Muy buenos días, después de una ausencia involuntaria, con gran placer vuelvo a publicar, les agradezco infinitamente su generosidad al leer mis historias y artículos.
Antes
de pasar al tema central de esta publicación, les comento el porqué de la
tardanza para un nuevo post, me parece que no lo había comentado antes pero
resulta que en los ratos que no estoy tratando de convertirme en un escritor
profesional, trabajo en una dependencia gubernamental en México dedicada a la
impartición de justicia, sin embargo el área en la que me desempeño trata más
aspectos administrativos que juicios en sí, motivo por el cual mis tareas
normalmente se alejan un poco de lo que técnicamente sería la ciencia jurídica
procesal, motivo por el cual mis labores a veces pueden ser un poco
reiterativas y no me permiten desempeñarme puramente en lo que sería
propiamente lo que todos entendemos por derecho.
El área
en la que trabajo se llama Departamento de Normatividad, Patrimonio
inmobiliario y Asesoría Legal, el nombre puede resultar muy pomposo y quizá algo
tendrá que ver el que tuve la fortuna de ser encomendado para hacer el proyecto
de restructuración de la Dirección a la cual pertenece dicho Departamento, por
lo que tuve la oportunidad de nombrar al área en la que yo mismo trabajaría, así
que pensé ¿Por qué no ponerle un nombre que resulte interesante?
En
el aspecto de Asesoría Legal de dicho departamento se nos encomendó contestar
una demanda por reparación del daño instaurada en contra del titular del Poder
Judicial, por lo que toda la semana tuve que enfocarme en fundamentar lo mejor
posible mi trabajo, a lo mejor eso pueda parecerles tedioso, pero por un
momento me permitió volver a hacer un trabajo puramente jurídico y de alguna
manera conectarme con mi padre que ya no está, puesto que él como ninguna
persona que haya conocido, amaba su profesión y era un concienzudo estudiante
permanente del Derecho.
Pues
bien habiendo tenido que enfocarme en realizar el trabajo mencionado, tuve que
abandonar un poco lo que más me apasiona, pero afortunadamente vuelvo a tener
más tiempo para poder realizarlo.
Ahora
si pasando a temas literarios y de fantasía mucho más importantes que lo
anterior, hoy con mucho gusto deseo presentarles el segundo capítulo de “La
magia de Valentina”, no sin antes comentarles a todos aquellos que no están familiarizados
con dicho proyecto, que la historia de Valentina es un trabajo conjunto en el
que un grupo de aficionados a la escritura decidimos hacer una novela por
capítulos, en el que uno narra el primer tramo de la historia dejándole plena
libertad al siguiente escritor para hacer con la trama lo que decida, de tal
forma lo que el primer narrador había planeado para los personajes puede tomar
un rumbo totalmente inesperado y así inspirarse para que cuando le vuelva a
tocar el turno de escribir pueda llegar a sitios inimaginables.
A mí
me tocó escribir el primer capítulo y debo confesar que ahora Ana ha llevado la
historia a un punto muy lejano de lo que yo había planeado para Valentina y sus
compañeros de aventuras, lo cual es realmente fantástico y cumple perfectamente
con lo que esperaba del proyecto, toda vez que al leer el capitulo realizado
por mi compañera escritora he podido imaginar un rumbo nuevo para llevar la
trama al cual no habría podido llegar si yo solo hubiera realizado todos los
capítulos.
Espero
que lo disfruten tanto como yo, para los que no han leído el capítulo uno les
dejo aquí el enlace, solo deben dar click justo aqui abajo o en la foto de la entrada destacada.
Muchas
gracias por leernos y gracias a Ana por autorizarme a compartir su escrito en
el blog.
Capitulo
dos de "La Magia de Valentina"
Capítulo 2. El consejo.
Mientras esperaba a ser recibido por el segundo concejal me maravillaba
observando lo diferente y parecido que era a la vez aquel lugar que ya había
visitado en La Tierra. En el Mundo Medio, la galería de los Uffizi no era un
museo, sino la sede del Alto Consejo de Magia y Hechicería. Lo primero que me
sorprendió fue la ausencia de la cola kilométrica que casi de forma continua
ribeteaba los muros exteriores. Según entré en el vestíbulo, un caballero
vestido con un elegante traje azul me invitó a pasar al primer corredor y allí
me señaló un banco en el que podía sentarme.
–Espere aquí –me dijo.
Asentí y obedecí. Aquella sala de espera un tanto improvisada no se parecía
demasiado a lo que yo recordaba. Solo visité Florencia una vez y, por ende,
solo había pisado una vez aquel lugar en la ahora tan lejana Tierra. Pero
juraría que allí debía de haber estatuas y bustos de dioses, sin embargo, no
era así. Lo que había en su lugar eran grandes paneles con minuciosos dibujos
geométricos, que casi parecían mapas, y que serían la auténtica pesadilla de un
tripofóbico.
– ¿Alan Reittan? Ya puede pasar.
Al oír mi nombre salté como un resorte y eché la mano dentro del bolsillo
central delantero de mi traje de Eternauta, en un reflejo instintivo para
verificar que llevaba lo que necesitaba: grabadora, bloc de notas y bolígrafo.
Al hacerlo, mis dedos toparon con aquella hoja desgastada por el tiempo que mi
compañero me había entregado. Carl tenía la absurda manía de acabar
involucrándose personalmente en cada caso y, de vez en cuando, me pedía algún
favor. No soy muy buen adivino, pero estoy seguro de que esta costumbre le
terminará por meter en algún lío.
El hombre que me llamó, el mismo que me invitó a esperar en aquel banco, me
guió por el corredor dejando de lado las grandes salas que yo recordaba de mi
mundo para al final hacerme entrar en la tribuna, y allí, donde debía estar la
Venus de los Medici, me esperaba sentado en una silla de terciopelo negro, largo
respaldo y patas aleonadas el segundo concejal. No sé si sería casualidad, pero
delante de él, aunque no en frente, sino algo más a la derecha del eje central
de su visión, había una silla de madera pálida y visiblemente endeble. Ahí
debía sentarme yo. Como digo, no sé si sería casualidad, pero algo me decía que
alguien quería dejar claro quién mandaba allí.
El segundo concejal se levantó de su asiento para recibirme.
–Bienvenido –dijo desplegando sus brazos para dejarme admirar su ostentosa
vestimenta.
–Muchas gracias. Como ve, yo no puedo ir tan elegante como usted. Lo
lamento.
–Por favor, no se preocupe. Conozco de sus limitaciones –dijo en un tono
más condescendiente que cordial.
Sin esperar a que él me lo indicase tomé asiento en aquella silla que
habían dispuesto para mí.
–Veo que no tiene tiempo que perder.
–Desde luego que no. La media hora que me habéis permitido no da para mucho
y quiero aprovecharla al máximo.
El segundo concejal rió. –De acuerdo. Comience.
–Nunca he sido de dar muchos rodeos, así que le pido disculpas de antemano
si soy demasiado directo con mis preguntas.
–No se preocupe. Está previamente disculpado.
Aquel hombre mostraba un rostro amable, de facciones suaves y expresión
complaciente, sin embargo, algo me decía que toda aquella fachada podía caer
con el simple posado de una mosca.
–Verá, he compartido notas con mi compañero que, como creo que ya sabe,
mantuvo una entrevista con Massimo Scorza, y me gustaría aclarar una serie de
cuestiones. Tengo entendido que llegaron a un acuerdo con él por el cual tras
los primeros cinco años de vida de Valentina ustedes se quedarían con su
custodia, a cambio de perdonarle la vida. ¿Qué se esconde detrás de este pacto?
–No se esconde nada –contestó con gesto sorprendido–. Massimo ha sido
siempre muy melodramático y no le culpo, al fin y al cabo tuvo que renunciar a
su hija.
–Pero es cierto que el plan A, por así decirlo, era que él matase a su
hija. Plan que le impusisteis vosotros.
–Cierto, pero nos dimos cuenta del error.
–Gracias a que él no obedeció.
El segundo concejal desplegó una gran sonrisa y una mirada que entendí con
rapidez: No sigas por ahí.
–Bueno –carraspeé–, me gustaría saber qué fue de Valentina después de aquel
momento. De que ustedes se hicieran con su custodia, me refiero.
–¿No lo sabe? Debe ser la única persona en la faz del Mundo Medio que no lo
sabe. ¿¡Qué digo?! ¡En toda la galaxia Huxley! Como vosotros la llamáis.
–Está claro que sí que lo sé, es decir, sé quien es. Es la mujer más famosa
del multiverso –aunque es cierto que no
sé muy bien por qué, pensé–. Pero me gustaría que me contase cómo llegó a
serlo.
–Está bien, está bien. Se lo contaré. Pero le pido que no me interrumpa. Si
le surgen dudas guárdeselas para el final.
–Así lo haré. Se lo prometo.
–Hace 28 años el último miembro del Alto Consejo fue a visitar a los Scorza
para cerciorarse del potencial mágico de Valentina, el cual ya suponíamos que
era inexistente. Es habitual que sea el último concejal en incorporarse al
consejo el que realice esta visita, acompañado del Alto Concejal, es una forma
de representarnos a todos, en una especie de alfa y omega. El
malentendido vino de ahí, puesto que el último concejal decidió que era mejor
acabar con la vida de esta “criatura deforme”, así lo expresó él. Nos pareció
una decisión descabellada, por supuesto, pero aunque todas las decisiones del
consejo se someten a votación, lo cierto es que la última palabra la tiene Lucio,
el Alto Concejal, el miembro con mayor rango del consejo. Esto es así porque el
poder que él tiene es el mayor que existe en todo el mundo y...bueno, digamos que
es mejor hacer lo que él considere oportuno. Por no hablar de su inmensa
sabiduría, que no seré yo quien la cuestione. La decisión del último concejal
fue rechazada por todos, excepto por Lucio. No obstante, los acontecimientos se
desarrollaron de la manera que usted ya conoce y, como ya le he dicho, el Alto
Concejal no sólo es poderoso, también es sabio, de modo que decidió pasar al
plan B, utilizando los términos que usted mismo ha usado. Para nosotros dicho
plan B recibe otro nombre: “Proyecto Valentina”. ¿Qué ocurre? – Se interrumpió
de repente. La expresión de mi cara debió de cambiar de forma notable.
–Nada, nada. Es sólo que el nombre no me parece muy original.
–Tiene razón –dijo entre risas. –Pero al Alto Concejal le sonaba bien.
–Lo siento, pero es que suena a conspiración –respondí entre risas yo
también. El rostro del segundo concejal se tornó serio ipso facto.
–Tiene usted una manía muy fea, señor Reittan. Percibo con frecuencia un
tono acusatorio en sus intervenciones. Si lo desea podemos interrumpir aquí la
entrevista.
–¡Oh, no! Perdóneme, no era mi intención ofenderle. Sólo quería hacer una pequeña
broma.
–Está bien, por ahora voy a pasárselo por alto, pero espero que no vuelva a
repetirse.
–Tiene mi palabra, continúe, por favor –dije mientras mi cabeza se
reafirmaba en lo dicho con anterioridad: Ese
“Proyecto Valentina” es una conspiración fijo.
–Está bien, pero queda avisado. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Está claro que
usted ya sabe lo que ocurrió, su compañero ya se lo habrá contado: Valentina fue
recogida a los cinco años de edad y su custodia pasó a pertenecer al Alto
Consejo de Magia y Hechicería.
No es que pretendiéramos experimentar con ella,
como Massimo siempre ha creído...
No, seguro que no, pensé.
...pero sí que queríamos investigar qué era lo que había propiciado que no
hubiera ningún poder en ella, dado que era la primera vez que esto ocurría.
Debíamos saberlo para que, de repetirse este acontecimiento, pudiéramos
afrontarlo. Pero entonces empezaron a ocurrir cosas muy extrañas y nuestro
sistema de creencias empezó a tambalearse. El Alto Consejo está formado por
catorce miembros: siete mujeres y siete hombres. No todos podíamos hacernos
cargo de ella, por lo que le encomendamos a la quinta concejal que ejerciera de
“madre”, para no confundir a la pequeña y mantener un entorno familiar lo más
natural posible. El primer día de su entrega a esta concejal, a la hora de
estar con ella, pidió una audiencia urgente con el Alto Concejal. Más tarde nos
fue relatado lo que había ocurrido. Al parecer, la niña tomó de la mano a Odesa,
la quinta concejal, agarrando únicamente sus dedos índice y corazón, cuando
esta iba a enseñarle su nueva habitación. En ese momento, sintió una extraña
sensación de cobijo y calor. Llevó a la niña hasta la que a partir de entonces
sería su cama y la acostó para que pudiera descansar. Entonces, sin soltar aún
su mano, Valentina posó su mirada en los ojos de Odesa y el candor de esta
encogió su pecho. No sabía qué había pasado, pero sí sabía que a partir de ese
momento Valentina no era un mero objeto de interés científico o político. No,
era algo más. Sentía que la quería. Este relato llamó la atención de Lucio que,
sin duda, tomó con precaución. A la mañana siguiente, fue él mismo a despertar
a Valentina, tenía que conocer en persona a la criatura que había sido capaz de
turbar el corazón y la mente de una de las concejales más poderosas e
importantes del consejo. Según nos contó él después, Valentina ya había
despertado cuando llegó a su habitación. Estaba sentada en el borde de la cama
desperezándose, frotando sus ojitos con sus diminutos puños. Cuando le vio en
la puerta, ella dio unos golpecitos con la palma de su mano sobre el colchón
para que se sentase a su lado. Así lo hizo. Parece ser que ella le hizo algunas
preguntas curiosas que el Alto Concejal respondió con gusto. Eran preguntas
sencillas y comprensibles que cualquier niño en la situación de Valentina
haría: ¿Qué hacía ella ahí?, ¿Dónde estaba su papá?, ¿Cuándo volvería a verle?...
Pero hay una pregunta que le dejó paralizado. No fue la pregunta en sí, sino
algo que a día de hoy, Lucio aún no ha sido capaz de explicarnos. La pregunta
fue: ¿Sois ahora mi nueva familia? Cuando Valentina realizó esta pregunta
agarró las manos de Lucio, apoyando las pequeñas yemas de sus dedos en las
palmas de él. En ese momento empezó a sentir una ola de afecto por aquella niña
que hasta entonces era inexistente. Dos emociones se apoderaron de repente de
él, por un lado el amor, por otro, el miedo. Ese miedo que a veces va ligado al
amor. Miedo a la pérdida. Cuando Lucio transmitió esta experiencia al resto de
nosotros no sabíamos cómo tomárnoslo, parecía algo banal y sin importancia.
Mucha gente puede sentir afecto por un niño pequeño al que apenas conoce, está
en su naturaleza, dicen que es una especie de mecanismo de defensa para
asegurar la supervivencia. Pero todos conocíamos a nuestro Alto Concejal Lucio
y, pese a sus múltiples cualidades, lo cierto es que no es un hombre muy
afectuoso. Si esto nos lo hubiese contado Odesa antes de hablar con él, puede
que aquel incidente hubiese pasado desapercibido por un tiempo, ya que es todo
lo contrario en este aspecto.
–Y ¿qué ocurrió entonces? ¿Qué repercusiones puede tener este curioso
incidente? –pregunté ansioso por saber el desenlace de toda aquella historia.
–Ahora lo descubrirá –contestó tornando su mirada en misteriosa, casi como
si quisiera mantenerme en vilo para darle más intriga a su relato–. Lucio no solo
se dedicó a transmitirnos esta información. Quería comunicarnos algo mucho más
importante. Había descubierto la magia de Valentina: El poder de despertar amor
en cualquier persona. No ternura, no afecto, no cariño. Sino amor puro.
–Una pregunta –interrumpí después de una pausa dramática con la que el
segundo concejal me obsequió–, ¿Cómo es posible que no lo detectasen cuando les
correspondió hacerlo?
–Creemos que la razón por la que no se pudo determinar su poder antes de
este momento es porque este tipo de magia es única en ella. Y, hasta ahora,
este tipo de magia es la más poderosa sobre la faz del Mundo Medio.
–Bueno, está claro que es un tipo de habilidad curiosa, pero de ahí a ser
la magia más poderosa... No sé, creo que las hay mejores.
–¿Bromea? ¿Sabe qué se puede hacer mediante el amor? A través del amor uno
puede conseguirlo todo. Absolutamente todo. De hecho, esta facultad, o
habilidad, como usted la ha llamado –parafraseó en todo burlón–, explica muchas
cosas. Por ejemplo, el por qué a día de hoy Valentina no está muerta. Explica
por qué su padre, un hombre fracasado y más bien cobarde, luchó por ella hasta
que no pudo hacerlo más. Sólo hay una cosa que aún no nos explicamos, y es cómo
es posible que fuera capaz de ejercer su poder antes del quinto año de vida.
–Entonces, si llegasteis a la conclusión de que Valentina tenía un poder,
¿Por qué no la devolvisteis con su padre? Habría sido lo más justo, ¿no?
–¿Devolverla? Imposible. Teníamos ante nuestros ojos el mayor tesoro jamás
hallado. El arma más poderosa de la galaxia.
–Entiendo. Esa es la clave. Utilizar a una persona inocente para apoderarse
de todo.
–Creo que ya le he advertido sobre ese tono acusatorio. No le pasaré ni una
más. Queda avisado.
–Bueno, no les acuso de nada. Realmente ya me lo dijo antes.
–Sí, pero usted no entiende nada. Es un extranjero de un planeta primitivo
en una superpotencia de otro universo distinto al suyo. No tiene ni idea de
cómo funcionan las cosas aquí. Cree que puede aplicar las reglas terrestres a
este mundo, pero no es así. No se equivoque. Aquí las cosas pueden ser
parecidas a su mundo, pero no pueden ser más diferentes. Si se queda el tiempo
suficiente lo comprobará.
Además, no tengo necesidad de aclararle esto, pero lo haré. Es cierto que
no devolvimos a Valentina a su padre por el alto potencial de su poder. También
decidimos seguir criándola porque la queríamos. ¿Ha estado usted enamorado
alguna vez?
–Una vez –contesté secamente.
–Bien, pues multiplíquelo por mil y de ese modo conseguirá entender un mínimo
atisbo de lo que Valentina es capaz de provocar. Un consejo: si no quiere caer
bajo el hechizo, no toque su mano. La reunión ha terminado.
El segundo concejal se levanto y realizando el mismo gesto almibarado con
el que me recibió me invitó a salir.
–Muchas gracias– me limité a decir. Sabía que ya no había nada más que hacer
allí. Hice una reverencia, no sin cierto toque sarcástico, y abandoné la sala.
Al salir de allí tuve ocasión de recorrer parte de la galería. Era curioso
que me dejasen campar a mis anchas por allí. Era como si al terminar aquella
entrevista se hubieran desentendido de mí y considerasen que no era ninguna
amenaza para ellos. Nadie me acompañó hasta la puerta. Nadie me indicó el
camino. Pese a ser diferente a la que yo había visitado en mi planeta, aquella
galería de los Uffizi seguía siendo hermosa. Su arquitectura no había cambiado.
La observaba mientras estaba sumido en mis pensamientos. Pero entonces giré la
cabeza y a través de una puerta pude observar un cuadro que sí conocía. ¡Ah!¡Qué maravilla!, pensé. El
nacimiento de Venus, de Botticcelli, uno de mis cuadros preferidos estaba allí,
delante de mis ojos, para traer un poco de calma a mi ser después de aquella
tensa entrevista. Pero había algo distinto en aquel cuadro. Penetré en la sala
para poder admirar la obra más de cerca. Tenía la sensación de que los rasgos
de la cara de Venus no eran los mismos que los del cuadro que yo recordaba. El
pelo era algo más oscuro, el color de los ojos se había tornado a un verde oliva,
la nariz era más fina y los labios rojizos. Aquella belleza angelical que
Botticelli plasmó en su obra ya no era tal. Sí que era un belleza, desde luego,
pero alterada. Más seductora, menos pura.
–No estoy mal, ¿verdad?– Aquella voz surgida detrás de mí me sobresaltó. Me
giré con rapidez y allí estaba: la cara del cuadro. –Siento haberte asustado.
–¿Valentina?
–Sí. He salido favorecida, ¿a que sí? Yo hubiera puesto algo más de ropa,
pero así es más artístico. O eso dijo el pintor –rió.
–Lo siento, no pretendía merodear por aquí. Es sólo que no he podido
evitar...
–No te preocupes –dijo sin dejarme terminar –, sé que has venido a entrevistarte
con mi padre.
–¿Tu padre?
–Sí. Júpiter es mi padre. Bueno, todos los concejales son mi familia, pero
mi padre es con quien acabas de hablar, el segundo concejal.
–¿Estás segura de ello?
–Al cien por cien, ¿por qué no iba a estarlo?
–¿Te suena el nombre de Massimo Scorza?
–Sí, he oído algo sobre él, pero no mucho.
No quise decirle de golpe la verdad. Aquella chica de 28 años parecía tan
inocente, tan frágil. Decidí que debía darle la carta y que aclarase sus dudas
con quien tuviera que aclararlas. Saqué el papel ajado de mi bolsillo y alargué
el brazo para ofrecérselo.
–Tengo algo para ti, es una carta de Massimo.
–¿Qué dice? –preguntó sorprendida de que un desconocido como yo le diera
semejante obsequio.
–Léela. Debo irme ya –me di la vuelta y me dispuse a salir por la puerta.
–Espera–. Valentina agarró mi mano para hacer que me girase de nuevo hacia
ella. Recordé al instante el consejo de Júpiter: “Si no quiere caer bajo el
hechizo, no toque su mano”. Ya era tarde. Acababa de ser testigo de la magia de
Valentina. Ahora la amaba.
Demasiado real : me absorbì tanto en la lectura que parecìa
ResponderBorrarque presenciaba la conversaciòn entre Valentina y el periodista.
Es espectacular. !
Un garn saludo J.F.