Bienvenidos al blog de mi
novela Para decir adiós: Las dos Princesas, muchas gracias por estar de nueva
cuenta compartiendo conmigo.
En días pasados tuve que
asistir a realizarme diversos estudios médicos por un malestar que venía presentándose,
aquello además de hacerme reflexionar sobre los “riesgos” que implica a la salud el haber pasado de la
cuarta década, mi hizo pensar sobre todo, en lo mercantil que se ha vuelto la
medicina.
Admiro a los médicos, espero
que mis palabras no se malentiendan, mis abuelos son médicos y tengo muchos
parientes que lo son o están inmersos en carreras relacionadas, como la química,
sin embargo la que debería ser la profesión más humanista del mundo desde hace tiempo ha
dejado de serlo en pos de un sentido comercial.
médico brujo
Cuando mi abuelo materno,
hoy de 87 años de edad, ejercía la medicina, su labor tenía que ver con sus
ideas más tendientes al humanismo, él regalaba las consultas, a pesar de las
quejas de mi abuela, quien para enmendar aquello tuvo que comenzar a cobrar las
fichas en la farmacia que en ese entonces tenían, sin embargo mi abuelo
encontró como burlar la tenaz fiscalización de su esposa.
Cuando el Dr. Francisco
Aguilar consideraba que el paciente no tenía los recursos suficientes para
solventar los honorarios, él mismo de su cartera devolvía la cantidad que
previamente le había sido pagada a mi abuela.
Doña María Luisa no era para
nada una mala persona, solo era más realista de que con el trabajo de mi abuelo
tenían que solventar los gastos de una familia formada por ellos y cuatro
hijos.
A pesar de las estrategias
de mi abuelo para seguir obsequiando su trabajo a quienes lo necesitaban, su
profesión le permitió vivir una vida desahogada y sobre todo acumular un gran
cariño por parte de varias generaciones del pueblo, sentimiento que a pesar de
tener varios años de no ejercer el Dr. Panchito, como cariñosamente le llaman,
sigue sintiendo con diversos actos de cuidado de parte de vecinos y demás
pobladores de su tierra natal.
Por el otro lado estaba mi
abuelo paterno, un excelente médico también, que en sus primeros años de vida
tuvo que bregar contra corriente, mi bisabuela era una mujer muy humilde de la costa de Chiapas, quien se casó con un joven maestro que había llegado ahí desde la ciudad de
Comitán, lugar en donde existía un clasismo muy arraigado.
La familia de mi bisabuelo
(blancos y acomodados) lo desconoció por haberse casado con una mujer humilde y
morena, a los pocos años el Profesor Juan Jaime falleció y mi bisabuela y su
hermana Naty, tuvieron que mantener a los seis niños que formaban la familia.
Mi abuelo tuvo una infancia
de muchas carencias y fue en mucho
gracias a su tía Naty, quien era enfermera, que él pudo viajar a la ciudad de México
para estudiar medicina, lo que en si para esa época consistía un enorme logro,
les estoy hablando de 1940.
Cuando el Dr. Juan de Dios
regresó a casa, cumplió el compromiso que tenía con su madre, trabajar duro
para darle los mismos estudios al resto de sus hermanos, para cuando su hermano
Javier también se graduó de médico siguió con el mismo esfuerzo y así sucesivamente
lo hizo cada hermano hasta llegar a Guillermo el más pequeño, logrando con la ayuda de cada uno que todos tuvieron una carrera profesional.
Quizá aquello marcó a mi
abuelo, para quien su carrera no debía ser netamente humanista sino un medio
para poder darles a sus hijos una mejor vida de la que él tuvo de niño, sin
embargo y a pesar de ello jamás dejó de cobrar solo lo justo por su trabajo.
Hoy día parece que muchos
médicos tienen como única misión en la vida el enriquecerse dejando atrás el
aspecto humano de su profesión.
Cuando alguien acude por atención
médica es porque está en el momento más vulnerable, es decir podemos darnos el
lujo de no buscar a un arquitecto, de no hacerlo con un ingeniero, incluso con
un abogado pero no deberíamos hacerlo cuando se trata de nuestra salud.
Actualmente cualquier
especialista en México está cobrando entre 700 y 1500 por consulta, es decir un
aproximado de entre 35 y 70 dólares americanos, cantidad que para la inmensa mayoría
de los mexicanos resulta imposible de costear.
A lo anterior hay que sumar
estudios y medicinas, con lo que al enfermarnos y no contar con ningún sistema
de seguridad social nos vemos comprometidos a gastar dinero con el cual no
contamos, lo que irremediablemente nos lleva a endeudarnos o tener que
enfrentar la enfermedad sin la debida atención.
La antigua práctica (la cual
me consta por haberla visto con mis abuelos) de no cobrar la segunda consulta
en la que solo se revisarían los resultados de laboratorio, ahora ya no existe,
los últimos médicos con los que he asistido han vuelto a cobrar el precio
integro por revisar los resultados de los estudios.
Como decía en un inicio,
entiendo en cierta forma a los médicos, se que son muchos años de estudios y
sacrificios que deben ser recompensados de alguna forma, pero me pregunto sin
ninguna malicia ¿en realidad necesitan de tanto dinero para vivir dignamente?
En las últimas ocasiones que
he asistido a especialistas he realizado un pequeño ejercicio, contar el número
de pacientes que esperan la consulta para multiplicarlo por el precio de la misma, para después multiplicarlo por 26 días laborables al mes
(considerando que no trabajen los domingos).
En una ocasión había 10 personas
antes de que yo pasara, lo que hace que multiplicara: 11 x 800 x 26, lo que da
como resultado la cantidad de:
$228,
800 (DOSCIENTOS VIENTIOCHO MIL OCHOCIENTOS PESOS M.N.)
Por supuesto a lo anterior
hay que descontar el pago de asistentes e incluso de renta del consultorio, así
como los gastos relativos al pago de congresos y actualizaciones, pero hay que
sumar también las operaciones realizadas, con lo cual aún así este primer
número se verá aumentado.
Y es precisamente en dicho ejercicio
en el que radica mi cuestionamiento
¿no les sería posible cobrar incluso un 50
% menos de lo que perciben por consulta?
Aun con ello seguirán
teniendo ingresos por demás suficientes para llevar una vida desahogada.
En el tiempo en que yo
litigue, lo cual en parte disfrutaba por el reto intelectual que cada caso me
otorgaba, pero me provocaba una verdadera y gran angustia ante la responsabilidad que las personas que
confiaron en esos momentos en mi me otorgaban al poner en mis manos su patrimonio
o su libertad, siempre tal sentimiento de angustia me provocaba una gran empatía con la preocupación y dolor de las personas a las que representaba.
En el caso de los médicos,
las personas ponen en sus manos su vida y considero que se necesita tener el corazón muy
duro para recibir a alguien enfermo, ver su situación económica y aún así
despacharse cobrándole lo que constituye casi un mes de sueldo del salario mínimo
en México.
Nunca olvidaré a un médico
que me atendió en forma déspota, apresurado por despacharme para dar paso a la
siguiente consulta, mismo al que al finalizarla me dispuse a pagarle y al intentar
darle el dinero, me vio muy ofendido con
una expresión como diciendo:
¡Cómo crees que estas “santas” manos de médico
pueden ensuciarse con el dinero¡
Por supuesto, como no me
dejarán mentir ocurre con casi todos los médicos, quien me cobró fue la
recepcionista.
No pude sino imaginar al
mismo médico al final de la jornada haciéndole el corte de caja a la chica de
la entrada, contando concienzudamente cada uno de los muchos billetes ganados ese día.
Para la mayoría de los
profesionales de la salud es ahora más importante contar con un vehículo de
lujo del año que el poder ayudar a alguien que no puede costear sus honorarios.
Por supuesto existen
excepciones que merecen todos mis respetos:
Para los estudios a los que
me refería en un inicio el Q.F.B. Juan de Dios Domínguez Saldaña, no me cobró
un solo peso por exámenes en los que en
cualquier otro laboratorio hubiera pagado $ 1,500.00 (mil quinientos pesos
M.N.) aproximadamente 750 dólares americanos, le estoy infinitamente
agradecido.
Cuando nació mi hija, el Dr. José Franicisco Aguilar Sepulveda, atendió el parto sin cobrarme tampoco ni un solo peso.
También en la ciudad en la
que radico hay un excelente médico internista de nombre José Leopoldo Niño Mancilla, el cual
previamente a la consulta hace llenar una hoja con diversos datos clínicos, la
cual al final tiene la siguiente leyenda.
“Si
usted no puede pagar mis honorarios, tenga la confianza suficiente para decírmelo,
de todas maneras será atendido.”
Eso o vestirse de superhéroe para atender a niños con cáncer, como lo hace el Dr. Sergio Gallegos, en Zapopan, Jalisco es para mí lo que es ser un verdadero médico.