Espero
de todo corazón que tengan el mejor de los miércoles y un espectacular arranque
del tercer mes del año.
Lo que
hoy narraré no tengo bien claro porque ha salido a relucir de mi subconsciente,
quizá sea por uno de los sueños del día previo, el caso es que recordé varias
vivencias y una de mis escenas favoritas en el cine.
Si no
han visto 500 days of summer del cineasta Marc Webb, se han perdido de una
excelente película, la cual no es la clásica comedia romántica, sino una que
por el contrario podríamos definir como anti romántica.
En los
500 días que narra la película, se da el típico chico conoce a chica visto en
infinidad de ocasiones, sin embargo aquí el desarrollo no es el común, no
narraré la película por que no es mi deseo arruinarles el momento a aquellos que
no la hayan visto aún, solo puedo decirles que no se arrepentirán para nada de
hacerlo y tal vez acaben como yo viéndola varias veces.
Hay un
punto en la película en la que la pantalla se divide en dos y nos presentan una
especie de realidad alterna que confronta a la propia realidad, una de ellas está
formada por las expectativas del protagonista respecto a una cita y la otra la
realidad que enfrenta ante la chica de sus sueños, creo que todos hemos
enfrentado uno o varios momentos así en nuestras vidas.
En lo
particular camino al trabajo, venía recordando algunos de ellos en mi propia
vida.
Era
1984 cuando por un suceso de esos que parecen sacados de un guión de cine, mi
familia y yo tuvimos que dejar la ciudad que tanto amaba y en la que había vivido
hasta los nueve años para mudarnos al estado sureño de Chiapas.
Al
llegar a la nueva escuela, la Primaria Camilo Pintado de Tuxtla Gutiérrez, tuve
que confrontar el dejar atrás a los grandes amigos que me habían acompañado
desde el kínder, sin embargo mientras la maestra me presentaba ante el grupo,
toda la frustración quedó atrás puesto que la vi a ella, era una niña alta de
bronceada piel de tonos dorados, cabello lacio que le tocaba los hombros y que
afortunadamente se sentaba sola en el mesa bancos, por lo que él antes
desafortunado niño que yo era, se convirtió en el más feliz del mundo cuando la
maestra me invitó a pasar a sentarme al lado de la niña de la que acababa de
quedar enamorado.
Me
senté al lado de Fabiola López Cobón todo el tercer y cuarto años, sin embargo
jamás hablamos de nada que no tuviera que ver con las clases, para quinto y
sexto años no volví a sentarme con ella puesto que se sentó en ambos cursos al
lado de su mejor amiga, sin embargo yo me coloqué en la última fila desde la
cual tenía una esplendida vista de la niña de la cual llevaba cuatro años tan profundamente
enamorado como un niño puede estarlo.
Varias
noches antes de dormir, planeaba como me acercaría hasta ella, pero el valor se
disipaba con cada mañana, finalmente llegó el fin de curso y con él la fiesta
de graduación de la primaria, curiosamente la organizadora de la fiesta fue la
madre de Fabiola, una señora a la que según recuerdo era tan hermosa como su
hija.
Mi
padre no solo era mi amigo, sino mi ídolo, por supuesto cualquier forma en la
que yo supusiera que podría decepcionarlo me hacía sentir más nervioso de lo
que ya estaba camino a la fiesta, en el trayecto mi padre, sabedor de mi enorme
timidez, me alentó a que me divirtiera lo más que pudiera en el festejo.
Al
llegar al salón los padres se ubicaron en un extremo mientras los niños, casi
adolescentes, nos fuimos a sentar en mesas ubicadas a la orilla de la pista de
baile, en una mesa no muy lejos de donde yo me ubiqué estaba ella, quien se
veía tan hermosa como siempre.
A pesar
de mis planes previos y de las expectativas que yo tenía sobre aquella fiesta,
me la pasé la totalidad de la misma viendo como Fabiola bailaba con otro al
ritmo de las canciones del tan popular-en ese entonces- grupo Timbiriche, por supuesto aquella noche
que yo había planeado sería en la que por fin tuviera el valor suficiente para
acercarme más a ella, no fue sino la última noche en que la vi.
Camino
a casa mi padre me recriminó el haberme alejado del resto de los niños durante
la fiesta mientras yo me prometía que jamás volvería a ver bailar a “mi” chica
con otro.
En la
secundaria cumplí a cabalidad mi promesa, sin embargo no crean que un golpe súbito
de confianza me convirtió en un portento
de valor, si la cumplí fue solo porque no asistí a ni una sola fiesta.
Con la
llegada de la preparatoria yo estaba más inmerso en mi mundo de fantasía y el
acercamiento con las chicas de mis sueños no fue nada fácil, la primera fue una
hermosa joven que no duró en el grupo más de una semana, entonces mi atención
se traslado a una chica rubia que antes de
que acabara el semestre se había mudado a Atlanta, Georgia en los
Estados Unidos.
Sin
embargo y aún cuando parecía presa de una especie de maldición gitana, para el
segundo semestre de ese primer año de Preparatoria conocí a una hermosa joven
de ascendencia libanesa y grandes ojos
azules, llamada Sara Castillo Miguel, ella fue mi amor hasta el segundo año de preparatoria cuando terminó decepcionándome
al liarse con un tipo al que yo consideraba en ese momento un soberano patán.
Para el
último año, me decidí a revertir mi situación y nuevamente comenzó la guerra
entre las expectativas y la realidad, en esta ocasión mi atención fue capturada
por una nueva compañera que llegó al segundo día de clases, misma de la cual me
enamoré al grado de plantarle cara a mi timidez y respaldado de uno de mis
hermanos volví a animarme a asistir a una fiesta.
En esa época
un grupo de compañeros y yo, formamos un equipo de Futbol Americano, sin el
respaldo de la escuela lo jugábamos sin utilería en algo más parecido al
rugby, algunos compañeros que tenían amigos en otras preparatorias pactaban los
juegos que se realizaban en campos neutrales, tras algunos partidos por fin
logramos convencer a las autoridades de nuestro colegio para que nos
respaldaran en un partido “oficial” fue así como en la semana deportiva se
incluyó un campeonato de futbol americano, campeonato de un solo partido pero
contra un equipo que tenía el respaldo de su escuela y que normalmente jugaban
con utilería.
Ganamos,
y mi dicha fue doble, cuando en una jugada fui sacudido brutalmente y mi cabeza
se estrelló contra el piso, sin embargo ella, Yuliana del Rocío, corrió desesperada
–o al menos así lo quise ver yo- a
preguntarle a mi madre por mi estado.
La
fiesta en cuestión era precisamente en la que se nos entregaría el trofeo y
cerraría las festividades de la semana cultural liceísta. Para esa esperada
noche mi destino fue el mismo, puesto que este singular Quarterback, el cual a
diferencia de los que se ven en las películas de los Estados Unidos, no era ni
popular, ni asediado por las chicas, volvió a pasarse la noche viendo como “su”
chica bailaba con otro, esta vez al ritmo de Mana y de Please don´t go de Timmy
T, si aquella que decía:
“Babe I
love you so. I want you to know that I gonna miss your love the minute you walk
out that door.”
Finalmente
la chica se volvió a ir dejando las expectativas destrozadas, la única diferencia
con Fabiola, fue que a Yuliana la seguí viendo en los años venideros puesto que
sus padres y los míos se habían vuelto muy unidos.
Llegó
la universidad y después las cosas aparentaron cambiar, yo ya tenía más valor
pero la suerte parecía seguir siendo la misma, para cuando conocí a Brenda podría
haber sido el tipo que bailaba con ella y no el que veía desde lejos, sino
hubiera sido porque ella ya tenía un novio que le había pedido matrimonio.
En esas
singularidades de la vida, terminé siendo el defensor que sacaba de la cárcel al novio –es
justo decir que había llegado ahí injustamente
por comprar un auto robado- para que semanas después se casara con ella en una
fiesta a la que por supuesto fui invitado pero no asistí.
El se
quedó con la chica y yo con una excelente historia del tipo de Casablanca, “Play
it again Sam”
Juro
solemnemente que todo es verdad y no producto de mi imaginación.
Sin
embargo la vida te tiene preparadas grandes sorpresas y llegó el momento en que
la expectativa y la realidad, afortunadamente, se hicieron una misma con el
nombre de Gloria.
Querido amigo J. F. Domingues debo admitir que mucho rei con toda esta historia y gracias doy porque haya llegado Gloria la cual supongo es su esposa...realmente en esos tiempos nada de limpias ni nada asi cierto ? ajajajajaj realmente disfrute mucho y me encanto, gracias nuevamente por hacer tan amhena estas sus vivencias al leerlas.
ResponderBorrarMuchas gracias por regalarme tu tiempo para leerlo, efectivamente Gloria es mi esposa, y tal como dices ahora ya nada de limpias ni cosas por el estilo jajaja, entre ella y mis dos nenes hacen mi vida muy plena. Saludos afectuosos
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