TAN SOLO UNA SOMBRA.
Roberto
Guiscardo aparentemente era un niño tan común como cualquier otro de los
residentes de la provincia de Reggio di Calabria en el sur de Italia, salvo por
una particularidad, él diariamente libraba una guerra debido a su ferviente
pasión por el futbol, por supuesto la afición al deporte de sus amores no
resultaba insólita en un país que sigue con frenesí al futbol, pues si bien los
ingleses lo regularon y nombraron, para los italianos, quienes se adjudican
mediante una macabra historia su creación, es considerado prácticamente un
patrimonio nacional.
Lo singular en aquella región del sur
de Italia, era que Roberto, un espigado chico de cabello negro cortado casi a
rape, siguiera con enorme devoción a la Juventus, equipo representativo de
Torino, y uno de los más grandes exponentes del futbol del norte de Italia.
El que el más pequeño de los Guiscardo
no fuera un fanático seguidor del Nápoles, el más exitoso de los equipos del
sur, o del Palermo, agrupación asentada en la ciudad con el mismo nombre ubicada
en la vecina región de Sicilia, o incluso del Cagliari, el más modesto de los
equipos sureños, era gravemente penado por todos los seguidores al futbol de su
vecindario sin distinción de edad, incluso extendiéndose aquella guerra
en el seno de su propia familia, constituyendo el vergonzoso frenesí de Roberto
una humillación pública para su padre.
La rivalidad entre el norte y el sur
italianos, trasciende de lo simplemente deportivo, púes es un tema cultural, el
desarrollado norte, rico, culto y progresista en contra de un anticuado sur,
pobre, burdo y costumbrista, que para los norteños no es más que un lastre con
el que tienen que cargar tratando de llevar a rastras hasta el desarrollo que
con tanto trabajo y esfuerzo ellos han construido.
Para Roberto Guiscardo ni aquel choque
cultural era suficiente para dejar de defender con pasión los colores
albinegros que se albergaron en su corazón desde que fue hechizado por la forma
en que uno de sus jugadores apodado el “Mago” encantaba al balón haciendo que
éste siguiera indefectiblemente a su voluntad, por su edad para Roberto fue
imposible ver jugar directamente con la camiseta del equipo de Torino a aquel
“Mago” galo de descendencia argelina, al que solo conoció por viejos videos que
repetían en la televisión, pero si pudo ver a todos los herederos de
aquella magia de la Juve: Del Piero, Pirlo, Buffon y Chiellini.
Este día, Roberto no pudo imaginar que
muy pronto conocería otro tipo de magia.
Después de la última de las reyertas
enfrentada en defensa de su pasión, batalla en la cual él había sido el más
afectado, pues unos enloquecidos fanáticos del Palermo con quienes compartía el
cuarto, pues resultaban ser precisamente sus hermanos mayores, le dejaron hecha
jirones la bandera de la Juve que Roberto escondía con tanto ahínco debajo de
su cama, sin remedio el pequeño lleno de furia y frustración, desobedeció la
principal regla que había en aquel pueblo, enfilarse hacia el castillo que se
encontraba en el risco que vigilante se situaba sobre el hogar del pequeño.
Para cuando Roberto Guiscardo, sumido
en sus cavilaciones llegó refunfuñando a la cima, tuvo sin remedio que
abandonar cualquier sentimiento que hubiera llevado a rastras hasta ese lugar,
pues para esos momentos en él solo cabía la sorpresa al constatar que el viejo
palacio que encumbraba aquel risco, mismo que según los ancianos del
pueblo se había encontrado hechizado desde que ellos tenían memoria, ya no se
encontraba más.
Sobre el mojado terreno únicamente se
encontraban los restos de lo que alguna vez fue la imponente edificación.
Desconcertado ante la imposibilidad que el castillo que el mismo había visto en
pie hacía tan solo unos minutos justo cuando inicio el ascenso por aquel risco,
ahora se encontrará totalmente derruido, el asustado niño se quedó absorto
contemplando aquellas ruinas, hasta que un quejido que rompió el sepulcral
silencio capturó sin remedio su atención.
Roberto no supo de donde tomó el valor
para no echar a correr con dirección a su casa, pero a pesar del escalofrío que
recorría su cuerpo sin darle tregua, se encaminó con velocidad al lugar del
cual había surgido el extraño lamento, intentando con cada zancada tomar
más coraje para no dejarse vencer por sus temores y por la maldición que tanto
para él como para todos sus vecinos recaía en el viejo palacio, mismo en el
cual a pesar que nadie había visto personalmente nada en el, eran innegable que
varios niños de la región de Calabria se habían extraviado por haber merodeado
por las noches en sus alrededores, contaba la leyenda que aquellos pocos en
haber sido encontrados días después, habían sufrido un destino peor que la
muerte, pues eran ahora solamente cascaras sin vida, tristes reflejos de lo que
alguna vez llegaron a ser.
El niño fue buscando hasta que se situó
detrás de unas rocas en las que el gemido se fue haciendo más notorio,
observando que del fondo de ellas emergía un resplandor cobrizo intermitente,
entonces completamente intrigado por descubrir el origen de aquella luz, con
gran esfuerzo fue moviendo lo que para él pequeño constituía el pesado
resto de una losa, para cuando consiguió moverla apenas unos
cuantos centímetros para su sorpresa pudo ver que debajo de la estructura yacía
un individuo.
Durante varios minutos el chico batalló
por lograr mover aquella piedra hasta que finalmente lo consiguió al encontrar
una oxidada barra de metal, misma que con gran esfuerzo empleó como
palanca logrando dejar al descubierto a un extraño individuo con vida que
yacía entre los restos del palacio que el chico atribuía solo podía haber
estado habitado por malignos espíritus.
Conmocionado, Ricardo constató que era
precisamente el cuerpo de aquel hombre el que despedía el peculiar brillo
intermitente, estupefacto ante la insólita imagen Ricardo la contempló durante
unos segundos percatándose que no solo era extraño el fulgor que emanaba del
hombre, sino que él sujeto en sí mismo era del todo peculiar.
El alto individuo de tez morena y largo
cabello, que en la parte más cercana a las orejas se encontraba arreglado por
pequeñas trenzas cubiertas con listones con la figura de un lobo bordado, se
encontraba vestido con un traje formado de un muy largo saco de color azul con
insignias de color plateado, un pantalón también de color azul con dos franjas
carmesís a cada lado y altas botas de color negro, todo su atuendo parecía un
traje militar del siglo XVII.
Sus ojos se encontraban abiertos y en
ellos el iris era prácticamente blanco y la pupila de color gris claro, aquel
extraño de nariz ancha, a pesar de encontrarse cubierto por el polvo y restos
de piedras, conservaba la presencia de un distinguido individuo, mientras el
niño trataba inútilmente de auxiliarlo a reincorporarse, Roberto llegó a
la determinante conclusión que el singular ser no podía ser nada más que un
príncipe venido de un lejano mundo.
Por un momento la razón le dijo al
pequeño niño que huyera de inmediato de aquel lugar pero su corazón le advirtió
que no sería correcto abandonar a un desvalido ser por muy
excepcional que éste le resultara, así que con gran esfuerzo siguió retirando
las piedras que le cubrían hasta que finalmente logró liberarlo por completo,
entonces le preguntó cómo podía ayudarlo, pero el sujeto no respondió a pesar
que el niño le gritó en cada intento con más fuerza, así que cogió con sus
manos un poco de agua y la dejó caer sobre el rostro del resplandeciente
sujeto, como ni siquiera de esa manera obtuvo resultados, a su mente
infantil no se le ocurrió nada mejor que seguir intentando por ese medio
devolverle la conciencia a aquel ausente individuo.
Para cuando el cansado Roberto estaba a
punto de rendirse, el último chorro de agua de mar logró su cometido, el
singular sujeto se movió dirigiendo su atención por un momento hacia el
pequeño, pero en unos instantes su conciencia volvió a ausentarse dejando a
Roberto lleno de frustración.
El pequeño no se rindió y volvió a
gritarle al extraño individuo preguntándole si podía auxiliarlo en algo, si
acaso requería que le buscase atención médica o alimento, pero al ver que
éste seguía sin responder, intentó entonces comunicarse incansablemente por
medio de muecas y señas, hasta que finalmente tras varios minutos el incansable
chico se rindió, reconociendo que la falta de respuesta del hombre no se debía
a que ambos interlocutores contaran con lenguajes diferentes, viéndolo
fijamente Roberto ahora estaba convencido que aquel ser no le respondería a
nadie, pues a pesar de encontrarse despierto su mente parecía estar en otro
lugar y tiempo muy lejano.
Sin nada que poder hacer por él,
Roberto decidió regresar al pueblo para dar aviso a algún médico o enfermera
que pudieran lograr más de lo que él había conseguido hasta ese momento, sin
embargo antes de partir, el chico sacudió por última vez el inerte cuerpo
de aquel sobreviviente a la caída de Dacnomanía, entonces la mente de aquel
extraño ser por un instante regresó del lugar al cual había viajado y al
cruzarse su mirada con la del chico le cuestionó en voz alta:
“Quien eres pequeño insolente, porque
te atreves a sacudirme de esta manera mientras me encuentro tendido en el piso,
tú no puedes ser real, hace apenas unos momentos iba a caballo respondiendo
al llamado del Príncipe de Valencia, dime de inmediato qué clase de
artificio es este, te exijo que me reveles que artilugio ha sido usado en mi
contra por Yusuf.”
Roberto se quedó atónito ante las
palabras que el extraño acababa de emitir, pues a pesar que evidentemente
habían sido expresadas en un idioma que nunca antes había escuchado, de alguna
extraordinaria forma cada una de ellas había sido totalmente entendida por el
niño.
Sin embargo momentos después
súbitamente la mirada del individuo volvió a perderse, dejando de nueva cuenta
a su cuerpo inmóvil, más trasladando a su mente de vuelta hasta el lugar del
cual no había podido liberarse, más dicha quietud fue corta pues
instantes después el cuerpo del hombre comenzó a sacudirse con
violentos espasmos, provocando que gritara a todo pulmón en la misma lengua que
el chico jamás había escuchado pero que ahora no pudo entender.
La violenta reacción de la criatura fue
más de lo que el valor del chico le permitía enfrentar por lo que se decidió a
darse a la fuga y abandonar aquel maldito lugar de una vez por todas, sin
embargo el singular ser lo tomó fuertemente por la cabeza con ambas manos estableciendo
un lazo que arrastró sin remedio a Roberto Guiscardo a las visiones que se
habían apoderado de la memoria del extraño individuo.
Valencia, 20 de octubre del año de 1094.
Los caballos relincharon con sonoridad
cuando aquel hombre muy alto, de bronceada piel oculta de las curiosas
miradas por vendas que rodeaban todo su cuerpo dejándole descubiertos
únicamente los ojos, así como el joven que lo acompañaba descendieron de ellos.
Hasta aquel dúo se habían acercado
varios vasallos del Príncipe, mismos que con diligencia se acomidieron a
prestarles atención, dándoles un recipiente que contenía agua fresca, la cual
no fue aceptada por el adulto pero si bebida con desesperación por el sediento
chico, mientras el resto de siervos alimentaban a los caballos, uno de ellos
hizo un reverencia al hombre y les pidió a ambos que lo acompañaran hacia un
enorme salón al interior de un castillo ubicado a unos cuantos metros de ellos.
Mientras aquel hombre de extrañas ropas
y singular apariencia y su joven acompañante avanzaban por un largo pasillo en
el que innumerables antorchas habían logrado vencer a la obscuridad, era
observado con sumo respeto por un nutrido grupo de soldados que esperaban el
resultado de la reunión a la que el dúo se dirigía, no se trataba de una
deferencia cualquiera sino de aquella admiración que entre los hombres
que abrazan la profesión de las armas solo puede ganarse al fervor de la
batalla.
Respecto a aquel individuo existían
diversas leyendas pero la más célebre entre las tropas era la que explicaba el
porqué de su singular apariencia, como ocurre con todo mito a nadie le constaba
que aquello hubiera ocurrido realmente, sin embargo cada uno de los soldados la
narraba como si realmente la hubiera presenciado de primera mano.
En tierras lejanas al norte de Europa,
el admirado guerrero enfrentó a las huestes del Rey Harald el despiadado, quien
enloqueció de furia al ver como éste había nadado solo hasta donde se
encontraban sus Drakars quemando cada uno de ellos en pleno mar, sin que
siquiera uno hubiera podido tocar la costa, en venganza Harald puso un alto
precio a su cabeza haciendo que escasos días después de la hazaña fuera
capturado, fue amarrado al tronco de un enorme y marchito árbol, en cuya base
encendieron una inmensa pira, entonces el rey nórdico trastornado por la furia
le imploró a Loki que dotará a aquellas llamas de un poder sobrenatural para
que su enemigo ardiera por toda la eternidad.
Para cuando Harald recuperó la razón y
abandonó temeroso el lugar, sus guerreros fatalmente pudieron percatarse que ni
aquel fuego pudo acabar con el valeroso guerrero, el cual en cuanto se
hubieron quemado las sogas que lo mantenían unido al ardiente árbol pasó por la
espada a todos sus enemigos, sobreviviendo solo Harald por haber partido
anticipadamente al creer muerto a su rival.
El aguerrido guerrero sobrevivió pero
su cuerpo estaba condenado a arder eternamente, es por ello que ahora lo cubría
con vendas que evitaban que los ojos se posaran en su evidente deformidad,
aquellos que habían podido ver a través de un resquicio en sus vendajes
aseguraban que el cuerpo del bravo sujeto aún brillaba con intensidad
cobriza.
Al final del extenso pasillo, se
llegaba a una enorme estancia que se encontraba bajo el bullicio de un
nutrido grupo de soldados, los que se situaban alrededor de una mesa presidida
por un hombre barbado de majestuosa presencia, el cual daba indicaciones
enérgicamente al resto de la comitiva a través de variados mapas que se
encontraban sobre la mesa.
En cuanto aquel sujeto se percató de la
llegada de los visitantes, dejó de verter los argumentos que con majestuosidad
resonaban en aquel salón, retiró con prisa su silla y se encaminó a brindarle
un sincero y sonoro abrazo a aquel alto y extraño hombre, al que le dijo
entre risas:
“Es un gusto verte viejo amigo, a pesar
de resistirme a creerlo, debo confesar que por unos instantes pensé que eran
ciertos los comentarios de las tropas y que por primera vez Svaerd, el señor de
las espadas, había huido a hurtadillas por la noche para no hacer frente a la
inminente batalla.”
El resto de los hombres que aún se
encontraban sentados alrededor de la enorme mesa, celebró festivamente
aquel comentario, uniéndose todos a las risas de su líder, entonces el Elfo
respondió sonoramente para que todos los presentes lo escucharan:
“Bien sabe su majestad la razón de mi
partida, estaba cumpliendo precisamente lo que me encomendó, sin embargo a pesar
de ello debo disculparme por el evidente inconveniente que le ha provocado mi
tardanza.”
Svaerd volteó a ver a todos los que se
encontraban en la mesa, señalando:
“O es que acaso ninguno de vosotros
queridos compañeros se ha percatado de una peculiaridad en el semblante de
nuestro líder, algo que seguramente ninguno había visto antes en Don Rodrigo
Díaz de Vivar.
Siguen sin poder verlo, pongan atención
vean directamente a sus ojos y notaran como aún denotan el terror ante la
incertidumbre de enfrentar la cruenta batalla que inminentemente se
desatará en unas horas, sin contar entre sus huestes con el mejor guerrero que
esta tierra ha visto.
Ya debe estar tranquilo Don Rodrigo,
ahora estoy aquí para proteger a esta ilustre congregación de timoratos”
Tras un breve e incomodo silencio, los
oficiales rieron solo hasta el momento en que Don Rodrigo liberó la carcajada
ocasionada por la puya con la cual Svaerd le había respondido hacia escasos
segundos, entonces el Elfo, añadió con sincera deferencia a su
amigo:
“Debo reportarle su majestad que las
tropas almorávides aún permanecen en quietud, llevan una semana a esa misma
distancia en su real instalado a las afueras de Quart de Poblet, es evidente
que Abu Abdalá Muhammad no tiene ninguna prisa por hacer frente a la furia del
Sidi, Ludriq Al-Qanbiyatur.”
Don Rodrigo volteó a ver a sus más
cercanos partidarios y con la faz llena de orgullo, exclamó:
“Entonces ahora, además de Campeador,
el enemigo me llama Sidi, ese es un enorme honor para alguien que nunca
abrazará la ley de Mahoma.”
Svaerd se acercó hasta el Campeador y
le dijo en secreto:
“Creo que he exagerado un poco, la
verdad es que a pesar que te respetan enormemente como enemigo jamás
podrán llamarte así, pues como bien sabes ese es un titulo que solo
reservan para sus dirigentes, sin embargo en tu propia mesnada
cuentas con la lealtad de muchos sarracenos, todos indiscutiblemente fieles
al príncipe de Valencia, los cuales desde hace algún tiempo han comenzado a
llamarte así, para todos los mozárabes tal titulo ha derivado a Cid, lo cual
indiscutiblemente es bueno para el ánimo de nuestras tropas.”
La conversación entre Don Rodrigo y
Svaerd fue interrumpida pues alguien en la mesa comenzó un grito que fue
seguido por toda la concurrencia:
“Rodrigo Díaz de Vivar,
Príncipe de Valencia,
nuestro Cid Campeador.”
Entre la algarabía del griterío toda la
presión que había sido acumulada durante una semana de sitio fue liberada con
aquel estallido de júbilo que finalizó con una emotiva y sincera ovación
dedicada al líder al cual le confiaban sus vidas y la de todos cuantos se
encontraban en la ciudad que protegían.
Fue el mismo Cid Campeador, quien
después de hacer un gesto de agradecimiento, acalló aquella algarabía, al
señalar:
“Basta de charla insulsa, todos
aún tenemos mucho que hacer, para llevar a cabo lo que hemos planeado y acabar
de una vez por todas con este maldito asedio de los sarracenos.”
Invito al Elfo a caminar a su lado y le
dijo mientras se dirigían hacia otra sala del palacio:
“Svaerd, espero que tu viaje haya sido
fructífero y hayas conseguido lo que te pedí, si vale tan solo la mitad de lo
mucho que lo has afamado estaré más que complacido, y por supuesto serás
altamente recompensado viejo mercenario de mil batallas.”
Svaerd sonrió con satisfacción y
señalando al joven que lo había acompañado en su viaje, un muchacho de
aproximadamente dieciséis años, complexión regular, tez blanca y cabello
castaño sin ningún otro rasgo en particular que lo dotara de alguna
singularidad, le dijo al Cid:
“Aquel, es Diego Aliatar de La Sagra.”
Don Rodrigo fijo su atención en el
muchacho durante varios segundos, esperando que el tiempo lograra cambiar la
primera impresión que le había causado, pero mientras más lo veía incluso más
ordinario le parecía, entonces le dijo con un cierto tono de molestia al Elfo:
“Siempre he confiado en tu juicio viejo
amigo, pero en verdad no creo que él sea el indicado, no solo es un chaval sino
que no encuentro nada especial en el, no considero que tenga los tamaños
suficientes para una misión de tal envergadura, no pondré en riesgo mis
planes y a la ciudad misma por confiar en un joven, ni siquiera porque seas tú
quien tanto lo elogia.”
Svaerd no respondió se limitó a ver al
joven, quien se encontraba perdido en sus propias cavilaciones mientras
apretaba la empuñadura de su espada, un arma que el mismo chico había forjado
en su antiguo hogar en el pequeño pueblo de Huerta de Valdecarábanos en Toledo,
totalmente ajeno a aquella platica que sobre él se sostenía, después de
ver a su protegido el Elfo dirigió su mirada al Cid sin entender como Don
Rodrigo no podía ver lo mismo que el encontraba en aquel joven, entonces le
dijo al Príncipe de Valencia:
“Es su elección campeador, sin embargo
debo decirle que sin duda alguna a ese joven sería al único que le confiaría
mil veces mi propia vida en el campo de batalla.
Su padre, Don Francisco Javier Aliatar
Derderían y su madre Doña Diana De la Sagra, fueron los amigos más
queridos que he tenido, el mal destino me los arrebató, conozco a Diego desde
el día que nació, pero no se confunda por ese hecho pues ello no nubla en
ningún momento mi juicio.
Por supuesto que tras la primer ojeada,
solo veo lo mismo que usted, él no luce como el más fuerte, ni el más alto,
debo confesar que ni siquiera es el más hábil espadachín que he visto, incluso
reconozco también que no habría nada especial en él si no fuera por una
condición, la cual le brinda gran singularidad a su espíritu.
Así que no voy a hacerle perder el
tiempo, se que no dispone del él, así que omitiré mencionar más palabras para
convencerle, en cambio le brindaré la dicha de comprobarlo por usted mismo,
para lo cual le solicito que llame a tres de sus mejores guerreros para que
enfrenten al chico, ordéneles que no se contengan ante él y por favor no lo
subestime por su sola presencia así que le aconsejo convocar a los más
fuertes.”
Como inmediata respuesta a la
orden del Cid, tres enormes guerreros emergieron de entre la multitud, en
cuanto se acercaron al Príncipe de Valencia éste solicitó que les fueran
llevadas armas de madera, de las mismas que eran usadas usualmente solo en los
entrenamientos.
Para cuando se situaron justo enfrente
de Diego Aliatar, a quien le había sido proporcionada también una espada de
entrenamiento, los tres experimentados soldados escucharon la instrucción del
Cid:
“Apaleen al Joven.”
Después con evidente molestia volteó a
ver a Svaerd, señalando a forma de reclamo:
“Recuérdale en el futuro a lo que quede
del chaval, que tú fuiste quien pidió esto para él.”
Los primeros embates de los tres
hombres, los cuales superaban al chico por más de quince centímetros de
estatura, fueron detenidos con dificultad por Diego, quien con enorme velocidad
presentó inmediata respuesta a sus contrincantes intentando tomar la ofensiva,
logrando cumplir su objetivo al asestar un golpe hacia el más grande de ellos,
el cual no dio muestras de ni siquiera haber sentido un poco de comezón por el
golpe del chico, sin amedrentarse ante el fracaso de su ataque Aliatar de La
Sagra se lanzó en contra de otro de sus adversarios, sin embargo el hábil
guerrero fue mucho más veloz que el muchacho, quien recibió un fuerte golpe en
el estomago que lo derribó al haberle sacado completamente el aire.
Ante la exclamación de los que
presenciaban aquella desigual lucha, al contemplar al chico tendido en el suelo
con evidente molestia Don Rodrigo volvió a recriminar nuevamente con la mirada
a Svaerd.
En el momento en que los tres
experimentados soldados iban a deponer las armas para dar fin a aquel dispar
combate, un adolorido Diego se puso de pie, levantado el arma para indicarles
que la lucha continuaba, entre sonoras risas los hombres reiniciaron su ataque
en contra del joven, quien nuevamente fue oponiéndose a los primeros
movimientos de sus rivales con habilidad, sin embargo tras lograr frenarlos por
un instante de nueva cuenta uno de las estocadas logró llegar a su objetivo,
propinándole a Diego un poderoso golpe que le obligó a soltar la espada de
entrenamiento, la cual al caer resonó ante el silencioso grupo que presenciaba
la contienda.
A pesar de ser evidente la forma en que
el chico había resentido aquel poderoso golpe que había amoratado su brazo, el
joven de inmediato recogió su arma y se lanzó nuevamente en contra de sus
adversarios consiguiendo en esta vez alcanzar nuevamente a uno de ellos,
propinándole ahora un golpe que si bien no le originó un daño mayor fue
evidente que el curtido guerrero ahora si lo resintió, pues como respuesta
resopló con notoria molestia.
Los tres fogueados combatientes
atacaron nuevamente al chico quien ahora fue frenando con mayor habilidad cada
uno de los movimientos que ya antes había enfrentado, al notar que el joven
dominaba cada una de sus estocadas menos elaboradas, el más grande de los
hombres realizó un giro que desconcertó totalmente a Diego, dejándole sin
defensa ante el brutal golpe de aquel enorme sujeto, mismo que se impactó entre
los parietales del cráneo del muchacho, el cual ante el grito de expectación de
la muchedumbre intento con todas sus fuerzas no ceder ante las sombras que
nublaban con celeridad su vista.
A pesar del gran esfuerzo del chico,
todo su coraje no fue suficiente para evitar que éste se desplomara a
punto de perder el conocimiento, en esos momentos y ante el aparatoso impacto,
el Cid dio un paso al frente con la intención de encaminarse a poner fin a
aquella paliza, pero fue detenido por Svaerd quien sujetó el brazo de Don
Rodrigo, pidiéndole que aún tuviera un poco de paciencia.
Pasaron varios segundos en que los
atónitos adversarios de Diego no supieron si debían finiquitar aquella desigual
lucha rematando al chico o si debían acudir en su auxilio, instantes que el
brioso joven aprovecho para recuperarse y ante la expectante mirada de todos
ponerse de pie para levantar nuevamente su espada y atacar de nueva cuenta
a los estupefactos guerreros que se encontraban frente a él.
Para desgracia del chico, la historia
se repitió tres veces más con iguales resultados, Diego plantó cara a la
batalla con más maestría que en las ocasiones anteriores sin embargo no
la suficiente como para cambiar el resultado de la contienda, en la primera
ocasión el chico fue derribado con un golpe en la espalda, en la segunda perdió
el aire por un impacto en el estomago y finalmente la espada de madera se topó
de frente con el rostro del muchacho.
Invariablemente y a pesar del daño que
le había sido infringido, el chico se levantó en cada una de las ocasiones para
seguir pelando, tal como lo hizo en esa cuarta ocasión en la que sus
maravillados oponentes le dirigieron una sincera mirada de respeto sin
ningún deseo de seguir levantando sus armas en contra del valeroso muchacho.
En esos instantes Svaerd, tomó el
hombro de Don Rodrigo y con un ademán lo invito a detener la batalla, el Cid
ordenó a sus soldados que depusieran las armas, lo cual fue recibido de buena
gana por cada uno de los tres combatientes, quienes ya no tenían animo de
seguir apaleando a aquel joven que había perdido sin lugar a dudas aquella
contienda pero invariablemente se había ganado el respeto de todos y cada uno
de los experimentados guerreros que abarrotaban aquel salón.
Mientras los gritos de alabanza al
muchacho resonaban en la sala, Svaerd se acercó hasta el Campeador y le dijo
señalando al lugar en donde apenas hace unos instantes se había llevado a cabo
aquella carnicería:
“Su majestad acaba de presenciar lo que
hace tan especial a Diego Aliatar de La Sagra.
El por ningún motivo y bajo ninguna
condición, jamás se rinde.
Esa es la razón por la que en tierras
lejanas lo llamarón Bennu.”
Ante aquellas palabras Don Rodrigo le
dio un abrazo al Elfo y le dijo con una enorme sonrisa de satisfacción:
“No sé si acabo de presenciar una de
las más grandes muestras de virtud o uno de las más enormes signos de estupidez.
Por supuesto que el chaval es el idóneo
para la encomienda, te lo agradezco viejo camarada de armas, nuevamente me has
servido bien.
Ve que tú muchacho reciba la atención
necesaria, será requerido mañana a primera hora, cuando termines te veré en la
plaza de la Almoina, estaré ahí observando el vuelo de las aves, tengo que
dejar Valencia esta misma noche.”
Al atardecer Svaerd se dirigió al
encuentro del Príncipe de Valencia, quien se encontraba prácticamente solo al
centro de la plaza con la mirada directamente al cielo estudiando con
detenimiento el vuelo de las aves, en cuanto el Elfo llegó hasta él le dijo con
camaradería:
“Es curioso ver que el campeón de
Valencia siga siendo afecto a la Ornitomancia, siento asegurarle digno señor
que de ninguna manera podrá ver el futuro en el movimiento a vuelo de esos
animales.
Usted mejor que nadie Don Rodrigo sabe
que el futuro no se observa, se forja.”
Sin apartar la mirada de las aves, el
Cid le respondió a su respetado amigo:
“Por supuesto que lo se Svaerd, sino de
que manera éste huérfano pudo conseguir que no nos encontremos sometidos a
ninguno de los reyes de la península.
Observa bien a mi guardia personal,
siguen con exhaustiva atención como estudio a las aves, la determinación con
que lo hago ha logrado convencerlos que puedo atestiguar el porvenir en ellas,
pronto les anunciare que he visto la victoria que tendremos mañana, ellos a su
vez correrán a casa y lo contaran a todo el pueblo, esa confianza se extenderá
como una chispa que aviva el fuego y para mañana el valor en todos y cada uno
de los hombres y mujeres de Valencia se habrá encendido como una llamarada.
Por ello sigo observando el vuelo de
las aves, porque sus movimientos en el cielo me permitirán mover el espíritu de
mis guerreros.”
Svaerd se perdió unos instantes
siguiendo también el vuelo de las aves, hasta que le respondió al Cid:
“Viéndoles con detenimiento he podido
notar que me señalan algo en su vuelo, me indican que estoy al lado de uno de
los más grandes estrategas con los que he tenido la fortuna de luchar hombro a
hombro.
En base a su voluntad y coraje, la
ciudad ha soportado magníficamente el asedio almorávide, en cuanto tuvo
noticias de que el enorme ejército enemigo se dirigía hacia aquí, hizo revisar
y reparar los muros de la ciudad y ordenó elaborar nuevas defensas
amuralladas de tapial para proteger los sitios más vulnerables.
Sabedor que un ejército hambriento es
un ejército débil reunió provisiones, convenció a los señores y alcaides de la
zona, tanto cristianos como musulmanes a unirse en su nombre en defensa de
Valencia, consiguiendo reunir la mayor cantidad de guerreros posible que la
premura permitía.
Sin embargo los aproximados seis mil
valientes combatientes que le seguirán hasta la muerte, deberán enfrentar al
temible ejercito de Abu Abdallah Muḥammad, el cual según me ha sido informado
cuenta con cuatro mil jinetes de caballería ligera, seis mil soldados de
infantería, seiscientos guerreros de infantería pesada andalusí, otro
tanto igual de ballesteros y al frente de todos ellos la temible guardia
imperial de Yusuf ibn Tasufin.
Por si no fuera suficiente el temor de
enfrentar a un ejército más numeroso y mejor armado, existe también ante el
sitio, el latente riesgo de sedición de tus propias huestes, una situación que
no resultaría en nada extraordinaria en una ciudad en las que hace dos años
cuando la conquistó, aún muchos de sus quince mil habitantes resultaban
proalmorávides.
Pero como siempre el campeador forjó el
futuro, confiscó todas las armas y objetos de hierro de la población y expulsó
de la ciudad a todo sospechoso de mostrar simpatías hacia sus enemigos, ahora
se encuentra rodeado mayoritariamente de fieles que resistirán
valerosamente el asedio por el tiempo que sea necesario y aquellos seguidores
de Alá que aún se encuentran en la ciudad no actuaran en su contra pues ha
difundido que lo ejecutaría a todos ellos al momento en que el ejercito de Abu
Abdallah Muḥammad estuviera a punto de tomar la ciudad.
Finalmente ha hecho creer a todos,
aliados y enemigos, que en cualquier momento acudirán en nuestra ayuda
las tropas de Pedro I de Aragón y de Alfonso VI,
cuando ni siquiera sabe si ellos se dignaran en prestarnos auxilio, sin embargo
con esa acción ha sembrado confianza en sus partidarios y terror en sus
oponentes.”
Svaerd apartó su mirada de las aves, le
dio un abrazo al Cid y le dijo:
“Admiro sus cualidades como guerrero,
pero respeto aún más sus atributos como líder, en un momento más anunciara que
con sus cualidades adivinatorias ha visto la victoria y todos seguirán sus planes
por riesgosos que estos puedan parecer.
Indudablemente le auguro la victoria
Don Rodrigo Díaz de Vivar, Cid Campeador de Valencia.”
Antes de abandonar la plaza Don Rodrigo
confió sus planes a Svaerd indicándole a detalle cual sería la importante
tarea que en ellos desempeñaría Diego de La Sagra, al regreso cuando
todos cuestionaron al príncipe de Valencia respecto a lo que le habían indicado
las aves, el Cid les gritó dichoso:
“Les he pedido a las magnificas aves
que me mostraran lo que el Cid y su ejército encontraran en el grandioso
campamento de Abdallah Muḥammad y ellas me han respondido gustosas.”
Hizo una ceremoniosa pausa y añadió:
“Cid Campeador, lo único que tu
ejercito hallará en el campamento enemigo es riqueza que acrecentará sus bienes
y ajuar que ofrecerán a sus hijas casaderas.”
Ante aquellas palabras la mesnada
Valenciana estalló en júbilo al visualizar la captura del magnífico botín que
vendría seguido de la inminente victoria que les estaba anticipando su
respetado líder.
Al llegar la noche Don Rodrigo, Svaerd
y más de tres cuartas partes de su ejército se encontraban preparados para
abandonar Valencia, antes de partir, ya estando a bordo de Babieca su brioso
corcel, el príncipe hizo llamar a Diego Aliatar quien presto abandonó el grupo
para acercarse hasta el Cid, cuando el Joven estuvo frente a frente con él
Campeador, éste le dijo al muchacho:
“Qué tipo de acero es el que usas
chaval”
El joven desenfundó una espada ancha
muy diferente a las espadas que eran usadas por la mesnada del Cid, la hoja era
al inicio recta para después curvarse en forma de u, teniendo el filo en la
parte convexa, medía alrededor de 60 centímetros formando los primeros 10 de
ellos el mango, el cual era sencillo careciendo de guardia y gavilanes.
Don Rodrigo hizo una ademan mediante el
cual solicito al joven su arma, la cual el Campeador blandió asestando
dos o tres golpes al aire, para entregársela de vuelta al joven, mientras le
señalaba:
“Espero que tengas buen dominio de
ella, te hará falta, con ese filo externo más que espada asemeja a un hacha,
parece más el arma de un seguidor de Alá que la de un fiel cristiano.”
Diego inclinó un poco la cabeza,
respondiendo con sumo respeto:
“Deberá tener la seguridad mi señor,
que a pesar de haber presenciado cosas que seguramente otros no han visto soy
un fiel seguidor de Cristo, ese acero me fue otorgado como pago por un trabajo
que mi maestro y yo efectuamos en Bizancio, desde ese momento muchos seguidores
de Alá han caído bajo su hoja.”
El cid sonrió, hizo que Babieca diera
una vuelta sobre su propio eje, y le dijo al joven con voz serena:
“No lo mencioné para ofenderte rapaz,
no dudo de tu fe, ni de tu lealtad, si así fuera no te estaría encomendado la
delicada misión que te ha sido requerida.”
Don Rodrigo desenfundo una de las armas
que llevaba, lo vio con cierta devoción y le dijo a Diego, mientras ponía la
hermosa espada en sus manos:
“Ves esta arma, la he llamado Tizona y
por supuesto no es un acero cualquiera, tiene la particularidad de hacerse tan
fuerte como el brazo que la sostiene, es por eso que en mis manos es un arma
infalible y en las de mis enemigos un pedazo de hierro inservible.
He visto el valor que hay en tus ojos,
Diego Aliatar de La Sagra, eres digno de empuñar a Tizona.”
El incrédulo chico tomó la espada y la
blandió lleno de orgullo.
Al ver como el joven sostenía
diligentemente aquel acero, el Cid agregó:
“Si para mañana cuando estemos
celebrando la victoria en el campamento enemigo, sigues con vida, te
entregare a Tizona como un tributo por el valor de los servicios que le habrás
prestado a Valencia.”
El chico dejó caer la Kopesh,
enfundándose en el cinto a Tizona, mientras le decía con seguridad al Cid:
“He visto el valor en sus ojos, Rodrigo
Diaz de Vivar, Cid Campeador, así como he visto el terror en los ojos de sus
enemigos, a quienes usted sería capaz de vencer incluso si fuera solo su
cadáver el que estuviera montando a Babieca.
Tengo la certeza que mañana la victoria
será suya, así como no tengo ninguna duda que para el siguiente día la estaré
celebrando con usted, así que si mi señor no tiene inconveniente me quedare
desde este momento con Tizona.”
Ante la ovación que aquel comentario
provocó en la mesnada del Cid, Don Rodrigo liberó una sonora carcajada,
mientras levantaba en todo lo alto a Colada, su otra espada tan querida, la
cual tal como Tizona no era un acero ordinario pues tenía el poder de infligir
un terror sobrenatural en los enemigos, pero esto solo cuando era blandida por
un valeroso guerrero.
Con Colada en todo lo alto, el
Campeador recorrió las calles aledañas ante la arenga de la población,
recordándoles que estarían seguros bajo el resguardo de su valeroso ejército y
que su partida obedecía a traer consigo la ayuda de las tropas de Alfonso de
Castilla y Pedro de Aragón,
todos confiaban en el Cid, pero algunos no pudieron alejar la intranquilidad
que les provocaba ver como Don Rodrigo partía en busca de ayuda con la mayoría
del ejercito, dejando a la defensa de la ciudad tan solo a unos cientos de
hombres, que por valerosos que fueran no podrían enfrentar solos a los miles de
combatientes almorávides.
Mientras veía salir al Cid Campeador y
a su mentor, Diego Aliatar de La Sagra abrazó con fuerza a Tizona,
al amanecer por fin tendría oportunidad de mostrarles a ambos que la confianza
que habían depositado en él estaba justificada y que de esa manera podría
comenzar a emular toda la grandeza que el Elfo le había narrado tuvieron los
padres del muchacho antes de su fatal desenlace.
Valencia, el alba del 21 de octubre de
1094.
Con el anuncio de los primeros rayos del
sol, la puerta de la culebra, al oeste de la ciudad, se abrió de par en par
para dejar salir a un pequeño contingente de caballería encabezado por
Diego Aliatar, al frente de ellos, a pesar que los separaban del enemigo
y el muy probable encuentro con la muerte una distancia de más de cinco
kilómetros, en su imaginación podían prácticamente vislumbrar al enorme
contingente enemigo, tal como si se encontrara justo frente a ellos, aquel
sentimiento de preocupación hizo que incluso los nobles corceles acostumbrados
a la batalla retrocedieron ante aquella visión que se presentaba ante sus
jinetes.
Diego controló con prestancia al
caballo andaluz de color tordo que montaba valeroso, volteó con enorme decisión
para ver a los ojos a sus compañeros de mesnada, entonces levantó su
espada y tras unos segundos la bajó dando la señal para dirigirse a todo
galope hacia el este del vecino poblado de Mislata, donde se
encontraba la avanzada de las fuerzas almorávides.
Los observadores de las fuerzas
de Abu Abdallah Muḥammad que se encontraban apostados a lo largo de los siete
kilómetros que separaban a Valencia de Quart de Poblet, lugar en el que estaban
apostada la gran mayoría del ejercito almorávide, en cuanto divisaron al
pequeño grupo de caballería, prestos se dirigieron a informar que las fuerzas
del Cid cansadas del asedio estaban llevando la batalla hasta ellos.
Abu Abdallah Muḥammad, tomó la noticia
con tranquilidad e incluso con cierta satisfacción, deseaba ya poner fin a
aquel asedio y hacerse con la victoria, pues estaba consciente que el ejercito
del Cid resultaba inferior a las fuerzas que el comandaba, sin embargo le
preocupaba que su enemigo se viera fortalecido por el ejercito de Alfonso VI o
cualquier otro de los reyes cristianos que acudieran en su apoyo, lo que
comprometería lo que de otra forma sería una cómoda victoria.
Sin ningún atisbo de duda Abu Abdallah,
ordenó que el contingente de ballesteros que se encontraba en Mislata tomará la
primera línea de batalla, situando en espera a un grupo de caballería ligera
armados con arcos, superior en número de tres a uno al que encabezaba Diego
Aliatar, el cual sería acompañado en ambos flancos por los soldados de
elite de la guardia imperial de Yusuf Ibn Tasufin, quienes listos para la persecución
llevaban los corceles más veloces.
La infantería y la infantería pesada
que se encontraba ubicada en Quart de Poblet se adelantó solo unos cuantos
cientos de metros en dirección a Mislata esperando el resultado de
aquella primera escaramuza por si resultaba necesario prestar apoyo.
Para cuando Diego y los valerosos
soldados que le acompañaban pudieron divisar la primera línea de ataque
enemiga, apresuraron el paso hacia el choque con aquel inicial contingente,
para cuando estaban a aproximados trescientos metros el joven ordenó a la
mesnada que hicieran una línea lo más extendida posible para que la inminente
lluvia de flechas de los moros no encontrara un conjunto en el cual realizar un
fácil blanco.
Las mortales saetas resonaron en el
viento buscando segar la vida de aquellos valientes que enfrentaban a un
ejército muy superior en número, los equinos andaluces aguantaron estoicamente
su marcha sin variar ni un ápice la dirección a la que iban encaminados ante
aquella fúnebre lluvia que chocó contra los escudos que levantaban sus jinetes.
Aquel primer ataque almorávide resultó
del todo infructuoso, al ver venir con toda fuerza el impacto de aquella
tormenta valenciana que se les avecinaba inmisericorde, los ballesteros de Abu
Abdallah comenzaron a retroceder, en ese momento Diego y los caudillos que lo
acompañaban estaban a escasos cien metros, el choque que arrasó con los
almorávides fue inevitable.
Zayd Bakar, el capitán de las tropas
ubicadas en Mislata apretó con furia los dientes y ordenó a la caballería
ligera que trabará combate con las fuerzas valencianas, las cuales al ver venir
al grupo de arqueros y lanceros montados a caballo, esperó al momento en
que Diego Aliatar les ordenó dar media vuelta en dirección a Valencia.
Los veloces caballos andaluces fueron
forzados al máximo ante la persecución de las fuerzas almorávides, al momento
en que habían avanzado aproximadamente quinientos metros, nuevamente Diego
emitió una señal que hizo que el disperso grupo se alineara en una estrecha
formación, la cual nuevamente dio la media vuelta para dirigirse en contra de
sus perseguidores.
Con gran bravura la caballería
almorávide mantuvo su formación esperando el encuentro con las fuerzas del Cid,
dejaron los arcos, lanzas y ballestas para desenfundar sus espadas, pero el
inexorable impacto no se efectuó pues nuevamente Diego ordenó a sus fuerzas
abrir líneas alejándose de sus enemigos.
Las desconcertadas fuerzas de Zayd
Bakar no pudieron hacer más que también desbandarse para dar persecución a
cada uno de los jinetes de la mesnada del cid, la cual avanzó en todas
direcciones solo por unos cuantos metros para luego volver a unirse en dos
grupos uno que marchó nuevamente hacia Mislata y otro que partía de regreso a
Valencia.
Los intrigados caballeros islamitas
dejaron partir al grupo que encabezaba Diego Aliatar sabedores que se
encontrarían con los soldados de elite de la guardia imperial de Yusuf Ibn
Tasufin que algunos cientos de metros más atrás comandaba Zayd Bakar, por
lo que mantuvieron sus ordenes iníciales y siguieron en persecución de los
hombres que partieron de regreso a Valencia.
El joven Aliatar de la Sagra, dispuso
que se desenfundaran nuevamente las espadas para poder hacer frente al embate
de los experimentados soldados de elite almorávides, los cuales al ver
acercarse a las fuerzas valencianas no salieron en su persecución sino que
mantuvieron fielmente su posición a ambos flancos esperando que fueran sus
enemigos quienes tuvieran que dividirse para llegar hasta ellos.
A pesar de las cercanía de las hueste
de Valencia, las cuales prácticamente pasarían por en medio de la caballería
almorávide si esta no se movía de su posición, Zayd Bakar impuso sus ordenes
entre sus inquietos hombres, el experimentado capitán moro temía que aquello se
tratara de un tornafuye, técnica creada precisamente por los mismos árabes pero
recientemente adoptada por los ejércitos cristianos peninsulares, la cual
consistía en atraer al ejercito sitiador mediante la carga de la caballería
ligera, la cual antes del choque con el poderoso enemigo, simulaba darse a la
fuga, lo que provocaba la persecución del ejercito más fuerte, el cual después
de unos cientos de metros de acoso veía como el aparentemente cobarde esquivo
ejercito rival daba media vuelta para atacarlo a distancia mediante
flechas y lanzas, para posteriormente darse nueva y definitivamente a la fuga,
lo que dejaba al enemigo con varias bajas en sus exhaustos hombres, los cuales
habían perseguido a un enemigo en apariencia más débil solo para encontrarse
con la muerte.
Para el desconcierto del comandante
islamita, Diego y sus hombres continuaron de frente su camino pasando en medio
de la guardia imperial, sin embargo Zayd Bakar se mantuvo fiel a su decisión
sostenido a sus jinetes en aquella posición, sabedor que a medida que los
valencianos se acercaran a Quart de Poblet, enfrentarían sin esperanza alguna
al grueso del ejecito del Emir, y si acaso pretendían regresar en tornafuye se
encontrarían atrapados mortalmente entre estos y aquellos.
A medida que los valerosos caballos
andaluces avanzaban dejando atrás Mislata para avanzar hacia el real almorávide
posicionado en las afueras de Quart de Poblet, se hizo más evidente el
tétrico estruendo de la piel de los tambores que el ejercito de Yusuf Ibn
Tasufin hacía resonar desde su campamento, los equinos momentáneamente se
pusieron en dos patas, dificultando el continuar con la marcha, con excepción
del que llevaba a Diego Aliatar, el cual siguió aquel camino con el mismo
semblante de tranquilidad de su jinete como si entre ambos existiera una
conexión mágica a pesar de ser aquella la primera vez en que Diego lo montaba.
Para cuando el resto pudo ejercer
suficiente control para reincorporarse a la marcha vieron como en el horizonte
la siguiente avanzada formada por elementos de caballería pesada almorávides se
disponía contra ellos, ubicándolos en una mortal trampa.
Se acercaba ya el medio día cuando
Diego se encontró ante aquel dilema, no podía seguir de frente pues
irremediablemente serían arrasados por la caballería almorávide armada con
largas lanzas, aquello sería una carnicería, sin embargo si optaban por
regresar se verían atrapados entre los dos grupos moros, ya que Zayd Bakar los
esperaba en la retaguardia.
Diego detuvo la marcha de su bravo
corcel, ordenando al resto que hicieran lo mismo, con desconcierto el resto de
valientes guerreros optó por obedecer a quien el Cid había designado como
su comandante, a pesar que aquello no parecía más que un suicidio.
Aliatar de la Sagra les pidió que
esperaran a su señal para emprender la marcha, en el horizonte aquel torbellino
islamita se acercaba inexorablemente hacia ellos, el estruendo de tambores se
hacía cada vez más fuerte, cada uno de los guerreros valencianos alertaron a
sus caballos preparándolos para continuar a todo galope en cuanto vislumbraran
la señal de su comandante, sin embargo a pesar de tener prácticamente encima a
la caballería pesada mora a escasas decenas de metros, la orden de Diego
parecía no llegar.
Estoico el joven aguantó hasta que el
enemigo estuvo a escasos diez metros, entonces bajó nuevamente su espada
ordenando la marcha en dirección a Mislata, a medida que avanzaban con el
enemigo a cuestas, Diego ordenó que no marcharan a todo galope necesitaba que
entre ambos grupos no existiera prácticamente distancia, para confundirse como
si ambos se tratarán de un solo contingente.
Zayd Bakar pudo ver a la
distancia la enorme nube de polvo que indicaba que los jinetes valencianos se
dirigían nuevamente en su contra, sin siquiera poder imaginar que aquellos
valientes hombres hubieran esperado al momento en que prácticamente se diera el
choque con la caballería pesada del Emir, con fundamento consideró que
solamente era el ejercito ibérico el que se acercaba a ellos, entonces ordenó
que ambos contingentes situados a ambos flancos formaran una sola línea, la
cual guardó sus hierros sedientos de sangre, para armarse con los arcos y
ballestas que cada uno llevaba.
En el trayecto entre Mislata y el lugar
donde se encontraba la caballería pesada del Emir, el joven toledano
había recordado exactamente ciertas marcas en el camino, las cuales le pudieran
indicar la distancia a la cual se encontraba de la guardia de elite de Yusuf
Ibn Tasufin, cuando vio aquel álamo sin follaje, quemado desde la base del
tronco, supo que estaba aproximadamente a no más de trescientos metros de
encontrarse atrapado entre los dos contingentes almorávides, entonces ante
aquel estruendo del galopar de los caballos, ordenó tomar los escudos y hacer
más lenta la marcha.
El comandante islamita consideró que
aquel contingente que se acercaba estaba ya a distancia suficiente para poder
ser alcanzados por sus letales flechas, así que dio la orden para iniciar el
ataque, con beneplácito se percató que las primeras víctimas de aquella bandada
enemiga caían ultimadas al polvoroso suelo, entonces vio como la avanzada de
aquel contingente que marchaba en dirección a la guardia de elite, se abría
avanzando a ambos flancos dejando en el centro a un numeroso grupo sobre el
cual ordenó el segundo ataque.
Nuevamente las mortales saetas
alcanzaron su objetivo dejando nuevas víctimas tendidas en aquel camino, sin
embargo no fueron suficientes para frenar la marcha de aquel nutrido
contingente.
Con un terror que jamás se había
albergado antes en su corazón, el valeroso Zayd Bakar, se percató que aquel
grupo de caballería armado con poderosas y largas lanzas que pronto arrasaría
con sus bravos soldados, no era otro que el de su propio Emir.
Reponiéndose con presteza al
desconcierto de aquella carnicería infligida a sus propios compañeros, los
valientes almorávides sobrevivientes, que aún superaban por mucho al grupo
comandado por Diego Aliatar de la Sagra, se lanzaron en contra del batallón
Valenciano, el cual envuelto entre aquellos cadáveres enemigos no tenía más
opción que trabar combate.
En el fondo de su corazón el osado
joven sabía que había cumplido honorablemente con las instrucciones del Cid,
había logrado separar a lo largo de aquellos cinco kilómetros a las fuerzas del
Emir Yusuf Ibn Tasufin, sin embargo le embargaba la tristeza porque a pesar de
sus esfuerzos él y sus hombres finalmente hallarían en ese campo teñido de
carmesí el frío y tétrico abrazo de la muerte.
El cerrado combate hacía parecer que
las fuerzas de ambos bandos fueran iguales, los peninsulares pelearon con
bravura haciendo retroceder a sus también valerosos rivales, mientras la espada
de Diego cruzó el corazón de su enemigo, el joven al ver directamente a los
ojos de aquel otro chico no mucho mayor que aquel, no pudo dejar de pensar en
cuan similares eran aquellos hombres, no cabía duda para él que entre ese polvo
no había ni héroes ni villanos, solo individuos que pensaban con todo su ser
que su causa era la correcta, semejantes a los que por igual les emanaba una
sangre de tintura grana.
En esos momentos de duda en que Aliatar
de la Sagra se percató que estaba manchando de sangre sus manos sin tanto honor
como él creía, pues únicamente había vendido nuevamente su acero para pelear
sin fundamento defendiendo una causa que no era la propia, el terrorífico
sonido de los tambores cesó.
Durante varios minutos solo hubo
desazón por ambos bandos, el que aquel marcial y enloquecedor ritmo hubiera
terminado solo podía significar dos cosas, vida o muerte, vida para los
triunfadores, muerte para los vencidos, dos únicos destinos.
En aquellos momentos de exasperante
espera, nadie levantó las armas, en ninguno de aquellos feroces guerreros cabía
el pleno desasosiego o la plena certidumbre que para esa tarde podrían volver a
fijar la vista en las cosas que más amaban.
Tan solo unos instantes después entre
una nube de locura y polvo aquella batalla había terminado esfumándose con ella
las aspiraciones del Emir de llenarse de gloria recuperando Valencia de las
manos del ya legendario Cid.
La noche anterior Don Rodrigo Diaz de
Vivar, el Cid campeador había salido de Valencia para rodear el camino entre la
amurallada metrópoli y Quart de Poblet, desde hacía días había anunciado que
pronto la sitiada ciudad recibiría la ayuda de los monarcas Alfonso VI y Pedro
de Aragón, algo que el Cid sabía de antemano era falso, pero que provocó gran
resquemor entre el ejército Almorávide.
La mesnada del Cid que salió esa mañana
de Valencia por la puerta de la culebra tenía la misión de separar al ejército
almorávide, el cual durante las siguientes horas fue dando persecución al grupo
que pensaban en el peor de los casos no estaba haciendo más que un tornafuye.
Para el mediodía cuando el ejército
islamita había roto su formación a lo largo de los dos kilómetros que separaban
a Mislata de Quart de Poblet, se vieron sorprendidos en la retaguardia por un
vertiginoso ataque por parte de las fuerzas que comandaba el Cid Campeador.
El valeroso ejército africano sufrió el
súbito desasosiego de ver ilusoriamente diluida su ventaja numérica, al
percatarse que un embravecido ejército les atacaba por la zaga, jamás pudieron
imaginar que se trataba del propio ejercito del Cid el que los golpeaba
con todas sus fuerzas, la sinrazón se apoderó de los experimentados
soldados almorávides al pensar que ahora no solo tendrían que enfrentar el
ataque que el Cid había iniciado por la mañana en Mislata, sino que tendrían
que oponerse también a los ejércitos de Alfonso VI y Pedro de Aragón.
La locura se hizo presente, el real
almorávide se desbandó en todas direcciones, permitiendo una eficaz,
determinante e inmediata victoria que llenó aún más de gloria al
Cid.
Antes del anochecer los héroes de
Valencia estaban de vuelta en casa, celebrando el fin del asedio islamita, en
el centro de la celebración el Cid Campeador era ampliamente felicitado por su
triunfal estrategia, a lo lejos sin unirse del todo a la celebración Diego
Aliatar de La Sagra, seguía limpiándose la sangre que yacía seca en sus manos.
Hasta el joven se acercó el alto hombre
que había sido desde hacía ya unos años toda la familia con la que el muchacho
contaba, observó las manos de Diego y le dijo:
“Si tú no hubieras acabado con sus
vidas, ellos con seguridad habrían acabado con la tuya.”
El joven lo vio recriminándole y le
contestó:
“acaso es mi vida más valiosa que la de
cada uno de ellos.”
Svaerd tomó el hombro del chico y le
dijo;
“Para ti debe serlo, y sin duda para mí
también lo es”
Añadiendo después de una breve pausa:
“Por supuesto que la sangre que
derramaste en aquellas tierras seria de más provecho si aún corriera en el
interior de los cuerpos de cada uno de esos valientes hombres, eso es evidente.
Muchas veces te he dicho que no existen
destinos prescritos, únicamente decisiones, elecciones sobre cuál será el
camino que vas a emprender, puedo asegurarte que cada uno de esos hombres
eligió la senda de las armas hace mucho tiempo.
Por supuesto eso no hace menos triste
su muerte, pero lo cierto es que no te hace a ti el único responsable, sin duda
lo que hoy hiciste no te convierte en ningún tipo de héroe que ha segado la
vida de los terribles villanos.
Tus acciones ocasionaron el fin de
varias vidas, lo cual por supuesto es tan triste pues la vida para ustedes es
tan efímera, pero no eres el único responsable, solo fuiste un instrumento en
la causalidad de cada una de las elecciones que esos hombres fueron tomando en
el transcurso de sus vidas.
Incluso esta misma mañana ellos
pudieron haber elegido no salir de sus camas, pero fue más su orgullo y
determinación para presentarte ante ti.
Ya en el campo de batalla, fuiste un
mejor guerrero, tuviste más hambre de vivir y por supuesto tuviste más suerte,
esas son las únicas diferencias entre esos cuerpos que yacen sin vida y tú.”
Svaerd le dio al chico un golpecillo en
el pecho se reincorporó y agregó:
“Prepárate nos marchamos mañana después
de recibir nuestro pago, claro eso solo si decides seguir mi camino, pero
considera que la vida que he elegido es la de vender mi espada en cada lugar
donde se me ofrezca una batalla que me proporcione un reto, de seguirme esa es
la única vida que puedo ofrecerte llevar, un camino riesgoso pero harto de emoción,
no es acaso eso el sentido de la vida.
Svaerd finalmente le dio una palmada en
el hombro y se encaminó a seguir con la celebración, pero antes dio medio
vuelta caminó de regreso hasta el joven, le acarició cariñosamente la cabeza y
le dijo:
“Estoy muy orgulloso de ti, eres un
digno vástago de tus padres.”
Para cuando el sol comenzaba a salir,
en el momento en que Svaerd le daba unas monedas al hombre que había alimentado
a sus caballos durante su estancia en Valencia, Diego se presentó ante su
mentor, le dio un fuerte abrazo, luego montó su caballo y le dijo a
Svaerd:
“Me gustaría escoger las batallas, si
voy a pelear a muerte con alguien al menos quiero sentirme identificado con la
causa.”
El Elfo ya había abordado también a su
corcel cuando respondió:
“Que no te quepa ninguna duda que solo
pelearás cuando quieras hacerlo, te lo garantizo, nunca te llevaré a una guerra
sin tu voluntad, pero no debes engañarte, yo estoy consciente del porque luchó,
¿acaso lo estás tú?
Yo lo hago porque la batalla es el
alimento que me hace sentir vivo, además sabes que mi condición hace que ningún
mortal pueda privarme de la vida, pero si tú has elegido esta senda en algún
momento de tu vida deberás reconocer que lo haces por ti y no por lo honorable
de la causa, pues con el tiempo podrás constatar que cada guerra es tan
estúpida como los mortales que arriesgan su vida en ellas.”
Guiscardo escuchó cada una de aquellas
palabras que resonaron en su mente como si hubieran sido pronunciadas en ese momento
por el hombre que yacía tendido entre los escombros de Dacnomanía, entonces
soltó la mano de aquel extraño sujeto rompiendo el lazo que se había creado
entre ellos permitiéndole al chico viajar a los recuerdos de aquel extraño
hombre.
El atónito niño permaneció sentado por
un instante al lado de aquel insólito sujeto, el cual ahora gracias a la
conexión que se había establecido entre ellos, sabía que no se trataba de
un viajero de una galaxia muy lejana, sino el más grande guerrero elfo en la
historia del Reino Etéreo, el cual había abandonado un magnifico mundo de magia
solo para buscar el placer de la aventura en el mundo de los mortales.
Cuando salió de su letargo el joven
intentó incorporar a Svaerd , pero el sujeto seguía sin reaccionar, desesperado
el chico le gritó, vertió agua sobre su rostro e incluso le propinó dos fuertes
bofetadas, pero el Elfo no se sobrepuso al sopor que lo tenía cautivo, entonces
Ricardo se puso de pie y contempló con suma tristeza al Elfo, el carácter del
joven Guiscardo era fuerte, sin embargo contemplando como el brillo de aquel
fantástico ser iba menguando comprendió que no había nada que hacer por él, pues
en los ojos de aquel otrora digno guerrero, los cuales en las memorias que
compartieron le habían parecido tener el esplendor de la mirada de un león, ya
no existía ningún atisbo de ansía por aferrarse a la vida, de aquel majestuoso
guerrero lleno de dignidad ahora tan solo quedaba una sombra.
Finalmente Roberto hizo por él lo único
que en esos momentos podía realizar para honrarlo, así que fue apilando
nuevamente las piedras que le cubrían y que ahora constituirán para Svaerd su
modesto sepulcro. Cuando el joven terminó de empedrar el cuerpo sin vida del
Elfo, se despidió por última vez de aquel sujeto con el cual ahora sentía una
extraña conexión, entonces el chico vio que de las piedras emergía un singular
brillo.
Con presteza apartó desesperado las piedras
que cubrían el sitio del cual había surgido la luz, una a una las fue tirando
hasta que pudo ver que la misma no había emergido del Elfo, sino de una hermosa
espada bastarda, la cual por los recuerdos compartidos con Svaerd el chico supo
que era un arma larga también conocida como espada de mano y media, usada en la
Europa medieval.
Después de haber vuelto a cubrir el cuerpo del elfo, Roberto Guiscardo
blandió con inusitada maestría aquella arma, seguramente desde el lugar donde
el Señor de las Espadas se encontrará en el olvido sonreiría ante aquella
imagen.
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