aún denotan el terror ante la incertidumbre de enfrentar la
cruenta batalla que inminentemente se desatará en unas horas, sin contar
entre sus huestes con el mejor guerrero que esta tierra ha visto.
Ya debe estar tranquilo Don Rodrigo, ahora estoy aquí para
proteger a esta ilustre congregación de timoratos”
Tras un breve e incomodo silencio, los oficiales rieron solo hasta
el momento en que Don Rodrigo liberó la carcajada ocasionada por la puya con la
cual Svaerd le había respondido hacia escasos segundos, entonces el Elfo,
añadió con sincera deferencia a su amigo:
“Debo reportarle su majestad que las tropas almorávides aún
permanecen en quietud, llevan una semana a esa misma distancia en su real
instalado a las afueras de Quart de Poblet, es evidente que Abu Abdalá Muhammad
no tiene ninguna prisa por hacer frente a la furia del Sidi, Ludriq
Al-Qanbiyatur.”
Don Rodrigo volteó a ver a sus más cercanos partidarios y
con la faz llena de orgullo, exclamó:
“Entonces ahora, además de Campeador, el enemigo me llama Sidi,
ese es un enorme honor para alguien que nunca abrazará la ley de Mahoma.”
Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo en secreto:
“Creo que he exagerado un poco, la verdad es que a pesar que te
respetan enormemente como enemigo jamás podrán llamarte así,
pues como bien sabes ese es un titulo que solo reservan para sus
dirigentes, sin embargo en tu propia mesnada cuentas con la lealtad
de muchos sarracenos, todos indiscutiblemente fieles al príncipe de Valencia,
los cuales desde hace algún tiempo han comenzado a llamarte así, para todos los
mozárabes tal titulo ha derivado a Cid, lo cual indiscutiblemente es bueno para
el ánimo de nuestras tropas.”
La conversación entre Don Rodrigo y Svaerd fue interrumpida pues
alguien en la mesa comenzó un grito que fue seguido por toda la concurrencia:
“Rodrigo Díaz de Vivar,
Príncipe de Valencia,
nuestro Cid Campeador.”
Entre la algarabía del griterío toda la presión que había sido
acumulada durante una semana de sitio fue liberada con aquel estallido de
júbilo que finalizó con una emotiva y sincera ovación dedicada al líder al cual
le confiaban sus vidas y la de todos cuantos se encontraban en la ciudad que
protegían.
Fue el mismo Cid Campeador, quien después de hacer un gesto de
agradecimiento, acalló aquella algarabía, al señalar:
“Basta de charla insulsa, todos aún tenemos mucho que hacer,
para llevar a cabo lo que hemos planeado y acabar de una vez por todas con este
maldito asedio de los sarracenos.”
Invito al Elfo a caminar a su lado y le dijo mientras se dirigían
hacia otra sala del palacio:
“Svaerd, espero que tu viaje haya sido fructífero y hayas conseguido
lo que te pedí, si vale tan solo la mitad de lo mucho que lo has afamado estaré
más que complacido, y por supuesto serás altamente recompensado viejo
mercenario de mil batallas.”
Svaerd sonrió con satisfacción y señalando al joven que lo
había acompañado en su viaje, un muchacho de aproximadamente dieciséis años,
complexión regular, tez blanca y cabello castaño sin ningún otro rasgo en
particular que lo dotara de alguna singularidad, le dijo al Cid:
“Aquel, es Diego Aliatar de La Sagra.”
Don Rodrigo fijo su atención en el muchacho durante varios
segundos, esperando que el tiempo lograra cambiar la primera impresión que le
había causado, pero mientras más lo veía incluso más ordinario le parecía,
entonces le dijo con un cierto tono de molestia al Elfo:
“Siempre he confiado en tu juicio viejo amigo, pero en verdad no
creo que él sea el indicado, no solo es un chaval sino que no encuentro nada
especial en el, no considero que tenga los tamaños suficientes para una
misión de tal envergadura, no pondré en riesgo mis planes y a la ciudad
misma por confiar en un joven, ni siquiera porque seas tú quien tanto lo
elogia.”
Svaerd no respondió se limitó a ver al joven, quien se encontraba
perdido en sus propias cavilaciones mientras apretaba la empuñadura de su
espada, un arma que el mismo chico había forjado en su antiguo hogar en el
pequeño pueblo de Huerta de Valdecarábanos en Toledo, totalmente ajeno a
aquella platica que sobre él se sostenía, después de ver a su protegido
el Elfo dirigió su mirada al Cid sin entender como Don Rodrigo no podía
ver lo mismo que el encontraba en aquel joven, entonces le dijo al Príncipe de
Valencia:
“Es su elección campeador, sin embargo debo decirle que sin duda
alguna a ese joven sería al único que le confiaría mil veces mi propia vida en
el campo de batalla.
Su padre, Don Francisco Javier Aliatar Derderían y su
madre Doña Diana De la Sagra, fueron los amigos más queridos que he
tenido, el mal destino me los arrebató, conozco a Diego desde el día que nació,
pero no se confunda por ese hecho pues ello no nubla en ningún momento mi
juicio.
Por supuesto que tras la primer ojeada, solo veo lo mismo que
usted, él no luce como el más fuerte, ni el más alto, debo confesar que ni
siquiera es el más hábil espadachín que he visto, incluso reconozco también que
no habría nada especial en él si no fuera por una condición, la cual le brinda
gran singularidad a su espíritu.
Así que no voy a hacerle perder el tiempo, se que no dispone del
él, así que omitiré mencionar más palabras para convencerle, en cambio le
brindaré la dicha de comprobarlo por usted mismo, para lo cual le solicito que
llame a tres de sus mejores guerreros para que enfrenten al chico, ordéneles
que no se contengan ante él y por favor no lo subestime por su sola presencia
así que le aconsejo convocar a los más fuertes.”
Como inmediata respuesta a la orden del Cid, tres enormes
guerreros emergieron de entre la multitud, en cuanto se acercaron al Príncipe
de Valencia éste solicitó que les fueran llevadas armas de madera, de las
mismas que eran usadas usualmente solo en los entrenamientos.
Para cuando se situaron justo enfrente de Diego Aliatar, a quien
le había sido proporcionada también una espada de entrenamiento, los tres
experimentados soldados escucharon la instrucción del Cid:
“Apaleen al Joven.”
Después con evidente molestia volteó a ver a Svaerd, señalando a
forma de reclamo:
“Recuérdale en el futuro a lo que quede del chaval, que tú fuiste
quien pidió esto para él.”
Los primeros embates de los tres hombres, los cuales superaban al
chico por más de quince centímetros de estatura, fueron detenidos con
dificultad por Diego, quien con enorme velocidad presentó inmediata respuesta a
sus contrincantes intentando tomar la ofensiva, logrando cumplir su objetivo al
asestar un golpe hacia el más grande de ellos, el cual no dio muestras de ni
siquiera haber sentido un poco de comezón por el golpe del chico, sin
amedrentarse ante el fracaso de su ataque Aliatar de La Sagra se lanzó en
contra de otro de sus adversarios, sin embargo el hábil guerrero fue mucho más
veloz que el muchacho, quien recibió un fuerte golpe en el estomago que lo
derribó al haberle sacado completamente el aire.
Ante la exclamación de los que presenciaban aquella desigual
lucha, al contemplar al chico tendido en el suelo con evidente molestia Don Rodrigo
volvió a recriminar nuevamente con la mirada a Svaerd.
En el momento en que los tres experimentados soldados iban a
deponer las armas para dar fin a aquel dispar combate, un adolorido Diego se
puso de pie, levantado el arma para indicarles que la lucha continuaba, entre
sonoras risas los hombres reiniciaron su ataque en contra del joven, quien
nuevamente fue oponiéndose a los primeros movimientos de sus rivales con
habilidad, sin embargo tras lograr frenarlos por un instante de nueva cuenta
uno de las estocadas logró llegar a su objetivo, propinándole a Diego un
poderoso golpe que le obligó a soltar la espada de entrenamiento, la cual al
caer resonó ante el silencioso grupo que presenciaba la contienda.
A pesar de ser evidente la forma en que el chico había resentido
aquel poderoso golpe que había amoratado su brazo, el joven de inmediato
recogió su arma y se lanzó nuevamente en contra de sus adversarios consiguiendo
en esta vez alcanzar nuevamente a uno de ellos, propinándole ahora un golpe que
si bien no le originó un daño mayor fue evidente que el curtido guerrero ahora
si lo resintió, pues como respuesta resopló con notoria molestia.
Los tres fogueados combatientes atacaron nuevamente al chico quien
ahora fue frenando con mayor habilidad cada uno de los movimientos que ya antes
había enfrentado, al notar que el joven dominaba cada una de sus estocadas
menos elaboradas, el más grande de los hombres realizó un giro que desconcertó
totalmente a Diego, dejándole sin defensa ante el brutal golpe de aquel enorme
sujeto, mismo que se impactó entre los parietales del cráneo del muchacho, el
cual ante el grito de expectación de la muchedumbre intento con todas sus
fuerzas no ceder ante las sombras que nublaban con celeridad su vista.
A pesar del gran esfuerzo del chico, todo su coraje no fue
suficiente para evitar que éste se desplomara a punto de perder el
conocimiento, en esos momentos y ante el aparatoso impacto, el Cid dio un paso
al frente con la intención de encaminarse a poner fin a aquella paliza, pero
fue detenido por Svaerd quien sujetó el brazo de Don Rodrigo, pidiéndole que
aún tuviera un poco de paciencia.
Pasaron varios segundos en que los atónitos adversarios de Diego
no supieron si debían finiquitar aquella desigual lucha rematando al chico o si
debían acudir en su auxilio, instantes que el brioso joven aprovecho para
recuperarse y ante la expectante mirada de todos ponerse de pie para levantar
nuevamente su espada y atacar de nueva cuenta a los estupefactos
guerreros que se encontraban frente a él.
Para desgracia del chico, la historia se repitió tres veces
más con iguales resultados, Diego plantó cara a la batalla con más
maestría que en las ocasiones anteriores sin embargo no la suficiente
como para cambiar el resultado de la contienda, en la primera ocasión el chico
fue derribado con un golpe en la espalda, en la segunda perdió el aire por un
impacto en el estomago y finalmente la espada de madera se topó de frente con
el rostro del muchacho.
Invariablemente y a pesar del daño que le había sido infringido,
el chico se levantó en cada una de las ocasiones para seguir pelando, tal como
lo hizo en esa cuarta ocasión en la que sus maravillados oponentes le
dirigieron una sincera mirada de respeto sin ningún deseo de seguir
levantando sus armas en contra del valeroso muchacho.
En esos instantes Svaerd, tomó el hombro de Don Rodrigo y con un
ademán lo invito a detener la batalla, el Cid ordenó a sus soldados que
depusieran las armas, lo cual fue recibido de buena gana por cada uno de los
tres combatientes, quienes ya no tenían animo de seguir apaleando a aquel joven
que había perdido sin lugar a dudas aquella contienda pero invariablemente se
había ganado el respeto de todos y cada uno de los experimentados guerreros que
abarrotaban aquel salón.
Mientras los gritos de alabanza al muchacho resonaban en la sala,
Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo señalando al lugar en donde
apenas hace unos instantes se había llevado a cabo aquella carnicería:
“Su majestad acaba de presenciar lo que hace tan especial a Diego
Aliatar de La Sagra.
El por ningún motivo y bajo ninguna condición, jamás se rinde.
Esa es la razón por la que en tierras lejanas lo llamarón Bennu.”
Ante aquellas palabras Don Rodrigo le dio un abrazo al Elfo
y le dijo con una enorme sonrisa de satisfacción:
“No sé si acabo de presenciar una de las más grandes muestras de
virtud o uno de las más enormes signos de estupidez.
Por supuesto que el chaval es el idóneo para la encomienda, te lo
agradezco viejo camarada de armas, nuevamente me has servido bien.
Ve que tú muchacho reciba la atención necesaria, será requerido
mañana a primera hora, cuando termines te veré en la plaza de la Almoina,
estaré ahí observando el vuelo de las aves, tengo que dejar Valencia esta misma
noche.”
Al atardecer Svaerd se dirigió al encuentro del Príncipe de
Valencia, quien se encontraba prácticamente solo al centro de la plaza con la
mirada directamente al cielo estudiando con detenimiento el vuelo de las aves,
en cuanto el Elfo llegó hasta él le dijo con camaradería:
“Es curioso ver que el campeón de Valencia siga siendo afecto a la
Ornitomancia, siento asegurarle digno señor que de ninguna manera podrá ver el
futuro en el movimiento a vuelo de esos animales.
Usted mejor que nadie Don Rodrigo sabe que el futuro no se
observa, se forja.”
Sin apartar la mirada de las aves, el Cid le respondió a su
respetado amigo:
“Por supuesto que lo se Svaerd, sino de que manera éste huérfano
pudo conseguir que no nos encontremos sometidos a ninguno de los reyes de la
península.
Observa bien a mi guardia personal, siguen con exhaustiva atención
como estudio a las aves, la determinación con que lo hago ha logrado
convencerlos que puedo atestiguar el porvenir en ellas, pronto les anunciare
que he visto la victoria que tendremos mañana, ellos a su vez correrán a casa y
lo contaran a todo el pueblo, esa confianza se extenderá como una chispa que
aviva el fuego y para mañana el valor en todos y cada uno de los hombres y
mujeres de Valencia se habrá encendido como una llamarada.
Por ello sigo observando el vuelo de las aves, porque sus
movimientos en el cielo me permitirán mover el espíritu de mis guerreros.”
Svaerd se perdió unos instantes siguiendo también el vuelo de las
aves, hasta que le respondió al Cid:
“Viéndoles con detenimiento he podido notar que me señalan algo en
su vuelo, me indican que estoy al lado de uno de los más grandes estrategas con
los que he tenido la fortuna de luchar hombro a hombro.
En base a su voluntad y coraje, la ciudad ha soportado
magníficamente el asedio almorávide, en cuanto tuvo noticias de que el enorme
ejército enemigo se dirigía hacia aquí, hizo revisar y reparar los muros de la
ciudad y ordenó elaborar nuevas defensas amuralladas de tapial para proteger los sitios más vulnerables.
Sabedor que un ejército hambriento es un ejército débil reunió
provisiones, convenció a los señores y alcaides de la zona, tanto cristianos
como musulmanes a unirse en su nombre en defensa de Valencia, consiguiendo
reunir la mayor cantidad de guerreros posible que la premura permitía.
Sin embargo los aproximados seis mil valientes combatientes que le
seguirán hasta la muerte, deberán enfrentar al temible ejercito de Abu Abdallah
Muḥammad, el cual según me ha sido informado cuenta con cuatro mil jinetes de
caballería ligera, seis mil soldados de infantería, seiscientos guerreros
de infantería pesada andalusí, otro tanto igual de ballesteros y al frente de
todos ellos la temible guardia imperial de Yusuf ibn Tasufin.
Por si no fuera suficiente el temor de enfrentar a un ejército más
numeroso y mejor armado, existe también ante el sitio, el latente riesgo de
sedición de tus propias huestes, una situación que no resultaría en nada
extraordinaria en una ciudad en las que hace dos años cuando la conquistó, aún
muchos de sus quince mil habitantes resultaban proalmorávides.
Pero como siempre el campeador forjó el futuro, confiscó todas las
armas y objetos de hierro de la población y expulsó de la ciudad a todo
sospechoso de mostrar simpatías hacia sus enemigos, ahora se encuentra rodeado
mayoritariamente de fieles que resistirán valerosamente el asedio
por el tiempo que sea necesario y aquellos seguidores de Alá que aún se encuentran
en la ciudad no actuaran en su contra pues ha difundido que lo ejecutaría a
todos ellos al momento en que el ejercito de Abu Abdallah Muḥammad estuviera a
punto de tomar la ciudad.
Finalmente ha hecho creer a todos, aliados y enemigos, que en cualquier
momento acudirán en nuestra ayuda las tropas de Pedro I de Aragón y de Alfonso VI, cuando ni siquiera sabe si ellos se
dignaran en prestarnos auxilio, sin embargo con esa acción ha sembrado
confianza en sus partidarios y terror en sus oponentes.”
Svaerd apartó su mirada de las aves, le dio un abrazo al Cid y le
dijo:
“Admiro sus cualidades como guerrero, pero respeto aún más sus
atributos como líder, en un momento más anunciara que con sus cualidades
adivinatorias ha visto la victoria y todos seguirán sus planes por riesgosos
que estos puedan parecer.
Indudablemente le auguro la victoria Don Rodrigo Díaz de Vivar,
Cid Campeador de Valencia.”
Antes de abandonar la plaza Don Rodrigo confió sus planes a Svaerd
indicándole a detalle cual sería la importante tarea que en ellos
desempeñaría Diego de La Sagra, al regreso cuando todos cuestionaron al
príncipe de Valencia respecto a lo que le habían indicado las aves, el Cid les
gritó dichoso:
“Les he pedido a las magnificas aves que me mostraran lo que el
Cid y su ejército encontraran en el grandioso campamento de Abdallah Muḥammad y
ellas me han respondido gustosas.”
Hizo una ceremoniosa pausa y añadió:
“Cid Campeador, lo único que tu ejercito hallará en el campamento
enemigo es riqueza que acrecentará sus bienes y ajuar que ofrecerán a sus hijas
casaderas.”
Ante aquellas palabras la mesnada Valenciana estalló en júbilo al
visualizar la captura del magnífico botín que vendría seguido de la inminente
victoria que les estaba anticipando su respetado líder.
Al llegar la noche Don Rodrigo, Svaerd y más de tres cuartas
partes de su ejército se encontraban preparados para abandonar Valencia, antes
de partir, ya estando a bordo de Babieca su brioso corcel, el príncipe hizo
llamar a Diego Aliatar quien presto abandonó el grupo para acercarse hasta el
Cid, cuando el Joven estuvo frente a frente con él Campeador, éste le dijo al
muchacho:
“Qué tipo de acero es el que usas chaval”
El joven desenfundó una espada ancha muy diferente a las espadas
que eran usadas por la mesnada del Cid, la hoja era al inicio recta para
después curvarse en forma de u, teniendo el filo en la parte convexa, medía
alrededor de 60 centímetros formando los primeros 10 de ellos el mango, el cual
era sencillo careciendo de guardia y gavilanes.
Don Rodrigo hizo una ademan mediante el cual solicito al joven su
arma, la cual el Campeador blandió asestando dos o tres golpes al aire,
para entregarse de vuelta al joven, mientras le señalaba:
“Espero que tengas buen dominio de ella, te hará falta, más que
espada asemeja un hacha con ese filo externo, parece más el arma de un seguidor
de Alá que la de un fiel cristiano.”
Diego inclinó un poco la cabeza, respondiendo con sumo respeto:
“Deberá tener la seguridad mi señor, que a pesar de haber
presenciado cosas que seguramente otros no han visto soy un fiel seguidor de
Cristo, ese acero me fue otorgado como pago por un trabajo que mi maestro y yo
efectuamos en Bizancio, desde ese momento muchos seguidores de Alá han caído
bajo su hoja.”
El cid sonrió, hizo que Babieca diera una vuelta sobre su propio
eje, y le dijo al joven con voz serena:
“No lo mencione para ofenderte rapaz, no dudo de tu fe, ni de tu
lealtad, si así fuera no te estaría encomendado la delicada misión que te ha
sido requerida.”
Don Rodrigo desenfundo una de las armas que llevaba, lo vio con
cierta devoción y le dijo a Diego, mientras ponía la hermosa espada en sus
manos:
“Ves esta arma, la he llamado Tizona y por supuesto no es un acero
cualquiera, tiene la particularidad de hacerse tan fuerte como el brazo que la
sostiene, es por eso que en mis manos es un arma infalible y en las de mis
enemigos un pedazo de hierro inservible.
He visto el valor que hay en tus ojos, Diego Aliatar de La Sagra,
eres digno de empuñar a Tizona.”
El incrédulo chico tomó la espada y la blandió lleno de orgullo.
Al ver como el joven sostenía diligentemente aquel acero, el Cid
agregó:
“Si para mañana cuando estemos celebrando la victoria en el
campamento enemigo, sigues con vida, te entregare a Tizona como un
tributo por el valor de los servicios que le habrás prestado a Valencia.”
El chico dejó caer la Kopesh, enfundándose en el cinto a Tizona,
mientras le decía con seguridad al Cid:
“He visto el valor en sus ojos, Rodrigo Diaz de Vivar, Cid
Campeador, así como he visto el terror en los ojos de sus enemigos, a quienes
usted sería capaz de vencer incluso si fuera solo su cadáver el que estuviera
montando a Babieca.
Tengo la certeza que mañana la victoria será suya, así como no
tengo ninguna duda que para el siguiente día la estaré celebrando con usted,
así que si mi señor no tiene inconveniente me quedare desde este momento con
Tizona.”
Ante la ovación que aquel comentario provocó en la mesnada
del Cid, Don Rodrigo liberó una sonora carcajada, mientras levantaba en todo lo
alto a Colada, su otra espada tan querida, la cual tal como Tizona no era un
acero ordinario pues tenía el poder de infligir un terror sobrenatural en los
enemigos, pero esto solo cuando era blandida por un valeroso guerrero.
Con Colada en todo lo alto, el Campeador recorrió las calles
aledañas ante la arenga de la población, recordándoles que estarían seguros
bajo el resguardo de su valeroso ejército y que su partida obedecía a traer
consigo la ayuda de las tropas de Alfonso de Castilla y Pedro de Aragón, todos confiaban en el Cid,
pero algunos no pudieron alejar la intranquilidad que les provocaba ver como
Don Rodrigo partía en busca de ayuda con la mayoría del ejercito, dejando a la
defensa de la ciudad tan solo a unos cientos de hombres, que por valerosos que
fueran no podrían enfrentar solos a los miles de combatientes almorávides.
Mientras veía salir al Cid Campeador y a su mentor, Diego
Aliatar de La Sagra abrazó con fuerza a Tizona, al amanecer por fin
tendría oportunidad de mostrarles a ambos que la confianza que habían
depositado en él estaba justificada y que de esa manera podría comenzar a
emular toda la grandeza que el Elfo le había narrado tuvieron los padres del
muchacho antes de su fatal desenlace.
Valencia, el alba del 21 de octubre de 1094.
Con el anuncio de los primeros rayos del sol, la puerta de la
culebra, al oeste de la ciudad, se abrió de par en par para dejar salir a un
pequeño contingente de caballería encabezado por Diego Aliatar, al frente
de ellos, a pesar que los separaban del enemigo y el muy probable
encuentro con la muerte una distancia de más de cinco kilómetros, en su
imaginación podían prácticamente vislumbrar al enorme contingente enemigo, tal
como si se encontrara justo frente a ellos, aquel sentimiento de preocupación
hizo que incluso los nobles corceles acostumbrados a la batalla retrocedieron
ante aquella visión que se presentaba ante sus jinetes.
Diego controló con prestancia al caballo andaluz de color tordo
que montaba valeroso, volteó con enorme decisión para ver a los ojos a sus
compañeros de mesnada, entonces levantó su espada y tras unos segundos la
bajó dando la señal para dirigirse a todo galope hacia el este del
vecino poblado de Mislata, donde se encontraba la avanzada de las fuerzas
almorávides.
Los observadores de las fuerzas de Abu Abdallah Muḥammad que
se encontraban apostados a lo largo de los siete kilómetros que separaban a
Valencia de Quart de Poblet, lugar en el que estaban apostada la gran mayoría
del ejercito almorávide, en cuanto divisaron al pequeño grupo de caballería,
prestos se dirigieron a informar que las fuerzas del Cid cansadas del asedio
estaban llevando la batalla hasta ellos.
Abu Abdallah Muḥammad, tomó la noticia con tranquilidad e incluso
con cierta satisfacción, deseaba ya poner fin a aquel asedio y hacerse con la
victoria, pues estaba consciente que el ejercito del Cid resultaba inferior a
las fuerzas que el comandaba, sin embargo le preocupaba que su enemigo se
viera fortalecido por el ejercito de Alfonso VI o cualquier otro de los reyes
cristianos que acudieran en su apoyo, lo que comprometería lo que de otra forma
sería una cómoda victoria.
Sin ningún atisbo de duda Abu Abdallah, ordenó que el contingente
de ballesteros que se encontraba en Mislata tomará la primera línea de batalla,
situando en espera a un grupo de caballería ligera armados con arcos, superior
en número de tres a uno al que encabezaba Diego Aliatar, el cual sería
acompañado en ambos flancos por los soldados de elite de la guardia imperial de
Yusuf Ibn Tasufin, quienes listos para la persecución llevaban los corceles más
veloces.
La infantería y la infantería pesada que se encontraba ubicada en
Quart de Poblet se adelantó solo unos cuantos cientos de metros en dirección a
Mislata esperando el resultado de aquella primera escaramuza por si
resultaba necesario prestar apoyo.
Para cuando Diego y los valerosos soldados que le acompañaban
pudieron divisar la primera línea de ataque enemiga, apresuraron el paso hacia
el choque con aquel inicial contingente, para cuando estaban a aproximados
trescientos metros el joven ordenó a la mesnada que hicieran una línea lo más
extendida posible para que la inminente lluvia de flechas de los moros no
encontrara un conjunto en el cual realizar un fácil blanco.
Las mortales saetas resonaron en el viento buscando segar la vida
de aquellos valientes que enfrentaban a un ejército muy superior en número, los
equinos andaluces aguantaron estoicamente su marcha sin variar ni un ápice la
dirección a la que iban encaminados ante aquella fúnebre lluvia que chocó
contra los escudos que levantaban sus jinetes.
Aquel primer ataque almorávide resultó del todo infructuoso, al
ver venir con toda fuerza el impacto de aquella tormenta valenciana que se les
avecinaba inmisericorde, los ballesteros de Abu Abdallah comenzaron a
retroceder, en ese momento Diego y los caudillos que lo acompañaban estaban a
escasos cien metros, el choque que arrasó con los almorávides fue inevitable.
Zayd Bakar, el capitán de las tropas ubicadas en Mislata apretó
con furia los dientes y ordenó a la caballería ligera que trabará combate con
las fuerzas valencianas, las cuales al ver venir al grupo de arqueros y
lanceros montados a caballo, esperó al momento en que Diego Aliatar les
ordenó dar media vuelta en dirección a Valencia.
Los veloces caballos andaluces fueron forzados al máximo ante la
persecución de las fuerzas almorávides, al momento en que habían avanzado
aproximadamente quinientos metros, nuevamente Diego emitió una señal que hizo que
el disperso grupo se alineara en una estrecha formación, la cual nuevamente dio
la media vuelta para dirigirse en contra de sus perseguidores.
Con gran bravura la caballería almorávide mantuvo su formación
esperando el encuentro con las fuerzas del Cid, dejaron los arcos, lanzas y
ballestas para desenfundar sus espadas, pero el inexorable impacto no se
efectuó pues nuevamente Diego ordenó a sus fuerzas abrir líneas alejándose de
sus enemigos.
Las desconcertadas fuerzas de Zayd Bakar no pudieron hacer más que
también desbandarse para dar persecución a cada uno de los jinetes de la
mesnada del cid, la cual avanzó en todas direcciones solo por unos cuantos
metros para luego volver a unirse en dos grupos uno que marchó nuevamente hacia
Mislata y otro que partía de regreso a Valencia.
Los intrigados caballeros islamitas dejaron partir al grupo que
encabezaba Diego Aliatar sabedores que se encontrarían con los soldados de
elite de la guardia imperial de Yusuf Ibn Tasufin que algunos cientos de metros
más atrás comandaba Zayd Bakar, por lo que mantuvieron sus ordenes
iníciales y siguieron en persecución de los hombres que partieron de regreso a
Valencia.
El joven Aliatar de la Sagra, dispuso que se desenfundaran
nuevamente las espadas para poder hacer frente al embate de los experimentados
soldados de elite almorávides, los cuales al ver acercarse a las fuerzas
valencianas no salieron en su persecución sino que mantuvieron fielmente su
posición a ambos flancos esperando que fueran sus enemigos quienes tuvieran que
dividirse para llegar hasta ellos.
A pesar de las cercanía de las hueste de Valencia, las cuales
prácticamente pasarían por en medio de la caballería almorávide si esta no se
movía de su posición, Zayd Bakar impuso sus ordenes entre sus inquietos
hombres, el experimentado capitán moro temía que aquello se tratara de un
tornafuye, técnica creada precisamente por los mismos árabes pero recientemente
adoptada por los ejércitos cristianos peninsulares, la cual consistía en atraer
al ejercito sitiador mediante la carga de la caballería ligera, la cual antes
del choque con el poderoso enemigo, simulaba darse a la fuga, lo que provocaba
la persecución del ejercito más fuerte, el cual después de unos cientos de
metros de acoso veía como el aparentemente cobarde esquivo ejercito rival daba
media vuelta para atacarlo a distancia mediante flechas y lanzas, para
posteriormente darse nueva y definitivamente a la fuga, lo que dejaba al
enemigo con varias bajas en sus exhaustos hombres, los cuales habían perseguido
a un enemigo en apariencia más débil solo para encontrarse con la muerte.
Para el desconcierto del comandante islamita, Diego y sus hombres
continuaron de frente su camino pasando en medio de la guardia imperial, sin
embargo Zayd Bakar se mantuvo fiel a su decisión sostenido a sus jinetes en
aquella posición, sabedor que a medida que los valencianos se acercaran a Quart
de Poblet, enfrentarían sin esperanza alguna al grueso del ejecito del Emir, y
si acaso pretendían regresar en tornafuye se encontrarían atrapados mortalmente
entre estos y aquellos.
A medida que los valerosos caballos andaluces avanzaban dejando
atrás Mislata para avanzar hacia el real almorávide posicionado en las afueras
de Quart de Poblet, se hizo más evidente el tétrico estruendo de la piel
de los tambores que el ejercito de Yusuf Ibn Tasufin hacía resonar desde su
campamento, los equinos momentáneamente se pusieron en dos patas,
dificultando el continuar con la marcha, con excepción del que llevaba a Diego
Aliatar, el cual siguió aquel camino con el mismo semblante de tranquilidad de
su jinete como si entre ambos existiera una conexión mágica a pesar de ser
aquella la primera vez en que Diego lo montaba.
Para cuando el resto pudo ejercer suficiente control para
reincorporarse a la marcha vieron como en el horizonte la siguiente avanzada
formada por elementos de caballería pesada almorávides se disponía contra
ellos, ubicándolos en una mortal trampa.
Se acercaba ya el medio día cuando Diego se encontró ante aquel
dilema, no podía seguir de frente pues irremediablemente serían arrasados por
la caballería almorávide armada con largas lanzas, aquello sería una
carnicería, sin embargo si optaban por regresar se verían atrapados entre los
dos grupos moros, ya que Zayd Bakar los esperaba en la retaguardia.
Diego detuvo la marcha de su bravo corcel, ordenando al resto que
hicieran lo mismo, con desconcierto el resto de valientes guerreros optó
por obedecer a quien el Cid había designado como su comandante, a pesar que
aquello no parecía más que un suicidio.
Aliatar de la Sagra les pidió que esperaran a su señal para
emprender la marcha, en el horizonte aquel torbellino islamita se acercaba
inexorablemente hacia ellos, el estruendo de tambores se hacía cada vez más
fuerte, cada uno de los guerreros valencianos alertaron a sus caballos
preparándolos para continuar a todo galope en cuanto vislumbraran la señal de
su comandante, sin embargo a pesar de tener prácticamente encima a la
caballería pesada mora a escasas decenas de metros, la orden de Diego parecía
no llegar.
Estoico el joven aguantó hasta que el enemigo estuvo a escasos
diez metros, entonces bajó nuevamente su espada ordenando la marcha en
dirección a Mislata, a medida que avanzaban con el enemigo a cuestas, Diego
ordenó que no marcharan a todo galope necesitaba que entre ambos grupos no
existiera prácticamente distancia, para confundirse como si ambos se tratarán
de un solo contingente.
Zayd Bakar pudo ver a la distancia la enorme nube de polvo
que indicaba que los jinetes valencianos se dirigían nuevamente en su contra,
sin siquiera poder imaginar que aquellos valientes hombres hubieran esperado al
momento en que prácticamente se diera el choque con la caballería pesada del
Emir, con fundamento consideró que solamente era el ejercito ibérico el que se
acercaba a ellos, entonces ordenó que ambos contingentes situados a ambos
flancos formaran una sola línea, la cual guardó sus hierros sedientos de
sangre, para armarse con los arcos y ballestas que cada uno llevaba.
En el trayecto entre Mislata y el lugar donde se encontraba la
caballería pesada del Emir, el joven toledano había recordado exactamente
ciertas marcas en el camino, las cuales le pudieran indicar la distancia a la
cual se encontraba de la guardia de elite de Yusuf Ibn Tasufin, cuando vio
aquel álamo sin follaje, quemado desde la base del tronco, supo que estaba
aproximadamente a no más de trescientos metros de encontrarse atrapado entre
los dos contingentes almorávides, entonces ante aquel estruendo del galopar de
los caballos, ordenó tomar los escudos y hacer más lenta la marcha.
El comandante islamita consideró que aquel contingente que se
acercaba estaba ya a distancia suficiente para poder ser alcanzados por sus
letales flechas, así que dio la orden para iniciar el ataque, con beneplácito
se percató que las primeras víctimas de aquella bandada enemiga caían ultimadas
al polvoroso suelo, entonces vio como la avanzada de aquel contingente que
marchaba en dirección a la guardia de elite, se abría avanzando a ambos flancos
dejando en el centro a un numeroso grupo sobre el cual ordenó el segundo ataque.
Nuevamente las mortales saetas alcanzaron su objetivo dejando
nuevas víctimas tendidas en aquel camino, sin embargo no fueron suficientes
para frenar la marcha de aquel nutrido contingente.
Con un terror que jamás se había albergado antes en su corazón, el
valeroso Zayd Bakar, se percató que aquel grupo de caballería armado con
poderosas y largas lanzas que pronto arrasaría con sus bravos soldados, no era
otro que el de su propio Emir.
Reponiéndose con presteza al desconcierto de aquella carnicería
infligida a sus propios compañeros, los valientes almorávides sobrevivientes,
que aún superaban por mucho al grupo comandado por Diego Aliatar de la Sagra,
se lanzaron en contra del batallón Valenciano, el cual envuelto entre aquellos
cadáveres enemigos no tenía más opción que trabar combate.
En el fondo de su corazón el osado joven sabía que había cumplido
honorablemente con las instrucciones del Cid, había logrado separar a lo largo
de aquellos cinco kilómetros a las fuerzas del Emir Yusuf Ibn Tasufin, sin
embargo le embargaba la tristeza porque a pesar de sus esfuerzos él y sus
hombres finalmente hallarían en ese campo teñido de carmesí el frío y tétrico
abrazo de la muerte.
El cerrado combate hacía parecer que las fuerzas de ambos bandos
fueran iguales, los peninsulares pelearon con bravura haciendo retroceder a sus
también valerosos rivales, mientras la espada de Diego cruzó el corazón de su
enemigo, el joven al ver directamente a los ojos de aquel otro chico no mucho
mayor que aquel, no pudo dejar de pensar en cuan similares eran aquellos
hombres, no cabía duda para él que entre ese polvo no había ni héroes ni
villanos, solo individuos que pensaban con todo su ser que su causa era la
correcta, semejantes a los que por igual les emanaba una sangre de tintura
grana.
En esos momentos de duda en que Aliatar de la Sagra se percató que
estaba manchando de sangre sus manos sin tanto honor como él creía, pues
únicamente había vendido nuevamente su acero para pelear sin fundamento
defendiendo una causa que no era la propia, el terrorífico sonido de los
tambores cesó.
Durante varios minutos solo hubo desazón por ambos bandos, el que
aquel marcial y enloquecedor ritmo hubiera terminado solo podía significar dos
cosas, vida o muerte, vida para los triunfadores, muerte para los vencidos, dos
únicos destinos.
En aquellos momentos de exasperante espera, nadie levantó las
armas, en ninguno de aquellos feroces guerreros cabía el pleno desasosiego o la
plena certidumbre que para esa tarde podrían volver a fijar la vista en las
cosas que más amaban.
Tan solo unos instantes después entre una nube de locura y polvo
aquella batalla había terminado esfumándose con ella las aspiraciones del Emir
de llenarse de gloria recuperando Valencia de las manos del ya legendario Cid.
La noche anterior Don Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid campeador
había salido de Valencia para rodear el camino entre la amurallada metrópoli y
Quart de Poblet, desde hacía días había anunciado que pronto la sitiada ciudad
recibiría la ayuda de los monarcas Alfonso VI y Pedro de Aragón, algo que el
Cid sabía de antemano era falso, pero que provocó gran resquemor entre el
ejército Almorávide.
La mesnada del Cid que salió esa mañana de Valencia por la puerta
de la culebra tenía la misión de separar al ejército almorávide, el cual
durante las siguientes horas fue dando persecución al grupo que pensaban en el
peor de los casos no estaba haciendo más que un tornafuye.
Para el mediodía cuando el ejército islamita había roto su
formación a lo largo de los dos kilómetros que separaban a Mislata de Quart de
Poblet, se vieron sorprendidos en la retaguardia por un vertiginoso ataque por
parte de las fuerzas que comandaba el Cid Campeador.
El valeroso ejército africano sufrió el súbito desasosiego de ver
ilusoriamente diluida su ventaja numérica, al percatarse que un embravecido
ejército les atacaba por la zaga, jamás pudieron imaginar que se trataba del
propio ejercito del Cid el que los golpeaba con todas sus
fuerzas, la sinrazón se apoderó de los experimentados soldados almorávides
al pensar que ahora no solo tendrían que enfrentar el ataque que el Cid había
iniciado por la mañana en Mislata, sino que tendrían que oponerse también a los
ejércitos de Alfonso VI y Pedro de Aragón.
La locura se hizo presente, el real almorávide se desbandó en
todas direcciones, permitiendo una eficaz, determinante e inmediata victoria
que llenó aún más de gloria al Cid.
Antes del anochecer los héroes de Valencia estaban de vuelta en
casa, celebrando el fin del asedio islamita, en el centro de la celebración el
Cid Campeador era ampliamente felicitado por su triunfal estrategia, a lo lejos
sin unirse del todo a la celebración Diego Aliatar de La Sagra, seguía
limpiándose la sangre que yacía seca en sus manos.
Hasta el joven se acercó el alto hombre que había sido desde hacía
ya unos años toda la familia con la que el muchacho contaba, observó las manos
de Diego y le dijo:
“Si tú no hubieras acabado con sus vidas, ellos con seguridad
habrían acabado con la tuya.”
El joven lo vio recriminándole y le contestó:
“acaso es mi vida más valiosa que la de cada uno de ellos.”
Svaerd tomó el hombro del chico y le dijo;
“Para ti debe serlo, y sin duda para mí también lo es”
Añadiendo después de una breve pausa:
“Por supuesto que la sangre que derramaste en aquellas tierras
seria de más provecho si aún corriera en el interior de los cuerpos de cada uno
de esos valientes hombres, eso es evidente.
Muchas veces te he dicho que no existen destinos prescritos,
únicamente decisiones, elecciones sobre cuál será el camino que vas a
emprender, puedo asegurarte que cada uno de esos hombres eligió la senda de las
armas hace mucho tiempo.
Por supuesto eso no hace menos triste su muerte, pero lo cierto es
que no te hace a ti el único responsable, sin duda lo que hoy hiciste no te
convierte en ningún tipo de héroe que ha segado la vida de los terribles
villanos.
Tus acciones ocasionaron el fin de varias vidas, lo cual por
supuesto es tan triste pues la vida para ustedes es tan efímera, pero no eres
el único responsable, solo fuiste un instrumento en la causalidad de cada una
de las elecciones que esos hombres fueron tomando en el transcurso de sus vidas.
Incluso esta misma mañana ellos pudieron haber elegido no salir de
sus camas, pero fue más su orgullo y determinación para presentarte ante ti.
Ya en el campo de batalla, fuiste un mejor guerrero, tuviste más
hambre de vivir y por supuesto tuviste más suerte, esas son las únicas
diferencias entre esos cuerpos que yacen sin vida y tú.”
Svaerd le dio al chico un golpecillo en el pecho se reincorporó y
agregó:
“Prepárate nos marchamos mañana después de recibir nuestro pago,
claro eso solo si decides seguir mi camino, pero considera que la vida que he
elegido es la de vender mi espada en cada lugar donde se me ofrezca una batalla
que me proporcione un reto, de seguirme esa es la única vida que puedo
ofrecerte llevar, un camino riesgoso pero harto de emoción, no es acaso eso el
sentido de la vida.
Svaerd finalmente le dio una palmada en el hombro y se encaminó a
seguir con la celebración, pero antes dio medio vuelta caminó de regreso hasta
el joven, le acarició cariñosamente la cabeza y le dijo:
“Estoy muy orgulloso de ti, eres un digno vástago de tus padres.”
Para cuando el sol comenzaba a salir, en el momento en que Svaerd
le daba unas monedas al hombre que había alimentado a sus caballos durante su
estancia en Valencia, Diego se presentó ante su mentor, le dio un fuerte
abrazo, luego montó su caballo y le dijo a Svaerd:
“Me gustaría escoger las batallas, si voy a pelear a muerte con
alguien al menos quiero sentirme identificado con la causa.”
El Elfo ya había abordado también a su corcel cuando respondió:
“Que no te quepa ninguna duda que solo pelearás cuando quieras
hacerlo, te lo garantizo, nunca te llevaré a una guerra sin tu voluntad, pero
no debes engañarte, yo estoy consciente del porque luchó, ¿acaso lo estás tú?
Yo lo hago porque la batalla es el alimento que me hace sentir
vivo, además sabes que mi condición hace que ningún mortal pueda privarme de la
vida, pero si tú has elegido esta senda en algún momento de tu vida deberás
reconocer que lo haces por ti y no por lo honorable de la causa, pues con el
tiempo podrás constatar que cada guerra es tan estúpida como los mortales que
arriesgan su vida en ellas.”
Guiscardo escuchó cada una de aquellas palabras que resonaron en
su mente como si hubieran sido pronunciadas en ese momento por el hombre que
yacía tendido entre los escombros de Dacnomanía, entonces soltó la mano de
aquel extraño sujeto rompiendo el lazo que se había creado entre ellos
permitiéndole al chico viajar a los recuerdos de aquel extraño hombre.
El atónito niño permaneció sentado por un instante al lado de
aquel insólito sujeto, el cual ahora gracias a la conexión que se había
establecido entre ellos, sabía que no se trataba de un viajero de una galaxia
muy lejana, sino el más grande guerrero elfo en la historia del Reino Etéreo,
el cual había abandonado un magnifico mundo de magia solo para buscar el placer
de la aventura en el mundo de los mortales.
Cuando salió de su letargo el joven intentó incorporar a Svaerd ,
pero el sujeto seguía sin reaccionar, desesperado el chico le gritó, vertió
agua sobre su rostro e incluso le propinó dos fuertes bofetadas, pero el Elfo
no se sobrepuso al sopor que lo tenía cautivo, entonces Ricardo se puso de pie
y contempló con suma tristeza al Elfo, el carácter del joven Guiscardo era
fuerte, sin embargo contemplando como el brillo de aquel fantástico ser iba
menguando comprendió que no había nada que hacer por él, pues en los ojos de
aquel otrora digno guerrero, los cuales en las memorias que compartieron le
habían parecido tener el esplendor de la mirada de un león, ya no existía
ningún atisbo de ansía por aferrarse a la vida, de aquel majestuoso guerrero
lleno de dignidad ahora tan solo quedaba una sombra.
Finalmente Roberto hizo por él lo único que en esos momentos podía
realizar para honrarlo, así que fue apilando nuevamente las piedras que le
cubrían y que ahora constituirán para Svaerd su modesto sepulcro. Cuando el
joven terminó de empedrar el cuerpo sin vida del Elfo, se despidió por última
vez de aquel sujeto con el cual ahora sentía una extraña conexión, entonces el
chico vio que de las piedras emergía un singular brillo.
Con presteza apartó desesperado las piedras que cubrían el sitio
del cual había surgido la luz, una a una las fue tirando hasta que pudo ver que
la misma no había emergido del Elfo, sino de una hermosa espada bastarda, la
cual por los recuerdos compartidos con Svaerd el chico supo que era un arma
larga también conocida como espada de mano y media, usada en la Europa medieval.
Después de haber vuelto a cubrir
el cuerpo del elfo, Roberto Guiscardo blandió con inusitada maestría aquella
arma, seguramente desde el lugar donde el Señor de las Espadas se encontrará en
el olvido sonreiría ante aquella imagen. Valencia, 20 de octubre del año de 1094.
Los caballos relincharon con sonoridad cuando aquel hombre muy
alto, de bronceada piel oculta de las curiosas miradas por vendas que
rodeaban todo su cuerpo dejándole descubiertos únicamente los ojos, así como el
joven que lo acompañaba descendieron de ellos.
Hasta aquel dúo se habían acercado varios vasallos del Príncipe,
mismos que con diligencia se acomidieron a prestarles atención, dándoles un
recipiente que contenía agua fresca, la cual no fue aceptada por el adulto pero
si bebida con desesperación por el sediento chico, mientras el resto de siervos
alimentaban a los caballos, uno de ellos hizo un reverencia al hombre y les
pidió a ambos que lo acompañaran hacia un enorme salón al interior de un
castillo ubicado a unos cuantos metros de ellos.
Mientras aquel hombre de extrañas ropas y singular apariencia y su
joven acompañante avanzaban por un largo pasillo en el que innumerables
antorchas habían logrado vencer a la obscuridad, era observado con sumo respeto
por un nutrido grupo de soldados que esperaban el resultado de la reunión a la
que el dúo se dirigía, no se trataba de una deferencia cualquiera sino de
aquella admiración que entre los hombres que abrazan la profesión de las
armas solo puede ganarse al fervor de la batalla.
Respecto a aquel individuo existían diversas leyendas pero la más
célebre entre las tropas era la que explicaba el porqué de su singular
apariencia, como ocurre con todo mito a nadie le constaba que aquello hubiera
ocurrido realmente, sin embargo cada uno de los soldados la narraba como si
realmente la hubiera presenciado de primera mano.
En tierras lejanas al norte de Europa, el admirado guerrero
enfrentó a las huestes del Rey Harald el despiadado, quien enloqueció de furia
al ver como éste había nadado solo hasta donde se encontraban sus Drakars
quemando cada uno de ellos en pleno mar, sin que siquiera uno hubiera podido
tocar la costa, en venganza Harald puso un alto precio a su cabeza haciendo que
escasos días después de la hazaña fuera capturado, fue amarrado al tronco de un
enorme y marchito árbol, en cuya base encendieron una inmensa pira, entonces el
rey nórdico trastornado por la furia le imploró a Loki que dotará a aquellas
llamas de un poder sobrenatural para que su enemigo ardiera por toda la
eternidad.
Para cuando Harald recuperó la razón y abandonó temeroso el lugar,
sus guerreros fatalmente pudieron percatarse que ni aquel fuego pudo acabar con
el valeroso guerrero, el cual en cuanto se hubieron quemado las sogas que
lo mantenían unido al ardiente árbol pasó por la espada a todos sus enemigos,
sobreviviendo solo Harald por haber partido anticipadamente al creer muerto a
su rival.
El aguerrido guerrero sobrevivió pero su cuerpo estaba condenado a
arder eternamente, es por ello que ahora lo cubría con vendas que evitaban que
los ojos se posaran en su evidente deformidad, aquellos que habían podido ver a
través de un resquicio en sus vendajes aseguraban que el cuerpo del bravo
sujeto aún brillaba con intensidad cobriza.
Al final del extenso pasillo, se llegaba a una enorme estancia
que se encontraba bajo el bullicio de un nutrido grupo de soldados, los
que se situaban alrededor de una mesa presidida por un hombre barbado de
majestuosa presencia, el cual daba indicaciones enérgicamente al resto de
la comitiva a través de variados mapas que se encontraban sobre la mesa.
En cuanto aquel sujeto se percató de la llegada de los visitantes,
dejó de verter los argumentos que con majestuosidad resonaban en aquel salón,
retiró con prisa su silla y se encaminó a brindarle un sincero y sonoro abrazo
a aquel alto y extraño hombre, al que le dijo entre risas:
“Es un gusto verte viejo amigo, a pesar de resistirme a creerlo,
debo confesar que por unos instantes pensé que eran ciertos los comentarios de
las tropas y que por primera vez Svaerd, el señor de las espadas, había huido a
hurtadillas por la noche para no hacer frente a la inminente batalla.”
El resto de los hombres que aún se encontraban sentados alrededor
de la enorme mesa, celebró festivamente aquel comentario, uniéndose todos
a las risas de su líder, entonces el Elfo respondió sonoramente para que todos
los presentes lo escucharan:
“Bien sabe su majestad la razón de mi partida, estaba cumpliendo
precisamente lo que me encomendó, sin embargo a pesar de ello debo disculparme
por el evidente inconveniente que le ha provocado mi tardanza.”
Svaerd volteó a ver a todos los que se encontraban en la mesa,
señalando:
“O es que acaso ninguno de vosotros queridos compañeros se ha
percatado de una peculiaridad en el semblante de nuestro líder, algo que
seguramente ninguno había visto antes en Don Rodrigo Díaz de Vivar.
Siguen sin poder verlo, pongan atención vean directamente a sus
ojos y notaran como aún denotan el terror ante la incertidumbre de enfrentar la
cruenta batalla que inminentemente se desatará en unas horas, sin contar
entre sus huestes con el mejor guerrero que esta tierra ha visto.
Ya debe estar tranquilo Don Rodrigo, ahora estoy aquí para
proteger a esta ilustre congregación de timoratos”
Tras un breve e incomodo silencio, los oficiales rieron solo hasta
el momento en que Don Rodrigo liberó la carcajada ocasionada por la puya con la
cual Svaerd le había respondido hacia escasos segundos, entonces el Elfo,
añadió con sincera deferencia a su amigo:
“Debo reportarle su majestad que las tropas almorávides aún
permanecen en quietud, llevan una semana a esa misma distancia en su real
instalado a las afueras de Quart de Poblet, es evidente que Abu Abdalá Muhammad
no tiene ninguna prisa por hacer frente a la furia del Sidi, Ludriq
Al-Qanbiyatur.”
Don Rodrigo volteó a ver a sus más cercanos partidarios y
con la faz llena de orgullo, exclamó:
“Entonces ahora, además de Campeador, el enemigo me llama Sidi,
ese es un enorme honor para alguien que nunca abrazará la ley de Mahoma.”
Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo en secreto:
“Creo que he exagerado un poco, la verdad es que a pesar que te
respetan enormemente como enemigo jamás podrán llamarte así,
pues como bien sabes ese es un titulo que solo reservan para sus
dirigentes, sin embargo en tu propia mesnada cuentas con la lealtad
de muchos sarracenos, todos indiscutiblemente fieles al príncipe de Valencia,
los cuales desde hace algún tiempo han comenzado a llamarte así, para todos los
mozárabes tal titulo ha derivado a Cid, lo cual indiscutiblemente es bueno para
el ánimo de nuestras tropas.”
La conversación entre Don Rodrigo y Svaerd fue interrumpida pues
alguien en la mesa comenzó un grito que fue seguido por toda la concurrencia:
“Rodrigo Díaz de Vivar,
Príncipe de Valencia,
nuestro Cid Campeador.”
Entre la algarabía del griterío toda la presión que había sido
acumulada durante una semana de sitio fue liberada con aquel estallido de
júbilo que finalizó con una emotiva y sincera ovación dedicada al líder al cual
le confiaban sus vidas y la de todos cuantos se encontraban en la ciudad que
protegían.
Fue el mismo Cid Campeador, quien después de hacer un gesto de
agradecimiento, acalló aquella algarabía, al señalar:
“Basta de charla insulsa, todos aún tenemos mucho que hacer,
para llevar a cabo lo que hemos planeado y acabar de una vez por todas con este
maldito asedio de los sarracenos.”
Invito al Elfo a caminar a su lado y le dijo mientras se dirigían
hacia otra sala del palacio:
“Svaerd, espero que tu viaje haya sido fructífero y hayas conseguido
lo que te pedí, si vale tan solo la mitad de lo mucho que lo has afamado estaré
más que complacido, y por supuesto serás altamente recompensado viejo
mercenario de mil batallas.”
Svaerd sonrió con satisfacción y señalando al joven que lo
había acompañado en su viaje, un muchacho de aproximadamente dieciséis años,
complexión regular, tez blanca y cabello castaño sin ningún otro rasgo en
particular que lo dotara de alguna singularidad, le dijo al Cid:
“Aquel, es Diego Aliatar de La Sagra.”
Don Rodrigo fijo su atención en el muchacho durante varios
segundos, esperando que el tiempo lograra cambiar la primera impresión que le
había causado, pero mientras más lo veía incluso más ordinario le parecía,
entonces le dijo con un cierto tono de molestia al Elfo:
“Siempre he confiado en tu juicio viejo amigo, pero en verdad no
creo que él sea el indicado, no solo es un chaval sino que no encuentro nada
especial en el, no considero que tenga los tamaños suficientes para una
misión de tal envergadura, no pondré en riesgo mis planes y a la ciudad
misma por confiar en un joven, ni siquiera porque seas tú quien tanto lo
elogia.”
Svaerd no respondió se limitó a ver al joven, quien se encontraba
perdido en sus propias cavilaciones mientras apretaba la empuñadura de su
espada, un arma que el mismo chico había forjado en su antiguo hogar en el
pequeño pueblo de Huerta de Valdecarábanos en Toledo, totalmente ajeno a
aquella platica que sobre él se sostenía, después de ver a su protegido
el Elfo dirigió su mirada al Cid sin entender como Don Rodrigo no podía
ver lo mismo que el encontraba en aquel joven, entonces le dijo al Príncipe de
Valencia:
“Es su elección campeador, sin embargo debo decirle que sin duda
alguna a ese joven sería al único que le confiaría mil veces mi propia vida en
el campo de batalla.
Su padre, Don Francisco Javier Aliatar Derderían y su
madre Doña Diana De la Sagra, fueron los amigos más queridos que he
tenido, el mal destino me los arrebató, conozco a Diego desde el día que nació,
pero no se confunda por ese hecho pues ello no nubla en ningún momento mi
juicio.
Por supuesto que tras la primer ojeada, solo veo lo mismo que
usted, él no luce como el más fuerte, ni el más alto, debo confesar que ni
siquiera es el más hábil espadachín que he visto, incluso reconozco también que
no habría nada especial en él si no fuera por una condición, la cual le brinda
gran singularidad a su espíritu.
Así que no voy a hacerle perder el tiempo, se que no dispone del
él, así que omitiré mencionar más palabras para convencerle, en cambio le
brindaré la dicha de comprobarlo por usted mismo, para lo cual le solicito que
llame a tres de sus mejores guerreros para que enfrenten al chico, ordéneles
que no se contengan ante él y por favor no lo subestime por su sola presencia
así que le aconsejo convocar a los más fuertes.”
Como inmediata respuesta a la orden del Cid, tres enormes
guerreros emergieron de entre la multitud, en cuanto se acercaron al Príncipe
de Valencia éste solicitó que les fueran llevadas armas de madera, de las
mismas que eran usadas usualmente solo en los entrenamientos.
Para cuando se situaron justo enfrente de Diego Aliatar, a quien
le había sido proporcionada también una espada de entrenamiento, los tres
experimentados soldados escucharon la instrucción del Cid:
“Apaleen al Joven.”
Después con evidente molestia volteó a ver a Svaerd, señalando a
forma de reclamo:
“Recuérdale en el futuro a lo que quede del chaval, que tú fuiste
quien pidió esto para él.”
Los primeros embates de los tres hombres, los cuales superaban al
chico por más de quince centímetros de estatura, fueron detenidos con
dificultad por Diego, quien con enorme velocidad presentó inmediata respuesta a
sus contrincantes intentando tomar la ofensiva, logrando cumplir su objetivo al
asestar un golpe hacia el más grande de ellos, el cual no dio muestras de ni
siquiera haber sentido un poco de comezón por el golpe del chico, sin
amedrentarse ante el fracaso de su ataque Aliatar de La Sagra se lanzó en
contra de otro de sus adversarios, sin embargo el hábil guerrero fue mucho más
veloz que el muchacho, quien recibió un fuerte golpe en el estomago que lo
derribó al haberle sacado completamente el aire.
Ante la exclamación de los que presenciaban aquella desigual
lucha, al contemplar al chico tendido en el suelo con evidente molestia Don Rodrigo
volvió a recriminar nuevamente con la mirada a Svaerd.
En el momento en que los tres experimentados soldados iban a
deponer las armas para dar fin a aquel dispar combate, un adolorido Diego se
puso de pie, levantado el arma para indicarles que la lucha continuaba, entre
sonoras risas los hombres reiniciaron su ataque en contra del joven, quien
nuevamente fue oponiéndose a los primeros movimientos de sus rivales con
habilidad, sin embargo tras lograr frenarlos por un instante de nueva cuenta
uno de las estocadas logró llegar a su objetivo, propinándole a Diego un
poderoso golpe que le obligó a soltar la espada de entrenamiento, la cual al
caer resonó ante el silencioso grupo que presenciaba la contienda.
A pesar de ser evidente la forma en que el chico había resentido
aquel poderoso golpe que había amoratado su brazo, el joven de inmediato
recogió su arma y se lanzó nuevamente en contra de sus adversarios consiguiendo
en esta vez alcanzar nuevamente a uno de ellos, propinándole ahora un golpe que
si bien no le originó un daño mayor fue evidente que el curtido guerrero ahora
si lo resintió, pues como respuesta resopló con notoria molestia.
Los tres fogueados combatientes atacaron nuevamente al chico quien
ahora fue frenando con mayor habilidad cada uno de los movimientos que ya antes
había enfrentado, al notar que el joven dominaba cada una de sus estocadas
menos elaboradas, el más grande de los hombres realizó un giro que desconcertó
totalmente a Diego, dejándole sin defensa ante el brutal golpe de aquel enorme
sujeto, mismo que se impactó entre los parietales del cráneo del muchacho, el
cual ante el grito de expectación de la muchedumbre intento con todas sus
fuerzas no ceder ante las sombras que nublaban con celeridad su vista.
A pesar del gran esfuerzo del chico, todo su coraje no fue
suficiente para evitar que éste se desplomara a punto de perder el
conocimiento, en esos momentos y ante el aparatoso impacto, el Cid dio un paso
al frente con la intención de encaminarse a poner fin a aquella paliza, pero
fue detenido por Svaerd quien sujetó el brazo de Don Rodrigo, pidiéndole que
aún tuviera un poco de paciencia.
Pasaron varios segundos en que los atónitos adversarios de Diego
no supieron si debían finiquitar aquella desigual lucha rematando al chico o si
debían acudir en su auxilio, instantes que el brioso joven aprovecho para
recuperarse y ante la expectante mirada de todos ponerse de pie para levantar
nuevamente su espada y atacar de nueva cuenta a los estupefactos
guerreros que se encontraban frente a él.
Para desgracia del chico, la historia se repitió tres veces
más con iguales resultados, Diego plantó cara a la batalla con más
maestría que en las ocasiones anteriores sin embargo no la suficiente
como para cambiar el resultado de la contienda, en la primera ocasión el chico
fue derribado con un golpe en la espalda, en la segunda perdió el aire por un
impacto en el estomago y finalmente la espada de madera se topó de frente con
el rostro del muchacho.
Invariablemente y a pesar del daño que le había sido infringido,
el chico se levantó en cada una de las ocasiones para seguir pelando, tal como
lo hizo en esa cuarta ocasión en la que sus maravillados oponentes le
dirigieron una sincera mirada de respeto sin ningún deseo de seguir
levantando sus armas en contra del valeroso muchacho.
En esos instantes Svaerd, tomó el hombro de Don Rodrigo y con un
ademán lo invito a detener la batalla, el Cid ordenó a sus soldados que
depusieran las armas, lo cual fue recibido de buena gana por cada uno de los
tres combatientes, quienes ya no tenían animo de seguir apaleando a aquel joven
que había perdido sin lugar a dudas aquella contienda pero invariablemente se
había ganado el respeto de todos y cada uno de los experimentados guerreros que
abarrotaban aquel salón.
Mientras los gritos de alabanza al muchacho resonaban en la sala,
Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo señalando al lugar en donde
apenas hace unos instantes se había llevado a cabo aquella carnicería:
“Su majestad acaba de presenciar lo que hace tan especial a Diego
Aliatar de La Sagra.
El por ningún motivo y bajo ninguna condición, jamás se rinde.
Esa es la razón por la que en tierras lejanas lo llamarón Bennu.”
Ante aquellas palabras Don Rodrigo le dio un abrazo al Elfo
y le dijo con una enorme sonrisa de satisfacción:
“No sé si acabo de presenciar una de las más grandes muestras de
virtud o uno de las más enormes signos de estupidez.
Por supuesto que el chaval es el idóneo para la encomienda, te lo
agradezco viejo camarada de armas, nuevamente me has servido bien.
Ve que tú muchacho reciba la atención necesaria, será requerido
mañana a primera hora, cuando termines te veré en la plaza de la Almoina,
estaré ahí observando el vuelo de las aves, tengo que dejar Valencia esta misma
noche.”
Al atardecer Svaerd se dirigió al encuentro del Príncipe de
Valencia, quien se encontraba prácticamente solo al centro de la plaza con la
mirada directamente al cielo estudiando con detenimiento el vuelo de las aves,
en cuanto el Elfo llegó hasta él le dijo con camaradería:
“Es curioso ver que el campeón de Valencia siga siendo afecto a la
Ornitomancia, siento asegurarle digno señor que de ninguna manera podrá ver el
futuro en el movimiento a vuelo de esos animales.
Usted mejor que nadie Don Rodrigo sabe que el futuro no se
observa, se forja.”
Sin apartar la mirada de las aves, el Cid le respondió a su
respetado amigo:
“Por supuesto que lo se Svaerd, sino de que manera éste huérfano
pudo conseguir que no nos encontremos sometidos a ninguno de los reyes de la
península.
Observa bien a mi guardia personal, siguen con exhaustiva atención
como estudio a las aves, la determinación con que lo hago ha logrado
convencerlos que puedo atestiguar el porvenir en ellas, pronto les anunciare
que he visto la victoria que tendremos mañana, ellos a su vez correrán a casa y
lo contaran a todo el pueblo, esa confianza se extenderá como una chispa que
aviva el fuego y para mañana el valor en todos y cada uno de los hombres y
mujeres de Valencia se habrá encendido como una llamarada.
Por ello sigo observando el vuelo de las aves, porque sus
movimientos en el cielo me permitirán mover el espíritu de mis guerreros.”
Svaerd se perdió unos instantes siguiendo también el vuelo de las
aves, hasta que le respondió al Cid:
“Viéndoles con detenimiento he podido notar que me señalan algo en
su vuelo, me indican que estoy al lado de uno de los más grandes estrategas con
los que he tenido la fortuna de luchar hombro a hombro.
En base a su voluntad y coraje, la ciudad ha soportado
magníficamente el asedio almorávide, en cuanto tuvo noticias de que el enorme
ejército enemigo se dirigía hacia aquí, hizo revisar y reparar los muros de la
ciudad y ordenó elaborar nuevas defensas amuralladas de tapial para proteger los sitios más vulnerables.
Sabedor que un ejército hambriento es un ejército débil reunió
provisiones, convenció a los señores y alcaides de la zona, tanto cristianos
como musulmanes a unirse en su nombre en defensa de Valencia, consiguiendo
reunir la mayor cantidad de guerreros posible que la premura permitía.
Sin embargo los aproximados seis mil valientes combatientes que le
seguirán hasta la muerte, deberán enfrentar al temible ejercito de Abu Abdallah
Muḥammad, el cual según me ha sido informado cuenta con cuatro mil jinetes de
caballería ligera, seis mil soldados de infantería, seiscientos guerreros
de infantería pesada andalusí, otro tanto igual de ballesteros y al frente de
todos ellos la temible guardia imperial de Yusuf ibn Tasufin.
Por si no fuera suficiente el temor de enfrentar a un ejército más
numeroso y mejor armado, existe también ante el sitio, el latente riesgo de
sedición de tus propias huestes, una situación que no resultaría en nada
extraordinaria en una ciudad en las que hace dos años cuando la conquistó, aún
muchos de sus quince mil habitantes resultaban proalmorávides.
Pero como siempre el campeador forjó el futuro, confiscó todas las
armas y objetos de hierro de la población y expulsó de la ciudad a todo
sospechoso de mostrar simpatías hacia sus enemigos, ahora se encuentra rodeado
mayoritariamente de fieles que resistirán valerosamente el asedio
por el tiempo que sea necesario y aquellos seguidores de Alá que aún se encuentran
en la ciudad no actuaran en su contra pues ha difundido que lo ejecutaría a
todos ellos al momento en que el ejercito de Abu Abdallah Muḥammad estuviera a
punto de tomar la ciudad.
Finalmente ha hecho creer a todos, aliados y enemigos, que en cualquier
momento acudirán en nuestra ayuda las tropas de Pedro I de Aragón y de Alfonso VI, cuando ni siquiera sabe si ellos se
dignaran en prestarnos auxilio, sin embargo con esa acción ha sembrado
confianza en sus partidarios y terror en sus oponentes.”
Svaerd apartó su mirada de las aves, le dio un abrazo al Cid y le
dijo:
“Admiro sus cualidades como guerrero, pero respeto aún más sus
atributos como líder, en un momento más anunciara que con sus cualidades
adivinatorias ha visto la victoria y todos seguirán sus planes por riesgosos
que estos puedan parecer.
Indudablemente le auguro la victoria Don Rodrigo Díaz de Vivar,
Cid Campeador de Valencia.”
Antes de abandonar la plaza Don Rodrigo confió sus planes a Svaerd
indicándole a detalle cual sería la importante tarea que en ellos
desempeñaría Diego de La Sagra, al regreso cuando todos cuestionaron al
príncipe de Valencia respecto a lo que le habían indicado las aves, el Cid les
gritó dichoso:
“Les he pedido a las magnificas aves que me mostraran lo que el
Cid y su ejército encontraran en el grandioso campamento de Abdallah Muḥammad y
ellas me han respondido gustosas.”
Hizo una ceremoniosa pausa y añadió:
“Cid Campeador, lo único que tu ejercito hallará en el campamento
enemigo es riqueza que acrecentará sus bienes y ajuar que ofrecerán a sus hijas
casaderas.”
Ante aquellas palabras la mesnada Valenciana estalló en júbilo al
visualizar la captura del magnífico botín que vendría seguido de la inminente
victoria que les estaba anticipando su respetado líder.
Al llegar la noche Don Rodrigo, Svaerd y más de tres cuartas
partes de su ejército se encontraban preparados para abandonar Valencia, antes
de partir, ya estando a bordo de Babieca su brioso corcel, el príncipe hizo
llamar a Diego Aliatar quien presto abandonó el grupo para acercarse hasta el
Cid, cuando el Joven estuvo frente a frente con él Campeador, éste le dijo al
muchacho:
“Qué tipo de acero es el que usas chaval”
El joven desenfundó una espada ancha muy diferente a las espadas
que eran usadas por la mesnada del Cid, la hoja era al inicio recta para
después curvarse en forma de u, teniendo el filo en la parte convexa, medía
alrededor de 60 centímetros formando los primeros 10 de ellos el mango, el cual
era sencillo careciendo de guardia y gavilanes.
Don Rodrigo hizo una ademan mediante el cual solicito al joven su
arma, la cual el Campeador blandió asestando dos o tres golpes al aire,
para entregarse de vuelta al joven, mientras le señalaba:
“Espero que tengas buen dominio de ella, te hará falta, más que
espada asemeja un hacha con ese filo externo, parece más el arma de un seguidor
de Alá que la de un fiel cristiano.”
Diego inclinó un poco la cabeza, respondiendo con sumo respeto:
“Deberá tener la seguridad mi señor, que a pesar de haber
presenciado cosas que seguramente otros no han visto soy un fiel seguidor de
Cristo, ese acero me fue otorgado como pago por un trabajo que mi maestro y yo
efectuamos en Bizancio, desde ese momento muchos seguidores de Alá han caído
bajo su hoja.”
El cid sonrió, hizo que Babieca diera una vuelta sobre su propio
eje, y le dijo al joven con voz serena:
“No lo mencione para ofenderte rapaz, no dudo de tu fe, ni de tu
lealtad, si así fuera no te estaría encomendado la delicada misión que te ha
sido requerida.”
Don Rodrigo desenfundo una de las armas que llevaba, lo vio con
cierta devoción y le dijo a Diego, mientras ponía la hermosa espada en sus
manos:
“Ves esta arma, la he llamado Tizona y por supuesto no es un acero
cualquiera, tiene la particularidad de hacerse tan fuerte como el brazo que la
sostiene, es por eso que en mis manos es un arma infalible y en las de mis
enemigos un pedazo de hierro inservible.
He visto el valor que hay en tus ojos, Diego Aliatar de La Sagra,
eres digno de empuñar a Tizona.”
El incrédulo chico tomó la espada y la blandió lleno de orgullo.
Al ver como el joven sostenía diligentemente aquel acero, el Cid
agregó:
“Si para mañana cuando estemos celebrando la victoria en el
campamento enemigo, sigues con vida, te entregare a Tizona como un
tributo por el valor de los servicios que le habrás prestado a Valencia.”
El chico dejó caer la Kopesh, enfundándose en el cinto a Tizona,
mientras le decía con seguridad al Cid:
“He visto el valor en sus ojos, Rodrigo Diaz de Vivar, Cid
Campeador, así como he visto el terror en los ojos de sus enemigos, a quienes
usted sería capaz de vencer incluso si fuera solo su cadáver el que estuviera
montando a Babieca.
Tengo la certeza que mañana la victoria será suya, así como no
tengo ninguna duda que para el siguiente día la estaré celebrando con usted,
así que si mi señor no tiene inconveniente me quedare desde este momento con
Tizona.”
Ante la ovación que aquel comentario provocó en la mesnada
del Cid, Don Rodrigo liberó una sonora carcajada, mientras levantaba en todo lo
alto a Colada, su otra espada tan querida, la cual tal como Tizona no era un
acero ordinario pues tenía el poder de infligir un terror sobrenatural en los
enemigos, pero esto solo cuando era blandida por un valeroso guerrero.
Con Colada en todo lo alto, el Campeador recorrió las calles
aledañas ante la arenga de la población, recordándoles que estarían seguros
bajo el resguardo de su valeroso ejército y que su partida obedecía a traer
consigo la ayuda de las tropas de Alfonso de Castilla y Pedro de Aragón, todos confiaban en el Cid,
pero algunos no pudieron alejar la intranquilidad que les provocaba ver como
Don Rodrigo partía en busca de ayuda con la mayoría del ejercito, dejando a la
defensa de la ciudad tan solo a unos cientos de hombres, que por valerosos que
fueran no podrían enfrentar solos a los miles de combatientes almorávides.
Mientras veía salir al Cid Campeador y a su mentor, Diego
Aliatar de La Sagra abrazó con fuerza a Tizona, al amanecer por fin
tendría oportunidad de mostrarles a ambos que la confianza que habían
depositado en él estaba justificada y que de esa manera podría comenzar a
emular toda la grandeza que el Elfo le había narrado tuvieron los padres del
muchacho antes de su fatal desenlace.
Valencia, el alba del 21 de octubre de 1094.
Con el anuncio de los primeros rayos del sol, la puerta de la
culebra, al oeste de la ciudad, se abrió de par en par para dejar salir a un
pequeño contingente de caballería encabezado por Diego Aliatar, al frente
de ellos, a pesar que los separaban del enemigo y el muy probable
encuentro con la muerte una distancia de más de cinco kilómetros, en su
imaginación podían prácticamente vislumbrar al enorme contingente enemigo, tal
como si se encontrara justo frente a ellos, aquel sentimiento de preocupación
hizo que incluso los nobles corceles acostumbrados a la batalla retrocedieron
ante aquella visión que se presentaba ante sus jinetes.
Diego controló con prestancia al caballo andaluz de color tordo
que montaba valeroso, volteó con enorme decisión para ver a los ojos a sus
compañeros de mesnada, entonces levantó su espada y tras unos segundos la
bajó dando la señal para dirigirse a todo galope hacia el este del
vecino poblado de Mislata, donde se encontraba la avanzada de las fuerzas
almorávides.
Los observadores de las fuerzas de Abu Abdallah Muḥammad que
se encontraban apostados a lo largo de los siete kilómetros que separaban a
Valencia de Quart de Poblet, lugar en el que estaban apostada la gran mayoría
del ejercito almorávide, en cuanto divisaron al pequeño grupo de caballería,
prestos se dirigieron a informar que las fuerzas del Cid cansadas del asedio
estaban llevando la batalla hasta ellos.
Abu Abdallah Muḥammad, tomó la noticia con tranquilidad e incluso
con cierta satisfacción, deseaba ya poner fin a aquel asedio y hacerse con la
victoria, pues estaba consciente que el ejercito del Cid resultaba inferior a
las fuerzas que el comandaba, sin embargo le preocupaba que su enemigo se
viera fortalecido por el ejercito de Alfonso VI o cualquier otro de los reyes
cristianos que acudieran en su apoyo, lo que comprometería lo que de otra forma
sería una cómoda victoria.
Sin ningún atisbo de duda Abu Abdallah, ordenó que el contingente
de ballesteros que se encontraba en Mislata tomará la primera línea de batalla,
situando en espera a un grupo de caballería ligera armados con arcos, superior
en número de tres a uno al que encabezaba Diego Aliatar, el cual sería
acompañado en ambos flancos por los soldados de elite de la guardia imperial de
Yusuf Ibn Tasufin, quienes listos para la persecución llevaban los corceles más
veloces.
La infantería y la infantería pesada que se encontraba ubicada en
Quart de Poblet se adelantó solo unos cuantos cientos de metros en dirección a
Mislata esperando el resultado de aquella primera escaramuza por si
resultaba necesario prestar apoyo.
Para cuando Diego y los valerosos soldados que le acompañaban
pudieron divisar la primera línea de ataque enemiga, apresuraron el paso hacia
el choque con aquel inicial contingente, para cuando estaban a aproximados
trescientos metros el joven ordenó a la mesnada que hicieran una línea lo más
extendida posible para que la inminente lluvia de flechas de los moros no
encontrara un conjunto en el cual realizar un fácil blanco.
Las mortales saetas resonaron en el viento buscando segar la vida
de aquellos valientes que enfrentaban a un ejército muy superior en número, los
equinos andaluces aguantaron estoicamente su marcha sin variar ni un ápice la
dirección a la que iban encaminados ante aquella fúnebre lluvia que chocó
contra los escudos que levantaban sus jinetes.
Aquel primer ataque almorávide resultó del todo infructuoso, al
ver venir con toda fuerza el impacto de aquella tormenta valenciana que se les
avecinaba inmisericorde, los ballesteros de Abu Abdallah comenzaron a
retroceder, en ese momento Diego y los caudillos que lo acompañaban estaban a
escasos cien metros, el choque que arrasó con los almorávides fue inevitable.
Zayd Bakar, el capitán de las tropas ubicadas en Mislata apretó
con furia los dientes y ordenó a la caballería ligera que trabará combate con
las fuerzas valencianas, las cuales al ver venir al grupo de arqueros y
lanceros montados a caballo, esperó al momento en que Diego Aliatar les
ordenó dar media vuelta en dirección a Valencia.
Los veloces caballos andaluces fueron forzados al máximo ante la
persecución de las fuerzas almorávides, al momento en que habían avanzado
aproximadamente quinientos metros, nuevamente Diego emitió una señal que hizo que
el disperso grupo se alineara en una estrecha formación, la cual nuevamente dio
la media vuelta para dirigirse en contra de sus perseguidores.
Con gran bravura la caballería almorávide mantuvo su formación
esperando el encuentro con las fuerzas del Cid, dejaron los arcos, lanzas y
ballestas para desenfundar sus espadas, pero el inexorable impacto no se
efectuó pues nuevamente Diego ordenó a sus fuerzas abrir líneas alejándose de
sus enemigos.
Las desconcertadas fuerzas de Zayd Bakar no pudieron hacer más que
también desbandarse para dar persecución a cada uno de los jinetes de la
mesnada del cid, la cual avanzó en todas direcciones solo por unos cuantos
metros para luego volver a unirse en dos grupos uno que marchó nuevamente hacia
Mislata y otro que partía de regreso a Valencia.
Los intrigados caballeros islamitas dejaron partir al grupo que
encabezaba Diego Aliatar sabedores que se encontrarían con los soldados de
elite de la guardia imperial de Yusuf Ibn Tasufin que algunos cientos de metros
más atrás comandaba Zayd Bakar, por lo que mantuvieron sus ordenes
iníciales y siguieron en persecución de los hombres que partieron de regreso a
Valencia.
El joven Aliatar de la Sagra, dispuso que se desenfundaran
nuevamente las espadas para poder hacer frente al embate de los experimentados
soldados de elite almorávides, los cuales al ver acercarse a las fuerzas
valencianas no salieron en su persecución sino que mantuvieron fielmente su
posición a ambos flancos esperando que fueran sus enemigos quienes tuvieran que
dividirse para llegar hasta ellos.
A pesar de las cercanía de las hueste de Valencia, las cuales
prácticamente pasarían por en medio de la caballería almorávide si esta no se
movía de su posición, Zayd Bakar impuso sus ordenes entre sus inquietos
hombres, el experimentado capitán moro temía que aquello se tratara de un
tornafuye, técnica creada precisamente por los mismos árabes pero recientemente
adoptada por los ejércitos cristianos peninsulares, la cual consistía en atraer
al ejercito sitiador mediante la carga de la caballería ligera, la cual antes
del choque con el poderoso enemigo, simulaba darse a la fuga, lo que provocaba
la persecución del ejercito más fuerte, el cual después de unos cientos de
metros de acoso veía como el aparentemente cobarde esquivo ejercito rival daba
media vuelta para atacarlo a distancia mediante flechas y lanzas, para
posteriormente darse nueva y definitivamente a la fuga, lo que dejaba al
enemigo con varias bajas en sus exhaustos hombres, los cuales habían perseguido
a un enemigo en apariencia más débil solo para encontrarse con la muerte.
Para el desconcierto del comandante islamita, Diego y sus hombres
continuaron de frente su camino pasando en medio de la guardia imperial, sin
embargo Zayd Bakar se mantuvo fiel a su decisión sostenido a sus jinetes en
aquella posición, sabedor que a medida que los valencianos se acercaran a Quart
de Poblet, enfrentarían sin esperanza alguna al grueso del ejecito del Emir, y
si acaso pretendían regresar en tornafuye se encontrarían atrapados mortalmente
entre estos y aquellos.
A medida que los valerosos caballos andaluces avanzaban dejando
atrás Mislata para avanzar hacia el real almorávide posicionado en las afueras
de Quart de Poblet, se hizo más evidente el tétrico estruendo de la piel
de los tambores que el ejercito de Yusuf Ibn Tasufin hacía resonar desde su
campamento, los equinos momentáneamente se pusieron en dos patas,
dificultando el continuar con la marcha, con excepción del que llevaba a Diego
Aliatar, el cual siguió aquel camino con el mismo semblante de tranquilidad de
su jinete como si entre ambos existiera una conexión mágica a pesar de ser
aquella la primera vez en que Diego lo montaba.
Para cuando el resto pudo ejercer suficiente control para
reincorporarse a la marcha vieron como en el horizonte la siguiente avanzada
formada por elementos de caballería pesada almorávides se disponía contra
ellos, ubicándolos en una mortal trampa.
Se acercaba ya el medio día cuando Diego se encontró ante aquel
dilema, no podía seguir de frente pues irremediablemente serían arrasados por
la caballería almorávide armada con largas lanzas, aquello sería una
carnicería, sin embargo si optaban por regresar se verían atrapados entre los
dos grupos moros, ya que Zayd Bakar los esperaba en la retaguardia.
Diego detuvo la marcha de su bravo corcel, ordenando al resto que
hicieran lo mismo, con desconcierto el resto de valientes guerreros optó
por obedecer a quien el Cid había designado como su comandante, a pesar que
aquello no parecía más que un suicidio.
Aliatar de la Sagra les pidió que esperaran a su señal para
emprender la marcha, en el horizonte aquel torbellino islamita se acercaba
inexorablemente hacia ellos, el estruendo de tambores se hacía cada vez más
fuerte, cada uno de los guerreros valencianos alertaron a sus caballos
preparándolos para continuar a todo galope en cuanto vislumbraran la señal de
su comandante, sin embargo a pesar de tener prácticamente encima a la
caballería pesada mora a escasas decenas de metros, la orden de Diego parecía
no llegar.
Estoico el joven aguantó hasta que el enemigo estuvo a escasos
diez metros, entonces bajó nuevamente su espada ordenando la marcha en
dirección a Mislata, a medida que avanzaban con el enemigo a cuestas, Diego
ordenó que no marcharan a todo galope necesitaba que entre ambos grupos no
existiera prácticamente distancia, para confundirse como si ambos se tratarán
de un solo contingente.
Zayd Bakar pudo ver a la distancia la enorme nube de polvo
que indicaba que los jinetes valencianos se dirigían nuevamente en su contra,
sin siquiera poder imaginar que aquellos valientes hombres hubieran esperado al
momento en que prácticamente se diera el choque con la caballería pesada del
Emir, con fundamento consideró que solamente era el ejercito ibérico el que se
acercaba a ellos, entonces ordenó que ambos contingentes situados a ambos
flancos formaran una sola línea, la cual guardó sus hierros sedientos de
sangre, para armarse con los arcos y ballestas que cada uno llevaba.
En el trayecto entre Mislata y el lugar donde se encontraba la
caballería pesada del Emir, el joven toledano había recordado exactamente
ciertas marcas en el camino, las cuales le pudieran indicar la distancia a la
cual se encontraba de la guardia de elite de Yusuf Ibn Tasufin, cuando vio
aquel álamo sin follaje, quemado desde la base del tronco, supo que estaba
aproximadamente a no más de trescientos metros de encontrarse atrapado entre
los dos contingentes almorávides, entonces ante aquel estruendo del galopar de
los caballos, ordenó tomar los escudos y hacer más lenta la marcha.
El comandante islamita consideró que aquel contingente que se
acercaba estaba ya a distancia suficiente para poder ser alcanzados por sus
letales flechas, así que dio la orden para iniciar el ataque, con beneplácito
se percató que las primeras víctimas de aquella bandada enemiga caían ultimadas
al polvoroso suelo, entonces vio como la avanzada de aquel contingente que
marchaba en dirección a la guardia de elite, se abría avanzando a ambos flancos
dejando en el centro a un numeroso grupo sobre el cual ordenó el segundo ataque.
Nuevamente las mortales saetas alcanzaron su objetivo dejando
nuevas víctimas tendidas en aquel camino, sin embargo no fueron suficientes
para frenar la marcha de aquel nutrido contingente.
Con un terror que jamás se había albergado antes en su corazón, el
valeroso Zayd Bakar, se percató que aquel grupo de caballería armado con
poderosas y largas lanzas que pronto arrasaría con sus bravos soldados, no era
otro que el de su propio Emir.
Reponiéndose con presteza al desconcierto de aquella carnicería
infligida a sus propios compañeros, los valientes almorávides sobrevivientes,
que aún superaban por mucho al grupo comandado por Diego Aliatar de la Sagra,
se lanzaron en contra del batallón Valenciano, el cual envuelto entre aquellos
cadáveres enemigos no tenía más opción que trabar combate.
En el fondo de su corazón el osado joven sabía que había cumplido
honorablemente con las instrucciones del Cid, había logrado separar a lo largo
de aquellos cinco kilómetros a las fuerzas del Emir Yusuf Ibn Tasufin, sin
embargo le embargaba la tristeza porque a pesar de sus esfuerzos él y sus
hombres finalmente hallarían en ese campo teñido de carmesí el frío y tétrico
abrazo de la muerte.
El cerrado combate hacía parecer que las fuerzas de ambos bandos
fueran iguales, los peninsulares pelearon con bravura haciendo retroceder a sus
también valerosos rivales, mientras la espada de Diego cruzó el corazón de su
enemigo, el joven al ver directamente a los ojos de aquel otro chico no mucho
mayor que aquel, no pudo dejar de pensar en cuan similares eran aquellos
hombres, no cabía duda para él que entre ese polvo no había ni héroes ni
villanos, solo individuos que pensaban con todo su ser que su causa era la
correcta, semejantes a los que por igual les emanaba una sangre de tintura
grana.
En esos momentos de duda en que Aliatar de la Sagra se percató que
estaba manchando de sangre sus manos sin tanto honor como él creía, pues
únicamente había vendido nuevamente su acero para pelear sin fundamento
defendiendo una causa que no era la propia, el terrorífico sonido de los
tambores cesó.
Durante varios minutos solo hubo desazón por ambos bandos, el que
aquel marcial y enloquecedor ritmo hubiera terminado solo podía significar dos
cosas, vida o muerte, vida para los triunfadores, muerte para los vencidos, dos
únicos destinos.
En aquellos momentos de exasperante espera, nadie levantó las
armas, en ninguno de aquellos feroces guerreros cabía el pleno desasosiego o la
plena certidumbre que para esa tarde podrían volver a fijar la vista en las
cosas que más amaban.
Tan solo unos instantes después entre una nube de locura y polvo
aquella batalla había terminado esfumándose con ella las aspiraciones del Emir
de llenarse de gloria recuperando Valencia de las manos del ya legendario Cid.
La noche anterior Don Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid campeador
había salido de Valencia para rodear el camino entre la amurallada metrópoli y
Quart de Poblet, desde hacía días había anunciado que pronto la sitiada ciudad
recibiría la ayuda de los monarcas Alfonso VI y Pedro de Aragón, algo que el
Cid sabía de antemano era falso, pero que provocó gran resquemor entre el
ejército Almorávide.
La mesnada del Cid que salió esa mañana de Valencia por la puerta
de la culebra tenía la misión de separar al ejército almorávide, el cual
durante las siguientes horas fue dando persecución al grupo que pensaban en el
peor de los casos no estaba haciendo más que un tornafuye.
Para el mediodía cuando el ejército islamita había roto su
formación a lo largo de los dos kilómetros que separaban a Mislata de Quart de
Poblet, se vieron sorprendidos en la retaguardia por un vertiginoso ataque por
parte de las fuerzas que comandaba el Cid Campeador.
El valeroso ejército africano sufrió el súbito desasosiego de ver
ilusoriamente diluida su ventaja numérica, al percatarse que un embravecido
ejército les atacaba por la zaga, jamás pudieron imaginar que se trataba del
propio ejercito del Cid el que los golpeaba con todas sus
fuerzas, la sinrazón se apoderó de los experimentados soldados almorávides
al pensar que ahora no solo tendrían que enfrentar el ataque que el Cid había
iniciado por la mañana en Mislata, sino que tendrían que oponerse también a los
ejércitos de Alfonso VI y Pedro de Aragón.
La locura se hizo presente, el real almorávide se desbandó en
todas direcciones, permitiendo una eficaz, determinante e inmediata victoria
que llenó aún más de gloria al Cid.
Antes del anochecer los héroes de Valencia estaban de vuelta en
casa, celebrando el fin del asedio islamita, en el centro de la celebración el
Cid Campeador era ampliamente felicitado por su triunfal estrategia, a lo lejos
sin unirse del todo a la celebración Diego Aliatar de La Sagra, seguía
limpiándose la sangre que yacía seca en sus manos.
Hasta el joven se acercó el alto hombre que había sido desde hacía
ya unos años toda la familia con la que el muchacho contaba, observó las manos
de Diego y le dijo:
“Si tú no hubieras acabado con sus vidas, ellos con seguridad
habrían acabado con la tuya.”
El joven lo vio recriminándole y le contestó:
“acaso es mi vida más valiosa que la de cada uno de ellos.”
Svaerd tomó el hombro del chico y le dijo;
“Para ti debe serlo, y sin duda para mí también lo es”
Añadiendo después de una breve pausa:
“Por supuesto que la sangre que derramaste en aquellas tierras
seria de más provecho si aún corriera en el interior de los cuerpos de cada uno
de esos valientes hombres, eso es evidente.
Muchas veces te he dicho que no existen destinos prescritos,
únicamente decisiones, elecciones sobre cuál será el camino que vas a
emprender, puedo asegurarte que cada uno de esos hombres eligió la senda de las
armas hace mucho tiempo.
Por supuesto eso no hace menos triste su muerte, pero lo cierto es
que no te hace a ti el único responsable, sin duda lo que hoy hiciste no te
convierte en ningún tipo de héroe que ha segado la vida de los terribles
villanos.
Tus acciones ocasionaron el fin de varias vidas, lo cual por
supuesto es tan triste pues la vida para ustedes es tan efímera, pero no eres
el único responsable, solo fuiste un instrumento en la causalidad de cada una
de las elecciones que esos hombres fueron tomando en el transcurso de sus vidas.
Incluso esta misma mañana ellos pudieron haber elegido no salir de
sus camas, pero fue más su orgullo y determinación para presentarte ante ti.
Ya en el campo de batalla, fuiste un mejor guerrero, tuviste más
hambre de vivir y por supuesto tuviste más suerte, esas son las únicas
diferencias entre esos cuerpos que yacen sin vida y tú.”
Svaerd le dio al chico un golpecillo en el pecho se reincorporó y
agregó:
“Prepárate nos marchamos mañana después de recibir nuestro pago,
claro eso solo si decides seguir mi camino, pero considera que la vida que he
elegido es la de vender mi espada en cada lugar donde se me ofrezca una batalla
que me proporcione un reto, de seguirme esa es la única vida que puedo
ofrecerte llevar, un camino riesgoso pero harto de emoción, no es acaso eso el
sentido de la vida.
Svaerd finalmente le dio una palmada en el hombro y se encaminó a
seguir con la celebración, pero antes dio medio vuelta caminó de regreso hasta
el joven, le acarició cariñosamente la cabeza y le dijo:
“Estoy muy orgulloso de ti, eres un digno vástago de tus padres.”
Para cuando el sol comenzaba a salir, en el momento en que Svaerd
le daba unas monedas al hombre que había alimentado a sus caballos durante su
estancia en Valencia, Diego se presentó ante su mentor, le dio un fuerte
abrazo, luego montó su caballo y le dijo a Svaerd:
“Me gustaría escoger las batallas, si voy a pelear a muerte con
alguien al menos quiero sentirme identificado con la causa.”
El Elfo ya había abordado también a su corcel cuando respondió:
“Que no te quepa ninguna duda que solo pelearás cuando quieras
hacerlo, te lo garantizo, nunca te llevaré a una guerra sin tu voluntad, pero
no debes engañarte, yo estoy consciente del porque luchó, ¿acaso lo estás tú?
Yo lo hago porque la batalla es el alimento que me hace sentir
vivo, además sabes que mi condición hace que ningún mortal pueda privarme de la
vida, pero si tú has elegido esta senda en algún momento de tu vida deberás
reconocer que lo haces por ti y no por lo honorable de la causa, pues con el
tiempo podrás constatar que cada guerra es tan estúpida como los mortales que
arriesgan su vida en ellas.”
Guiscardo escuchó cada una de aquellas palabras que resonaron en
su mente como si hubieran sido pronunciadas en ese momento por el hombre que
yacía tendido entre los escombros de Dacnomanía, entonces soltó la mano de
aquel extraño sujeto rompiendo el lazo que se había creado entre ellos
permitiéndole al chico viajar a los recuerdos de aquel extraño hombre.
El atónito niño permaneció sentado por un instante al lado de
aquel insólito sujeto, el cual ahora gracias a la conexión que se había
establecido entre ellos, sabía que no se trataba de un viajero de una galaxia
muy lejana, sino el más grande guerrero elfo en la historia del Reino Etéreo,
el cual había abandonado un magnifico mundo de magia solo para buscar el placer
de la aventura en el mundo de los mortales.
Cuando salió de su letargo el joven intentó incorporar a Svaerd ,
pero el sujeto seguía sin reaccionar, desesperado el chico le gritó, vertió
agua sobre su rostro e incluso le propinó dos fuertes bofetadas, pero el Elfo
no se sobrepuso al sopor que lo tenía cautivo, entonces Ricardo se puso de pie
y contempló con suma tristeza al Elfo, el carácter del joven Guiscardo era
fuerte, sin embargo contemplando como el brillo de aquel fantástico ser iba
menguando comprendió que no había nada que hacer por él, pues en los ojos de
aquel otrora digno guerrero, los cuales en las memorias que compartieron le
habían parecido tener el esplendor de la mirada de un león, ya no existía
ningún atisbo de ansía por aferrarse a la vida, de aquel majestuoso guerrero
lleno de dignidad ahora tan solo quedaba una sombra.
Finalmente Roberto hizo por él lo único que en esos momentos podía
realizar para honrarlo, así que fue apilando nuevamente las piedras que le
cubrían y que ahora constituirán para Svaerd su modesto sepulcro. Cuando el
joven terminó de empedrar el cuerpo sin vida del Elfo, se despidió por última
vez de aquel sujeto con el cual ahora sentía una extraña conexión, entonces el
chico vio que de las piedras emergía un singular brillo.
Con presteza apartó desesperado las piedras que cubrían el sitio
del cual había surgido la luz, una a una las fue tirando hasta que pudo ver que
la misma no había emergido del Elfo, sino de una hermosa espada bastarda, la
cual por los recuerdos compartidos con Svaerd el chico supo que era un arma
larga también conocida como espada de mano y media, uValencia, 20 de octubre del año de 1094.
Los caballos relincharon con sonoridad cuando aquel hombre muy
alto, de bronceada piel oculta de las curiosas miradas por vendas que
rodeaban todo su cuerpo dejándole descubiertos únicamente los ojos, así como el
joven que lo acompañaba descendieron de ellos.
Hasta aquel dúo se habían acercado varios vasallos del Príncipe,
mismos que con diligencia se acomidieron a prestarles atención, dándoles un
recipiente que contenía agua fresca, la cual no fue aceptada por el adulto pero
si bebida con desesperación por el sediento chico, mientras el resto de siervos
alimentaban a los caballos, uno de ellos hizo un reverencia al hombre y les
pidió a ambos que lo acompañaran hacia un enorme salón al interior de un
castillo ubicado a unos cuantos metros de ellos.
Mientras aquel hombre de extrañas ropas y singular apariencia y su
joven acompañante avanzaban por un largo pasillo en el que innumerables
antorchas habían logrado vencer a la obscuridad, era observado con sumo respeto
por un nutrido grupo de soldados que esperaban el resultado de la reunión a la
que el dúo se dirigía, no se trataba de una deferencia cualquiera sino de
aquella admiración que entre los hombres que abrazan la profesión de las
armas solo puede ganarse al fervor de la batalla.
Respecto a aquel individuo existían diversas leyendas pero la más
célebre entre las tropas era la que explicaba el porqué de su singular
apariencia, como ocurre con todo mito a nadie le constaba que aquello hubiera
ocurrido realmente, sin embargo cada uno de los soldados la narraba como si
realmente la hubiera presenciado de primera mano.
En tierras lejanas al norte de Europa, el admirado guerrero
enfrentó a las huestes del Rey Harald el despiadado, quien enloqueció de furia
al ver como éste había nadado solo hasta donde se encontraban sus Drakars
quemando cada uno de ellos en pleno mar, sin que siquiera uno hubiera podido
tocar la costa, en venganza Harald puso un alto precio a su cabeza haciendo que
escasos días después de la hazaña fuera capturado, fue amarrado al tronco de un
enorme y marchito árbol, en cuya base encendieron una inmensa pira, entonces el
rey nórdico trastornado por la furia le imploró a Loki que dotará a aquellas
llamas de un poder sobrenatural para que su enemigo ardiera por toda la
eternidad.
Para cuando Harald recuperó la razón y abandonó temeroso el lugar,
sus guerreros fatalmente pudieron percatarse que ni aquel fuego pudo acabar con
el valeroso guerrero, el cual en cuanto se hubieron quemado las sogas que
lo mantenían unido al ardiente árbol pasó por la espada a todos sus enemigos,
sobreviviendo solo Harald por haber partido anticipadamente al creer muerto a
su rival.
El aguerrido guerrero sobrevivió pero su cuerpo estaba condenado a
arder eternamente, es por ello que ahora lo cubría con vendas que evitaban que
los ojos se posaran en su evidente deformidad, aquellos que habían podido ver a
través de un resquicio en sus vendajes aseguraban que el cuerpo del bravo
sujeto aún brillaba con intensidad cobriza.
Al final del extenso pasillo, se llegaba a una enorme estancia
que se encontraba bajo el bullicio de un nutrido grupo de soldados, los
que se situaban alrededor de una mesa presidida por un hombre barbado de
majestuosa presencia, el cual daba indicaciones enérgicamente al resto de
la comitiva a través de variados mapas que se encontraban sobre la mesa.
En cuanto aquel sujeto se percató de la llegada de los visitantes,
dejó de verter los argumentos que con majestuosidad resonaban en aquel salón,
retiró con prisa su silla y se encaminó a brindarle un sincero y sonoro abrazo
a aquel alto y extraño hombre, al que le dijo entre risas:
“Es un gusto verte viejo amigo, a pesar de resistirme a creerlo,
debo confesar que por unos instantes pensé que eran ciertos los comentarios de
las tropas y que por primera vez Svaerd, el señor de las espadas, había huido a
hurtadillas por la noche para no hacer frente a la inminente batalla.”
El resto de los hombres que aún se encontraban sentados alrededor
de la enorme mesa, celebró festivamente aquel comentario, uniéndose todos
a las risas de su líder, entonces el Elfo respondió sonoramente para que todos
los presentes lo escucharan:
“Bien sabe su majestad la razón de mi partida, estaba cumpliendo
precisamente lo que me encomendó, sin embargo a pesar de ello debo disculparme
por el evidente inconveniente que le ha provocado mi tardanza.”
Svaerd volteó a ver a todos los que se encontraban en la mesa,
señalando:
“O es que acaso ninguno de vosotros queridos compañeros se ha
percatado de una peculiaridad en el semblante de nuestro líder, algo que
seguramente ninguno había visto antes en Don Rodrigo Díaz de Vivar.
Siguen sin poder verlo, pongan atención vean directamente a sus
ojos y notaran como aún denotan el terror ante la incertidumbre de enfrentar la
cruenta batalla que inminentemente se desatará en unas horas, sin contar
entre sus huestes con el mejor guerrero que esta tierra ha visto.
Ya debe estar tranquilo Don Rodrigo, ahora estoy aquí para
proteger a esta ilustre congregación de timoratos”
Tras un breve e incomodo silencio, los oficiales rieron solo hasta
el momento en que Don Rodrigo liberó la carcajada ocasionada por la puya con la
cual Svaerd le había respondido hacia escasos segundos, entonces el Elfo,
añadió con sincera deferencia a su amigo:
“Debo reportarle su majestad que las tropas almorávides aún
permanecen en quietud, llevan una semana a esa misma distancia en su real
instalado a las afueras de Quart de Poblet, es evidente que Abu Abdalá Muhammad
no tiene ninguna prisa por hacer frente a la furia del Sidi, Ludriq
Al-Qanbiyatur.”
Don Rodrigo volteó a ver a sus más cercanos partidarios y
con la faz llena de orgullo, exclamó:
“Entonces ahora, además de Campeador, el enemigo me llama Sidi,
ese es un enorme honor para alguien que nunca abrazará la ley de Mahoma.”
Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo en secreto:
“Creo que he exagerado un poco, la verdad es que a pesar que te
respetan enormemente como enemigo jamás podrán llamarte así,
pues como bien sabes ese es un titulo que solo reservan para sus
dirigentes, sin embargo en tu propia mesnada cuentas con la lealtad
de muchos sarracenos, todos indiscutiblemente fieles al príncipe de Valencia,
los cuales desde hace algún tiempo han comenzado a llamarte así, para todos los
mozárabes tal titulo ha derivado a Cid, lo cual indiscutiblemente es bueno para
el ánimo de nuestras tropas.”
La conversación entre Don Rodrigo y Svaerd fue interrumpida pues
alguien en la mesa comenzó un grito que fue seguido por toda la concurrencia:
“Rodrigo Díaz de Vivar,
Príncipe de Valencia,
nuestro Cid Campeador.”
Entre la algarabía del griterío toda la presión que había sido
acumulada durante una semana de sitio fue liberada con aquel estallido de
júbilo que finalizó con una emotiva y sincera ovación dedicada al líder al cual
le confiaban sus vidas y la de todos cuantos se encontraban en la ciudad que
protegían.
Fue el mismo Cid Campeador, quien después de hacer un gesto de
agradecimiento, acalló aquella algarabía, al señalar:
“Basta de charla insulsa, todos aún tenemos mucho que hacer,
para llevar a cabo lo que hemos planeado y acabar de una vez por todas con este
maldito asedio de los sarracenos.”
Invito al Elfo a caminar a su lado y le dijo mientras se dirigían
hacia otra sala del palacio:
“Svaerd, espero que tu viaje haya sido fructífero y hayas conseguido
lo que te pedí, si vale tan solo la mitad de lo mucho que lo has afamado estaré
más que complacido, y por supuesto serás altamente recompensado viejo
mercenario de mil batallas.”
Svaerd sonrió con satisfacción y señalando al joven que lo
había acompañado en su viaje, un muchacho de aproximadamente dieciséis años,
complexión regular, tez blanca y cabello castaño sin ningún otro rasgo en
particular que lo dotara de alguna singularidad, le dijo al Cid:
“Aquel, es Diego Aliatar de La Sagra.”
Don Rodrigo fijo su atención en el muchacho durante varios
segundos, esperando que el tiempo lograra cambiar la primera impresión que le
había causado, pero mientras más lo veía incluso más ordinario le parecía,
entonces le dijo con un cierto tono de molestia al Elfo:
“Siempre he confiado en tu juicio viejo amigo, pero en verdad no
creo que él sea el indicado, no solo es un chaval sino que no encuentro nada
especial en el, no considero que tenga los tamaños suficientes para una
misión de tal envergadura, no pondré en riesgo mis planes y a la ciudad
misma por confiar en un joven, ni siquiera porque seas tú quien tanto lo
elogia.”
Svaerd no respondió se limitó a ver al joven, quien se encontraba
perdido en sus propias cavilaciones mientras apretaba la empuñadura de su
espada, un arma que el mismo chico había forjado en su antiguo hogar en el
pequeño pueblo de Huerta de Valdecarábanos en Toledo, totalmente ajeno a
aquella platica que sobre él se sostenía, después de ver a su protegido
el Elfo dirigió su mirada al Cid sin entender como Don Rodrigo no podía
ver lo mismo que el encontraba en aquel joven, entonces le dijo al Príncipe de
Valencia:
“Es su elección campeador, sin embargo debo decirle que sin duda
alguna a ese joven sería al único que le confiaría mil veces mi propia vida en
el campo de batalla.
Su padre, Don Francisco Javier Aliatar Derderían y su
madre Doña Diana De la Sagra, fueron los amigos más queridos que he
tenido, el mal destino me los arrebató, conozco a Diego desde el día que nació,
pero no se confunda por ese hecho pues ello no nubla en ningún momento mi
juicio.
Por supuesto que tras la primer ojeada, solo veo lo mismo que
usted, él no luce como el más fuerte, ni el más alto, debo confesar que ni
siquiera es el más hábil espadachín que he visto, incluso reconozco también que
no habría nada especial en él si no fuera por una condición, la cual le brinda
gran singularidad a su espíritu.
Así que no voy a hacerle perder el tiempo, se que no dispone del
él, así que omitiré mencionar más palabras para convencerle, en cambio le
brindaré la dicha de comprobarlo por usted mismo, para lo cual le solicito que
llame a tres de sus mejores guerreros para que enfrenten al chico, ordéneles
que no se contengan ante él y por favor no lo subestime por su sola presencia
así que le aconsejo convocar a los más fuertes.”
Como inmediata respuesta a la orden del Cid, tres enormes
guerreros emergieron de entre la multitud, en cuanto se acercaron al Príncipe
de Valencia éste solicitó que les fueran llevadas armas de madera, de las
mismas que eran usadas usualmente solo en los entrenamientos.
Para cuando se situaron justo enfrente de Diego Aliatar, a quien
le había sido proporcionada también una espada de entrenamiento, los tres
experimentados soldados escucharon la instrucción del Cid:
“Apaleen al Joven.”
Después con evidente molestia volteó a ver a Svaerd, señalando a
forma de reclamo:
“Recuérdale en el futuro a lo que quede del chaval, que tú fuiste
quien pidió esto para él.”
Los primeros embates de los tres hombres, los cuales superaban al
chico por más de quince centímetros de estatura, fueron detenidos con
dificultad por Diego, quien con enorme velocidad presentó inmediata respuesta a
sus contrincantes intentando tomar la ofensiva, logrando cumplir su objetivo al
asestar un golpe hacia el más grande de ellos, el cual no dio muestras de ni
siquiera haber sentido un poco de comezón por el golpe del chico, sin
amedrentarse ante el fracaso de su ataque Aliatar de La Sagra se lanzó en
contra de otro de sus adversarios, sin embargo el hábil guerrero fue mucho más
veloz que el muchacho, quien recibió un fuerte golpe en el estomago que lo
derribó al haberle sacado completamente el aire.
Ante la exclamación de los que presenciaban aquella desigual
lucha, al contemplar al chico tendido en el suelo con evidente molestia Don Rodrigo
volvió a recriminar nuevamente con la mirada a Svaerd.
En el momento en que los tres experimentados soldados iban a
deponer las armas para dar fin a aquel dispar combate, un adolorido Diego se
puso de pie, levantado el arma para indicarles que la lucha continuaba, entre
sonoras risas los hombres reiniciaron su ataque en contra del joven, quien
nuevamente fue oponiéndose a los primeros movimientos de sus rivales con
habilidad, sin embargo tras lograr frenarlos por un instante de nueva cuenta
uno de las estocadas logró llegar a su objetivo, propinándole a Diego un
poderoso golpe que le obligó a soltar la espada de entrenamiento, la cual al
caer resonó ante el silencioso grupo que presenciaba la contienda.
A pesar de ser evidente la forma en que el chico había resentido
aquel poderoso golpe que había amoratado su brazo, el joven de inmediato
recogió su arma y se lanzó nuevamente en contra de sus adversarios consiguiendo
en esta vez alcanzar nuevamente a uno de ellos, propinándole ahora un golpe que
si bien no le originó un daño mayor fue evidente que el curtido guerrero ahora
si lo resintió, pues como respuesta resopló con notoria molestia.
Los tres fogueados combatientes atacaron nuevamente al chico quien
ahora fue frenando con mayor habilidad cada uno de los movimientos que ya antes
había enfrentado, al notar que el joven dominaba cada una de sus estocadas
menos elaboradas, el más grande de los hombres realizó un giro que desconcertó
totalmente a Diego, dejándole sin defensa ante el brutal golpe de aquel enorme
sujeto, mismo que se impactó entre los parietales del cráneo del muchacho, el
cual ante el grito de expectación de la muchedumbre intento con todas sus
fuerzas no ceder ante las sombras que nublaban con celeridad su vista.
A pesar del gran esfuerzo del chico, todo su coraje no fue
suficiente para evitar que éste se desplomara a punto de perder el
conocimiento, en esos momentos y ante el aparatoso impacto, el Cid dio un paso
al frente con la intención de encaminarse a poner fin a aquella paliza, pero
fue detenido por Svaerd quien sujetó el brazo de Don Rodrigo, pidiéndole que
aún tuviera un poco de paciencia.
Pasaron varios segundos en que los atónitos adversarios de Diego
no supieron si debían finiquitar aquella desigual lucha rematando al chico o si
debían acudir en su auxilio, instantes que el brioso joven aprovecho para
recuperarse y ante la expectante mirada de todos ponerse de pie para levantar
nuevamente su espada y atacar de nueva cuenta a los estupefactos
guerreros que se encontraban frente a él.
Para desgracia del chico, la historia se repitió tres veces
más con iguales resultados, Diego plantó cara a la batalla con más
maestría que en las ocasiones anteriores sin embargo no la suficiente
como para cambiar el resultado de la contienda, en la primera ocasión el chico
fue derribado con un golpe en la espalda, en la segunda perdió el aire por un
impacto en el estomago y finalmente la espada de madera se topó de frente con
el rostro del muchacho.
Invariablemente y a pesar del daño que le había sido infringido,
el chico se levantó en cada una de las ocasiones para seguir pelando, tal como
lo hizo en esa cuarta ocasión en la que sus maravillados oponentes le
dirigieron una sincera mirada de respeto sin ningún deseo de seguir
levantando sus armas en contra del valeroso muchacho.
En esos instantes Svaerd, tomó el hombro de Don Rodrigo y con un
ademán lo invito a detener la batalla, el Cid ordenó a sus soldados que
depusieran las armas, lo cual fue recibido de buena gana por cada uno de los
tres combatientes, quienes ya no tenían animo de seguir apaleando a aquel joven
que había perdido sin lugar a dudas aquella contienda pero invariablemente se
había ganado el respeto de todos y cada uno de los experimentados guerreros que
abarrotaban aquel salón.
Mientras los gritos de alabanza al muchacho resonaban en la sala,
Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo señalando al lugar en donde
apenas hace unos instantes se había llevado a cabo aquella carnicería:
“Su majestad acaba de presenciar lo que hace tan especial a Diego
Aliatar de La Sagra.
El por ningún motivo y bajo ninguna condición, jamás se rinde.
Esa es la razón por la que en tierras lejanas lo llamarón Bennu.”
Ante aquellas palabras Don Rodrigo le dio un abrazo al Elfo
y le dijo con una enorme sonrisa de satisfacción:
“No sé si acabo de presenciar una de las más grandes muestras de
virtud o uno de las más enormes signos de estupidez.
Por supuesto que el chaval es el idóneo para la encomienda, te lo
agradezco viejo camarada de armas, nuevamente me has servido bien.
Ve que tú muchacho reciba la atención necesaria, será requerido
mañana a primera hora, cuando termines te veré en la plaza de la Almoina,
estaré ahí observando el vuelo de las aves, tengo que dejar Valencia esta misma
noche.”
Al atardecer Svaerd se dirigió al encuentro del Príncipe de
Valencia, quien se encontraba prácticamente solo al centro de la plaza con la
mirada directamente al cielo estudiando con detenimiento el vuelo de las aves,
en cuanto el Elfo llegó hasta él le dijo con camaradería:
“Es curioso ver que el campeón de Valencia siga siendo afecto a la
Ornitomancia, siento asegurarle digno señor que de ninguna manera podrá ver el
futuro en el movimiento a vuelo de esos animales.
Usted mejor que nadie Don Rodrigo sabe que el futuro no se
observa, se forja.”
Sin apartar la mirada de las aves, el Cid le respondió a su
respetado amigo:
“Por supuesto que lo se Svaerd, sino de que manera éste huérfano
pudo conseguir que no nos encontremos sometidos a ninguno de los reyes de la
península.
Observa bien a mi guardia personal, siguen con exhaustiva atención
como estudio a las aves, la determinación con que lo hago ha logrado
convencerlos que puedo atestiguar el porvenir en ellas, pronto les anunciare
que he visto la victoria que tendremos mañana, ellos a su vez correrán a casa y
lo contaran a todo el pueblo, esa confianza se extenderá como una chispa que
aviva el fuego y para mañana el valor en todos y cada uno de los hombres y
mujeres de Valencia se habrá encendido como una llamarada.
Por ello sigo observando el vuelo de las aves, porque sus
movimientos en el cielo me permitirán mover el espíritu de mis guerreros.”
Svaerd se perdió unos instantes siguiendo también el vuelo de las
aves, hasta que le respondió al Cid:
“Viéndoles con detenimiento he podido notar que me señalan algo en
su vuelo, me indican que estoy al lado de uno de los más grandes estrategas con
los que he tenido la fortuna de luchar hombro a hombro.
En base a su voluntad y coraje, la ciudad ha soportado
magníficamente el asedio almorávide, en cuanto tuvo noticias de que el enorme
ejército enemigo se dirigía hacia aquí, hizo revisar y reparar los muros de la
ciudad y ordenó elaborar nuevas defensas amuralladas de tapial para proteger los sitios más vulnerables.
Sabedor que un ejército hambriento es un ejército débil reunió
provisiones, convenció a los señores y alcaides de la zona, tanto cristianos
como musulmanes a unirse en su nombre en defensa de Valencia, consiguiendo
reunir la mayor cantidad de guerreros posible que la premura permitía.
Sin embargo los aproximados seis mil valientes combatientes que le
seguirán hasta la muerte, deberán enfrentar al temible ejercito de Abu Abdallah
Muḥammad, el cual según me ha sido informado cuenta con cuatro mil jinetes de
caballería ligera, seis mil soldados de infantería, seiscientos guerreros
de infantería pesada andalusí, otro tanto igual de ballesteros y al frente de
todos ellos la temible guardia imperial de Yusuf ibn Tasufin.
Por si no fuera suficiente el temor de enfrentar a un ejército más
numeroso y mejor armado, existe también ante el sitio, el latente riesgo de
sedición de tus propias huestes, una situación que no resultaría en nada
extraordinaria en una ciudad en las que hace dos años cuando la conquistó, aún
muchos de sus quince mil habitantes resultaban proalmorávides.
Pero como siempre el campeador forjó el futuro, confiscó todas las
armas y objetos de hierro de la población y expulsó de la ciudad a todo
sospechoso de mostrar simpatías hacia sus enemigos, ahora se encuentra rodeado
mayoritariamente de fieles que resistirán valerosamente el asedio
por el tiempo que sea necesario y aquellos seguidores de Alá que aún se encuentran
en la ciudad no actuaran en su contra pues ha difundido que lo ejecutaría a
todos ellos al momento en que el ejercito de Abu Abdallah Muḥammad estuviera a
punto de tomar la ciudad.
Finalmente ha hecho creer a todos, aliados y enemigos, que en cualquier
momento acudirán en nuestra ayuda las tropas de Pedro I de Aragón y de Alfonso VI, cuando ni siquiera sabe si ellos se
dignaran en prestarnos auxilio, sin embargo con esa acción ha sembrado
confianza en sus partidarios y terror en sus oponentes.”
Svaerd apartó su mirada de las aves, le dio un abrazo al Cid y le
dijo:
“Admiro sus cualidades como guerrero, pero respeto aún más sus
atributos como líder, en un momento más anunciara que con sus cualidades
adivinatorias ha visto la victoria y todos seguirán sus planes por riesgosos
que estos puedan parecer.
Indudablemente le auguro la victoria Don Rodrigo Díaz de Vivar,
Cid Campeador de Valencia.”
Antes de abandonar la plaza Don Rodrigo confió sus planes a Svaerd
indicándole a detalle cual sería la importante tarea que en ellos
desempeñaría Diego de La Sagra, al regreso cuando todos cuestionaron al
príncipe de Valencia respecto a lo que le habían indicado las aves, el Cid les
gritó dichoso:
“Les he pedido a las magnificas aves que me mostraran lo que el
Cid y su ejército encontraran en el grandioso campamento de Abdallah Muḥammad y
ellas me han respondido gustosas.”
Hizo una ceremoniosa pausa y añadió:
“Cid Campeador, lo único que tu ejercito hallará en el campamento
enemigo es riqueza que acrecentará sus bienes y ajuar que ofrecerán a sus hijas
casaderas.”
Ante aquellas palabras la mesnada Valenciana estalló en júbilo al
visualizar la captura del magnífico botín que vendría seguido de la inminente
victoria que les estaba anticipando su respetado líder.
Al llegar la noche Don Rodrigo, Svaerd y más de tres cuartas
partes de su ejército se encontraban preparados para abandonar Valencia, antes
de partir, ya estando a bordo de Babieca su brioso corcel, el príncipe hizo
llamar a Diego Aliatar quien presto abandonó el grupo para acercarse hasta el
Cid, cuando el Joven estuvo frente a frente con él Campeador, éste le dijo al
muchacho:
“Qué tipo de acero es el que usas chaval”
El joven desenfundó una espada ancha muy diferente a las espadas
que eran usadas por la mesnada del Cid, la hoja era al inicio recta para
después curvarse en forma de u, teniendo el filo en la parte convexa, medía
alrededor de 60 centímetros formando los primeros 10 de ellos el mango, el cual
era sencillo careciendo de guardia y gavilanes.
Don Rodrigo hizo una ademan mediante el cual solicito al joven su
arma, la cual el Campeador blandió asestando dos o tres golpes al aire,
para entregarse de vuelta al joven, mientras le señalaba:
“Espero que tengas buen dominio de ella, te hará falta, más que
espada asemeja un hacha con ese filo externo, parece más el arma de un seguidor
de Alá que la de un fiel cristiano.”
Diego inclinó un poco la cabeza, respondiendo con sumo respeto:
“Deberá tener la seguridad mi señor, que a pesar de haber
presenciado cosas que seguramente otros no han visto soy un fiel seguidor de
Cristo, ese acero me fue otorgado como pago por un trabajo que mi maestro y yo
efectuamos en Bizancio, desde ese momento muchos seguidores de Alá han caído
bajo su hoja.”
El cid sonrió, hizo que Babieca diera una vuelta sobre su propio
eje, y le dijo al joven con voz serena:
“No lo mencione para ofenderte rapaz, no dudo de tu fe, ni de tu
lealtad, si así fuera no te estaría encomendado la delicada misión que te ha
sido requerida.”
Don Rodrigo desenfundo una de las armas que llevaba, lo vio con
cierta devoción y le dijo a Diego, mientras ponía la hermosa espada en sus
manos:
“Ves esta arma, la he llamado Tizona y por supuesto no es un acero
cualquiera, tiene la particularidad de hacerse tan fuerte como el brazo que la
sostiene, es por eso que en mis manos es un arma infalible y en las de mis
enemigos un pedazo de hierro inservible.
He visto el valor que hay en tus ojos, Diego Aliatar de La Sagra,
eres digno de empuñar a Tizona.”
El incrédulo chico tomó la espada y la blandió lleno de orgullo.
Al ver como el joven sostenía diligentemente aquel acero, el Cid
agregó:
“Si para mañana cuando estemos celebrando la victoria en el
campamento enemigo, sigues con vida, te entregare a Tizona como un
tributo por el valor de los servicios que le habrás prestado a Valencia.”
El chico dejó caer la Kopesh, enfundándose en el cinto a Tizona,
mientras le decía con seguridad al Cid:
“He visto el valor en sus ojos, Rodrigo Diaz de Vivar, Cid
Campeador, así como he visto el terror en los ojos de sus enemigos, a quienes
usted sería capaz de vencer incluso si fuera solo su cadáver el que estuviera
montando a Babieca.
Tengo la certeza que mañana la victoria será suya, así como no
tengo ninguna duda que para el siguiente día la estaré celebrando con usted,
así que si mi señor no tiene inconveniente me quedare desde este momento con
Tizona.”
Ante la ovación que aquel comentario provocó en la mesnada
del Cid, Don Rodrigo liberó una sonora carcajada, mientras levantaba en todo lo
alto a Colada, su otra espada tan querida, la cual tal como Tizona no era un
acero ordinario pues tenía el poder de infligir un terror sobrenatural en los
enemigos, pero esto solo cuando era blandida por un valeroso guerrero.
Con Colada en todo lo alto, el Campeador recorrió las calles
aledañas ante la arenga de la población, recordándoles que estarían seguros
bajo el resguardo de su valeroso ejército y que su partida obedecía a traer
consigo la ayuda de las tropas de Alfonso de Castilla y Pedro de Aragón, todos confiaban en el Cid,
pero algunos no pudieron alejar la intranquilidad que les provocaba ver como
Don Rodrigo partía en busca de ayuda con la mayoría del ejercito, dejando a la
defensa de la ciudad tan solo a unos cientos de hombres, que por valerosos que
fueran no podrían enfrentar solos a los miles de combatientes almorávides.
Mientras veía salir al Cid Campeador y a su mentor, Diego
Aliatar de La Sagra abrazó con fuerza a Tizona, al amanecer por fin
tendría oportunidad de mostrarles a ambos que la confianza que habían
depositado en él estaba justificada y que de esa manera podría comenzar a
emular toda la grandeza que el Elfo le había narrado tuvieron los padres del
muchacho antes de su fatal desenlace.
Valencia, el alba del 21 de octubre de 1094.
Con el anuncio de los primeros rayos del sol, la puerta de la
culebra, al oeste de la ciudad, se abrió de par en par para dejar salir a un
pequeño contingente de caballería encabezado por Diego Aliatar, al frente
de ellos, a pesar que los separaban del enemigo y el muy probable
encuentro con la muerte una distancia de más de cinco kilómetros, en su
imaginación podían prácticamente vislumbrar al enorme contingente enemigo, tal
como si se encontrara justo frente a ellos, aquel sentimiento de preocupación
hizo que incluso los nobles corceles acostumbrados a la batalla retrocedieron
ante aquella visión que se presentaba ante sus jinetes.
Diego controló con prestancia al caballo andaluz de color tordo
que montaba valeroso, volteó con enorme decisión para ver a los ojos a sus
compañeros de mesnada, entonces levantó su espada y tras unos segundos la
bajó dando la señal para dirigirse a todo galope hacia el este del
vecino poblado de Mislata, donde se encontraba la avanzada de las fuerzas
almorávides.
Los observadores de las fuerzas de Abu Abdallah Muḥammad que
se encontraban apostados a lo largo de los siete kilómetros que separaban a
Valencia de Quart de Poblet, lugar en el que estaban apostada la gran mayoría
del ejercito almorávide, en cuanto divisaron al pequeño grupo de caballería,
prestos se dirigieron a informar que las fuerzas del Cid cansadas del asedio
estaban llevando la batalla hasta ellos.
Abu Abdallah Muḥammad, tomó la noticia con tranquilidad e incluso
con cierta satisfacción, deseaba ya poner fin a aquel asedio y hacerse con la
victoria, pues estaba consciente que el ejercito del Cid resultaba inferior a
las fuerzas que el comandaba, sin embargo le preocupaba que su enemigo se
viera fortalecido por el ejercito de Alfonso VI o cualquier otro de los reyes
cristianos que acudieran en su apoyo, lo que comprometería lo que de otra forma
sería una cómoda victoria.
Sin ningún atisbo de duda Abu Abdallah, ordenó que el contingente
de ballesteros que se encontraba en Mislata tomará la primera línea de batalla,
situando en espera a un grupo de caballería ligera armados con arcos, superior
en número de tres a uno al que encabezaba Diego Aliatar, el cual sería
acompañado en ambos flancos por los soldados de elite de la guardia imperial de
Yusuf Ibn Tasufin, quienes listos para la persecución llevaban los corceles más
veloces.
La infantería y la infantería pesada que se encontraba ubicada en
Quart de Poblet se adelantó solo unos cuantos cientos de metros en dirección a
Mislata esperando el resultado de aquella primera escaramuza por si
resultaba necesario prestar apoyo.
Para cuando Diego y los valerosos soldados que le acompañaban
pudieron divisar la primera línea de ataque enemiga, apresuraron el paso hacia
el choque con aquel inicial contingente, para cuando estaban a aproximados
trescientos metros el joven ordenó a la mesnada que hicieran una línea lo más
extendida posible para que la inminente lluvia de flechas de los moros no
encontrara un conjunto en el cual realizar un fácil blanco.
Las mortales saetas resonaron en el viento buscando segar la vida
de aquellos valientes que enfrentaban a un ejército muy superior en número, los
equinos andaluces aguantaron estoicamente su marcha sin variar ni un ápice la
dirección a la que iban encaminados ante aquella fúnebre lluvia que chocó
contra los escudos que levantaban sus jinetes.
Aquel primer ataque almorávide resultó del todo infructuoso, al
ver venir con toda fuerza el impacto de aquella tormenta valenciana que se les
avecinaba inmisericorde, los ballesteros de Abu Abdallah comenzaron a
retroceder, en ese momento Diego y los caudillos que lo acompañaban estaban a
escasos cien metros, el choque que arrasó con los almorávides fue inevitable.
Zayd Bakar, el capitán de las tropas ubicadas en Mislata apretó
con furia los dientes y ordenó a la caballería ligera que trabará combate con
las fuerzas valencianas, las cuales al ver venir al grupo de arqueros y
lanceros montados a caballo, esperó al momento en que Diego Aliatar les
ordenó dar media vuelta en dirección a Valencia.
Los veloces caballos andaluces fueron forzados al máximo ante la
persecución de las fuerzas almorávides, al momento en que habían avanzado
aproximadamente quinientos metros, nuevamente Diego emitió una señal que hizo que
el disperso grupo se alineara en una estrecha formación, la cual nuevamente dio
la media vuelta para dirigirse en contra de sus perseguidores.
Con gran bravura la caballería almorávide mantuvo su formación
esperando el encuentro con las fuerzas del Cid, dejaron los arcos, lanzas y
ballestas para desenfundar sus espadas, pero el inexorable impacto no se
efectuó pues nuevamente Diego ordenó a sus fuerzas abrir líneas alejándose de
sus enemigos.
Las desconcertadas fuerzas de Zayd Bakar no pudieron hacer más que
también desbandarse para dar persecución a cada uno de los jinetes de la
mesnada del cid, la cual avanzó en todas direcciones solo por unos cuantos
metros para luego volver a unirse en dos grupos uno que marchó nuevamente hacia
Mislata y otro que partía de regreso a Valencia.
Los intrigados caballeros islamitas dejaron partir al grupo que
encabezaba Diego Aliatar sabedores que se encontrarían con los soldados de
elite de la guardia imperial de Yusuf Ibn Tasufin que algunos cientos de metros
más atrás comandaba Zayd Bakar, por lo que mantuvieron sus ordenes
iníciales y siguieron en persecución de los hombres que partieron de regreso a
Valencia.
El joven Aliatar de la Sagra, dispuso que se desenfundaran
nuevamente las espadas para poder hacer frente al embate de los experimentados
soldados de elite almorávides, los cuales al ver acercarse a las fuerzas
valencianas no salieron en su persecución sino que mantuvieron fielmente su
posición a ambos flancos esperando que fueran sus enemigos quienes tuvieran que
dividirse para llegar hasta ellos.
A pesar de las cercanía de las hueste de Valencia, las cuales
prácticamente pasarían por en medio de la caballería almorávide si esta no se
movía de su posición, Zayd Bakar impuso sus ordenes entre sus inquietos
hombres, el experimentado capitán moro temía que aquello se tratara de un
tornafuye, técnica creada precisamente por los mismos árabes pero recientemente
adoptada por los ejércitos cristianos peninsulares, la cual consistía en atraer
al ejercito sitiador mediante la carga de la caballería ligera, la cual antes
del choque con el poderoso enemigo, simulaba darse a la fuga, lo que provocaba
la persecución del ejercito más fuerte, el cual después de unos cientos de
metros de acoso veía como el aparentemente cobarde esquivo ejercito rival daba
media vuelta para atacarlo a distancia mediante flechas y lanzas, para
posteriormente darse nueva y definitivamente a la fuga, lo que dejaba al
enemigo con varias bajas en sus exhaustos hombres, los cuales habían perseguido
a un enemigo en apariencia más débil solo para encontrarse con la muerte.
Para el desconcierto del comandante islamita, Diego y sus hombres
continuaron de frente su camino pasando en medio de la guardia imperial, sin
embargo Zayd Bakar se mantuvo fiel a su decisión sostenido a sus jinetes en
aquella posición, sabedor que a medida que los valencianos se acercaran a Quart
de Poblet, enfrentarían sin esperanza alguna al grueso del ejecito del Emir, y
si acaso pretendían regresar en tornafuye se encontrarían atrapados mortalmente
entre estos y aquellos.
A medida que los valerosos caballos andaluces avanzaban dejando
atrás Mislata para avanzar hacia el real almorávide posicionado en las afueras
de Quart de Poblet, se hizo más evidente el tétrico estruendo de la piel
de los tambores que el ejercito de Yusuf Ibn Tasufin hacía resonar desde su
campamento, los equinos momentáneamente se pusieron en dos patas,
dificultando el continuar con la marcha, con excepción del que llevaba a Diego
Aliatar, el cual siguió aquel camino con el mismo semblante de tranquilidad de
su jinete como si entre ambos existiera una conexión mágica a pesar de ser
aquella la primera vez en que Diego lo montaba.
Para cuando el resto pudo ejercer suficiente control para
reincorporarse a la marcha vieron como en el horizonte la siguiente avanzada
formada por elementos de caballería pesada almorávides se disponía contra
ellos, ubicándolos en una mortal trampa.
Se acercaba ya el medio día cuando Diego se encontró ante aquel
dilema, no podía seguir de frente pues irremediablemente serían arrasados por
la caballería almorávide armada con largas lanzas, aquello sería una
carnicería, sin embargo si optaban por regresar se verían atrapados entre los
dos grupos moros, ya que Zayd Bakar los esperaba en la retaguardia.
Diego detuvo la marcha de su bravo corcel, ordenando al resto que
hicieran lo mismo, con desconcierto el resto de valientes guerreros optó
por obedecer a quien el Cid había designado como su comandante, a pesar que
aquello no parecía más que un suicidio.
Aliatar de la Sagra les pidió que esperaran a su señal para
emprender la marcha, en el horizonte aquel torbellino islamita se acercaba
inexorablemente hacia ellos, el estruendo de tambores se hacía cada vez más
fuerte, cada uno de los guerreros valencianos alertaron a sus caballos
preparándolos para continuar a todo galope en cuanto vislumbraran la señal de
su comandante, sin embargo a pesar de tener prácticamente encima a la
caballería pesada mora a escasas decenas de metros, la orden de Diego parecía
no llegar.
Estoico el joven aguantó hasta que el enemigo estuvo a escasos
diez metros, entonces bajó nuevamente su espada ordenando la marcha en
dirección a Mislata, a medida que avanzaban con el enemigo a cuestas, Diego
ordenó que no marcharan a todo galope necesitaba que entre ambos grupos no
existiera prácticamente distancia, para confundirse como si ambos se tratarán
de un solo contingente.
Zayd Bakar pudo ver a la distancia la enorme nube de polvo
que indicaba que los jinetes valencianos se dirigían nuevamente en su contra,
sin siquiera poder imaginar que aquellos valientes hombres hubieran esperado al
momento en que prácticamente se diera el choque con la caballería pesada del
Emir, con fundamento consideró que solamente era el ejercito ibérico el que se
acercaba a ellos, entonces ordenó que ambos contingentes situados a ambos
flancos formaran una sola línea, la cual guardó sus hierros sedientos de
sangre, para armarse con los arcos y ballestas que cada uno llevaba.
En el trayecto entre Mislata y el lugar donde se encontraba la
caballería pesada del Emir, el joven toledano había recordado exactamente
ciertas marcas en el camino, las cuales le pudieran indicar la distancia a la
cual se encontraba de la guardia de elite de Yusuf Ibn Tasufin, cuando vio
aquel álamo sin follaje, quemado desde la base del tronco, supo que estaba
aproximadamente a no más de trescientos metros de encontrarse atrapado entre
los dos contingentes almorávides, entonces ante aquel estruendo del galopar de
los caballos, ordenó tomar los escudos y hacer más lenta la marcha.
El comandante islamita consideró que aquel contingente que se
acercaba estaba ya a distancia suficiente para poder ser alcanzados por sus
letales flechas, así que dio la orden para iniciar el ataque, con beneplácito
se percató que las primeras víctimas de aquella bandada enemiga caían ultimadas
al polvoroso suelo, entonces vio como la avanzada de aquel contingente que
marchaba en dirección a la guardia de elite, se abría avanzando a ambos flancos
dejando en el centro a un numeroso grupo sobre el cual ordenó el segundo ataque.
Nuevamente las mortales saetas alcanzaron su objetivo dejando
nuevas víctimas tendidas en aquel camino, sin embargo no fueron suficientes
para frenar la marcha de aquel nutrido contingente.
Con un terror que jamás se había albergado antes en su corazón, el
valeroso Zayd Bakar, se percató que aquel grupo de caballería armado con
poderosas y largas lanzas que pronto arrasaría con sus bravos soldados, no era
otro que el de su propio Emir.
Reponiéndose con presteza al desconcierto de aquella carnicería
infligida a sus propios compañeros, los valientes almorávides sobrevivientes,
que aún superaban por mucho al grupo comandado por Diego Aliatar de la Sagra,
se lanzaron en contra del batallón Valenciano, el cual envuelto entre aquellos
cadáveres enemigos no tenía más opción que trabar combate.
En el fondo de su corazón el osado joven sabía que había cumplido
honorablemente con las instrucciones del Cid, había logrado separar a lo largo
de aquellos cinco kilómetros a las fuerzas del Emir Yusuf Ibn Tasufin, sin
embargo le embargaba la tristeza porque a pesar de sus esfuerzos él y sus
hombres finalmente hallarían en ese campo teñido de carmesí el frío y tétrico
abrazo de la muerte.
El cerrado combate hacía parecer que las fuerzas de ambos bandos
fueran iguales, los peninsulares pelearon con bravura haciendo retroceder a sus
también valerosos rivales, mientras la espada de Diego cruzó el corazón de su
enemigo, el joven al ver directamente a los ojos de aquel otro chico no mucho
mayor que aquel, no pudo dejar de pensar en cuan similares eran aquellos
hombres, no cabía duda para él que entre ese polvo no había ni héroes ni
villanos, solo individuos que pensaban con todo su ser que su causa era la
correcta, semejantes a los que por igual les emanaba una sangre de tintura
grana.
En esos momentos de duda en que Aliatar de la Sagra se percató que
estaba manchando de sangre sus manos sin tanto honor como él creía, pues
únicamente había vendido nuevamente su acero para pelear sin fundamento
defendiendo una causa que no era la propia, el terrorífico sonido de los
tambores cesó.
Durante varios minutos solo hubo desazón por ambos bandos, el que
aquel marcial y enloquecedor ritmo hubiera terminado solo podía significar dos
cosas, vida o muerte, vida para los triunfadores, muerte para los vencidos, dos
únicos destinos.
En aquellos momentos de exasperante espera, nadie levantó las
armas, en ninguno de aquellos feroces guerreros cabía el pleno desasosiego o la
plena certidumbre que para esa tarde podrían volver a fijar la vista en las
cosas que más amaban.
Tan solo unos instantes después entre una nube de locura y polvo
aquella batalla había terminado esfumándose con ella las aspiraciones del Emir
de llenarse de gloria recuperando Valencia de las manos del ya legendario Cid.
La noche anterior Don Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid campeador
había salido de Valencia para rodear el camino entre la amurallada metrópoli y
Quart de Poblet, desde hacía días había anunciado que pronto la sitiada ciudad
recibiría la ayuda de los monarcas Alfonso VI y Pedro de Aragón, algo que el
Cid sabía de antemano era falso, pero que provocó gran resquemor entre el
ejército Almorávide.
La mesnada del Cid que salió esa mañana de Valencia por la puerta
de la culebra tenía la misión de separar al ejército almorávide, el cual
durante las siguientes horas fue dando persecución al grupo que pensaban en el
peor de los casos no estaba haciendo más que un tornafuye.
Para el mediodía cuando el ejército islamita había roto su
formación a lo largo de los dos kilómetros que separaban a Mislata de Quart de
Poblet, se vieron sorprendidos en la retaguardia por un vertiginoso ataque por
parte de las fuerzas que comandaba el Cid Campeador.
El valeroso ejército africano sufrió el súbito desasosiego de ver
ilusoriamente diluida su ventaja numérica, al percatarse que un embravecido
ejército les atacaba por la zaga, jamás pudieron imaginar que se trataba del
propio ejercito del Cid el que los golpeaba con todas sus
fuerzas, la sinrazón se apoderó de los experimentados soldados almorávides
al pensar que ahora no solo tendrían que enfrentar el ataque que el Cid había
iniciado por la mañana en Mislata, sino que tendrían que oponerse también a los
ejércitos de Alfonso VI y Pedro de Aragón.
La locura se hizo presente, el real almorávide se desbandó en
todas direcciones, permitiendo una eficaz, determinante e inmediata victoria
que llenó aún más de gloria al Cid.
Antes del anochecer los héroes de Valencia estaban de vuelta en
casa, celebrando el fin del asedio islamita, en el centro de la celebración el
Cid Campeador era ampliamente felicitado por su triunfal estrategia, a lo lejos
sin unirse del todo a la celebración Diego Aliatar de La Sagra, seguía
limpiándose la sangre que yacía seca en sus manos.
Hasta el joven se acercó el alto hombre que había sido desde hacía
ya unos años toda la familia con la que el muchacho contaba, observó las manos
de Diego y le dijo:
“Si tú no hubieras acabado con sus vidas, ellos con seguridad
habrían acabado con la tuya.”
El joven lo vio recriminándole y le contestó:
“acaso es mi vida más valiosa que la de cada uno de ellos.”
Svaerd tomó el hombro del chico y le dijo;
“Para ti debe serlo, y sin duda para mí también lo es”
Añadiendo después de una breve pausa:
“Por supuesto que la sangre que derramaste en aquellas tierras
seria de más provecho si aún corriera en el interior de los cuerpos de cada uno
de esos valientes hombres, eso es evidente.
Muchas veces te he dicho que no existen destinos prescritos,
únicamente decisiones, elecciones sobre cuál será el camino que vas a
emprender, puedo asegurarte que cada uno de esos hombres eligió la senda de las
armas hace mucho tiempo.
Por supuesto eso no hace menos triste su muerte, pero lo cierto es
que no te hace a ti el único responsable, sin duda lo que hoy hiciste no te
convierte en ningún tipo de héroe que ha segado la vida de los terribles
villanos.
Tus acciones ocasionaron el fin de varias vidas, lo cual por
supuesto es tan triste pues la vida para ustedes es tan efímera, pero no eres
el único responsable, solo fuiste un instrumento en la causalidad de cada una
de las elecciones que esos hombres fueron tomando en el transcurso de sus vidas.
Incluso esta misma mañana ellos pudieron haber elegido no salir de
sus camas, pero fue más su orgullo y determinación para presentarte ante ti.
Ya en el campo de batalla, fuiste un mejor guerrero, tuviste más
hambre de vivir y por supuesto tuviste más suerte, esas son las únicas
diferencias entre esos cuerpos que yacen sin vida y tú.”
Svaerd le dio al chico un golpecillo en el pecho se reincorporó y
agregó:
“Prepárate nos marchamos mañana después de recibir nuestro pago,
claro eso solo si decides seguir mi camino, pero considera que la vida que he
elegido es la de vender mi espada en cada lugar donde se me ofrezca una batalla
que me proporcione un reto, de seguirme esa es la única vida que puedo
ofrecerte llevar, un camino riesgoso pero harto de emoción, no es acaso eso el
sentido de la vida.
Svaerd finalmente le dio una palmada en el hombro y se encaminó a
seguir con la celebración, pero antes dio medio vuelta caminó de regreso hasta
el joven, le acarició cariñosamente la cabeza y le dijo:
“Estoy muy orgulloso de ti, eres un digno vástago de tus padres.”
Para cuando el sol comenzaba a salir, en el momento en que Svaerd
le daba unas monedas al hombre que había alimentado a sus caballos durante su
estancia en Valencia, Diego se presentó ante su mentor, le dio un fuerte
abrazo, luego montó su caballo y le dijo a Svaerd:
“Me gustaría escoger las batallas, si voy a pelear a muerte con
alguien al menos quiero sentirme identificado con la causa.”
El Elfo ya había abordado también a su corcel cuando respondió:
“Que no te quepa ninguna duda que solo pelearás cuando quieras
hacerlo, te lo garantizo, nunca te llevaré a una guerra sin tu voluntad, pero
no debes engañarte, yo estoy consciente del porque luchó, ¿acaso lo estás tú?
Yo lo hago porque la batalla es el alimento que me hace sentir
vivo, además sabes que mi condición hace que ningún mortal pueda privarme de la
vida, pero si tú has elegido esta senda en algún momento de tu vida deberás
reconocer que lo haces por ti y no por lo honorable de la causa, pues con el
tiempo podrás constatar que cada guerra es tan estúpida como los mortales que
arriesgan su vida en ellas.”
Guiscardo escuchó cada una de aquellas palabras que resonaron en
su mente como si hubieran sido pronunciadas en ese momento por el hombre que
yacía tendido entre los escombros de Dacnomanía, entonces soltó la mano de
aquel extraño sujeto rompiendo el lazo que se había creado entre ellos
permitiéndole al chico viajar a los recuerdos de aquel extraño hombre.
El atónito niño permaneció sentado por un instante al lado de
aquel insólito sujeto, el cual ahora gracias a la conexión que se había
establecido entre ellos, sabía que no se trataba de un viajero de una galaxia
muy lejana, sino el más grande guerrero elfo en la historia del Reino Etéreo,
el cual había abandonado un magnifico mundo de magia solo para buscar el placer
de la aventura en el mundo de los mortales.
Cuando salió de su letargo el joven intentó incorporar a Svaerd ,
pero el sujeto seguía sin reaccionar, desesperado el chico le gritó, vertió
agua sobre su rostro e incluso le propinó dos fuertes bofetadas, pero el Elfo
no se sobrepuso al sopor que lo tenía cautivo, entonces Ricardo se puso de pie
y contempló con suma tristeza al Elfo, el carácter del joven Guiscardo era
fuerte, sin embargo contemplando como el brillo de aquel fantástico ser iba
menguando comprendió que no había nada que hacer por él, pues en los ojos de
aquel otrora digno guerrero, los cuales en las memorias que compartieron le
habían parecido tener el esplendor de la mirada de un león, ya no existía
ningún atisbo de ansía por aferrarse a la vida, de aquel majestuoso guerrero
lleno de dignidad ahora tan solo quedaba una sombra.
Finalmente Roberto hizo por él lo único que en esos momentos podía
realizar para honrarlo, así que fue apilando nuevamente las piedras que le
cubrían y que ahora constituirán para Svaerd su modesto sepulcro. Cuando el
joven terminó de empedrar el cuerpo sin vida del Elfo, se despidió por última
vez de aquel sujeto con el cual ahora sentía una extraña conexión, entonces el
chico vio que de las piedras emergía un singular brillo.
Con presteza apartó desesperado las piedras que cubrían el sitio
del cual había surgido la luz, una a una las fue tirando hasta que pudo ver que
la misma no había emergido del Elfo, sino de una hermosa espada bastarda, la
cual por los recuerdos compartidos con Svaerd el chico supo que era un arma
larga también conocida como espada de mano y media, usada en la Europa medieval.
Después de haber vuelto a cubrir
el cuerpo del elfo, Roberto Guiscardo blandió con inusitada maestría aquella
arma, seguramente desde el lugar donde el Señor de las Espadas se encontrará en
el olvido sonreiría ante aquella imagen.sada en la Europa medieval.
Después de haber vuelto a cubrir
el cuerpo del elfo, Roberto Guiscardo blandió con inusitada maestría aquella
arma, seguramente desde el lugar donde el Señor de las Espadas se encontrará en
el olvido sonreiría ante aquella imagen.
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