Les doy
la bienvenida al blog de la novela Para decir adiós: Las dos Princesas, muchas
gracias por estar aquí compartiendo conmigo, su presencia es invaluable e
indispensable para la existencia de este espacio.
Como
les he platicado en otras ocasiones, siendo un niño dejé la Ciudad de México
para mudarme con mi familia a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, las razones son
particularmente singulares y mañana que haga una entrada dedicada a las madres
se las platicaré porque tienen mucho que ver con la propia singularidad de la
mujer que por fortuna me tocó como madre.
Amaba
la ciudad de México y el golpe del cambio de domicilio fue fuerte para mis
hermanos y para mí, teniendo que dejar atrás la que había sido nuestra casa,
nuestra escuela, amigos y familiares.
A
nuestra propia manera cada uno buscó la
forma de adaptarse a un nuevo lugar. Al poco tiempo de estar radicando en la
capital de Chiapas, mi madre decidió buscarnos una ocupación por las tardes
para mantenernos alejados de la televisión
y sobre todo para propiciar el hacer nuevos amigos.
Afortunadamente,
gracias a la iniciativa de mi madre para que yo estudiara Tae Kwan Do, descubrí
nuevos amigos entrañables, sin embargo no fueron los que ella esperaría.
Camino
a las clases del arte marcial señalada, me encontré con una farmacia que tenía
un estante de revistas, ahí encontré un comic, que nunca antes había visto pero
del cual el estilo de dibujos me pareció conocido.
Allá
por inicios de los ochenta con el tremendo éxito que tenían los grupos
musicales infantiles, las editoriales quisieron ser parte de las ganancias económicas
de tan jugoso negocio, de tal forma publicaron los comics de los grupos Parchís
y Timbiriche.
Sobra
decir que ambas publicaciones eran por demás insulsas, tratando “aventuras” de
los integrantes del grupo, no es que ahora quiera curarme en salud, pero en
verdad jamás compré dichas revistas, sin embargo las leí puesto que amigos y mi
hermano mayor algunas veces las adquirieron.
Incluso
la revista dedicada al grupo español Parchís, estaba hecha completamente en
México, la misma era ilustrada por un joven dibujante, llamado Oscar González
Loyo, quien contaba con un estilo propio de dibujo más entre el animé y las
caricaturas de Hanna Barbera, que el de los comics de Marvel y DC que yo ya
atesoraba en esa época.
Siempre
he tenido la facilidad de ubicar a los dibujantes por su particular estilo de
dibujo, fue de tal forma como pude notar que la revista que se mostraba en los
estantes era dibujada por el mismo artista que antes había hecho la revista de
Parchís.
Aquello
no hizo sino crearme una cierta resistencia ante aquella publicación, a pesar
de que el nombre llamó poderosamente mi atención, sin embargo no adquirí la
revista en esa primera ocasión, más la visión de dos robots gigantes peleando
en la portada me hizo dejar atrás toda reticencia y a la siguiente visita a esa
farmacia adquirir mi primer ejemplar de Karmatrón y los transformables.
Debo
reconocer que en un inicio el nombre me hizo pensar si no era una publicación
que buscaba aprovecharse de la fama que en ese entonces tenían Voltron, Mazinger
Z y los transformables de Hasbro, más a medida que fui leyendo aquella
publicación pude darme cuenta que tenía una identidad propia.
Con
Karmatrón y su propio autor, ocurre algo muy especial en México, siendo el único
comic de autor que sobrevivió la tremenda crisis económica de los ochentas y
que de alguna u otra forma ha seguido publicándose hasta la fecha.
Así
como tiene una gran legión de seguidores que lo idolatran como si se tratará de
una especie de maestro místico
Por mi
parte puedo decir que admiro mucho la tenacidad y compromiso de su autor para
con su obra y el que a pesar de los ataques a permanecido fiel a la concepción
de su comic.
Karmatrón
y los transformables, es una “space opera” que debe mucho de su concepción a
Starwars, lo cual no lo digo como critica sino como descripción, pero tiene un
sabor original que la hace una obra de autor y no un refrito de la obra de
George Lucas.
La obra
de González Loyo es más mística, narra las aventuras de los zuyua, una antigua
y pacifica raza que ve destruido su mundo por el belicoso pueblo de los
Metnalitas y su líder Asura, por lo que se ven forzados a emprender una odisea
en busca de un nuevo mundo en una especie de arca de Noe.
Para
defender a su pueblo, el príncipe Zacek, tendrá que despertar su consciencia a través
de la activación de sus siete chakras internos, al lograrlo es dotado por el
Gran espíritu de una armadura mística que le permite luchar como un robot
gigante, transformándose en Karmatrón y convirtiéndose
en un guerrero Kundalini.
En
algunos números de Karmatrón se compartían enseñanzas de disciplinas orientales
para calmar la mente y liberar la consciencia bajo el nombre del manual del
guerrero kundalini, este es el punto de crítica, injustificado en mi particular
punto de vista, que hacen los detractores de la obra de González Loyo, diciendo
que por compartir esos conocimientos busca ser una especie de gurú para sus
seguidores.
Dichas “enseñanzas”
hablan de respetar a la naturaleza, a nuestro propio cuerpo al alejarlo de
vicios, de no apegarse a los objetos materiales e incluso a las personas y para
mí a pesar de no seguirlas al pie de la letra, fueron muy especiales porque me
permitieron compartir un comic con mi padre.
A pesar
de que nunca desalentó mi pasión por las historietas como si lo hacía mi madre,
para mi padre no eran una pasión que compartiera conmigo, sin embargo un día,
no sé porque razón, un comic de Karmatrón cayó en sus manos y quedó prendado de
la filosofía que en él se trataba, de tal forma dicho comic fue el único título
que era comprado por mi padre y sobre el cual compartíamos su lectura.
En lo
personal eso es algo que agradezco a la historia de Karmatrón y los
transformables, no solo el dotarme de más sueños y dejarme ir a un planeta
lejano a bordo de un dragón dorado que produce música con su movimiento, sino
permitir que mi padre viera con los mismos ojos la forma en que yo veía mi
pasión más añeja.
Saludos.
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